miércoles, 16 de junio de 2010

A UN OLMO SECO

Antonio Machado contrajo matrimonio en Soria, el 30 de julio de 1909, con Leonor Izquierdo Cuevas. Ella tenía 15 años recién cumplidos, él 34. Aquel matrimonio, tan desigual en edad, dio lugar a no pocas murmuraciones en una ciudad tan pequeña y en una sociedad como aquella de hace 100 años. Lo cierto es que ellos se amaban, así se desprende de los testimonios de las personas cercanas y de los escritos del poeta. Entre los años 1910 y 1911, el matrimonio vive en París, donde D. Antonio amplía estudios de filología francesa con una beca del Ministerio de Instrucción Pública. Por las tardes recorren juntos los rincones de la ciudad de la luz. Son felices y nada hace presagiar el drama que se avecina. Un día de julio de 1911, Leonor enferma y es hospitalizada, padece tuberculosis. Los médicos recomiendan que busquen un lugar donde pueda respirar aire puro. Rubén Darío les presta dinero para poder regresar a Soria donde, en la primavera de 1912, Machado alquila una casita camino del Mirón. Su esposa parece recobrarse, al menos esa esperanza es la que envuelve al poeta que, inspirado en un olmo de la orilla del Duero, tal vez en el paseo entre San Polo y San Saturio, que tantas veces recorrió, escribe un poema que a mí siempre me ha cautivado, el del hombre que se agarra a la esperanza de un milagro y que lleva por título "A un olmo seco" El 1 de agosto de ese año, a las 10 de la noche, fallece Leonor con apenas 18 años. El 8 del mismo mes, Machado, acompañado de su madre sale en tren de Soria, sólo regresará años más tarde, para recoger el título de Hijo Adoptivo de la Ciudad. Poco antes de la muerte de Leonor, fue publicado el libro "Campos de Castilla", en el que están incluídos estos versos en los que el poeta, el hombre, el esposo, plasma la tristeza y la esperanza de que su joven esposa retoñe a la vida.




A UN OLMO SECO 

  Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido. 

 ¡El olmo centenario en la colina 
que lame el Duero! Un musgo amarillento 
le mancha la corteza blanquecina 
al tronco carcomido y polvoriento. 

 No será, cual los álamos cantores 
que guardan el camino y la ribera, 
habitado de pardos ruiseñores. 

 Ejército de hormigas en hilera 
va trepando por él, y en sus entrañas 
urden sus telas grises las arañas. 

 Antes que te derribe, olmo del Duero, 
con su hacha el leñador, y el carpintero 
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta; 
antes que rojo en el hogar, mañana, 
ardas en alguna mísera caseta, 
al borde de un camino; 
antes que te descuaje un torbellino 
y tronche el soplo de las sierras blancas; 
antes que el río hasta la mar te empuje 
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.

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