
Robert Graves nos relata las luchas contra el inveterado enemigo persa, pero también las campañas africanas y las peripecias de su recorrido por Italia, con la conquista de Nápoles, la defensa de Roma o la toma de Rávena, entre otras, todo ello rodeado de la épica que nos hace sentir la grandeza y la miseria de aquellas situaciones, pero no exento de los detalles y las explicaciones que tratan de dejarnos claras cuáles fueron las razones para tomar estas o aquellas decisiones.
A tal tiempo, conocemos también a este Belisario, un hombre íntegro, fidelísimo a su emperador, hasta el punto de que nos llega a sacar de quicio su sentido de la lealtad, pues a cada nuevo éxito, se ve pagado con el desprecio de Justiniano que teme que la gloria de su súbdito más leal ensombrezca su mandato y sin embargo Belisario responde renovando su sumisión.

Aunque a mí me gustaron más los libros de Claudio, debo decir que Graves se nos muestra una vez más, como el gran maestro que es, empleando un tono que huye del barroquismo para centrarse en lo que quiere contar, a veces si no se tiene cierta base de conocimiento histórico, puede quedar alguna laguna, porque Graves escribe para un público en el que se dan por supuestos esos conocimientos, ya que no se detiene en notas explicativas ni en párrafos aclaratorios, a pesar de ello, es perfectamente comprensible, ya digo que su lenguaje no resulta en absoluto rebuscado.
Un libro muy recomendable, escrito por uno de los grandes y en el que aprenderemos algo sobre una época no siempre bien conocida y sobre un personaje, Belisario, que hizo de la lealtad su lema, llevándolo a extremos casi enfermizos. Como se lee casi al final de la novela, en boca del eunuco Eugenio: "Algunos han sostenido por esta causa que su carácter se eleva muy por encima del de un hombre ordinario; otros, que queda muy por debajo, en el nivel de un cobarde".
Sin embargo, el pueblo sí que reconocía a su héroe, cuando relegado a la pobreza (se puede ver en la ilustración de arriba a la derecha, el famoso cuadro, creo que de David, en el que se reproduce la escena) como "castigo" por los servicios prestados, con el cuenco de San Bartimeo en la mano, pedía: "¡Dad un cobre a Belisario, buenas gentes de Constantinopla! ¡Limosna, limosna!"
Antes de que anocheciese habían pasado más de cuarenta mil personas y había muchos costales llenos de dinero.
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