martes, 6 de febrero de 2018

LA SAGA DE GÖSTA BERLING

En las Navidades de 1891, la autora sueca Selma Lagerlöf vio publicado su primer libro, el que le daría fama en las letras de su país y, por medio de las diversas traducciones, encontraría un lugar en el panorama de las letras europeas. Hablamos de la Saga de Gösta Berling, cuyo protagonista es un pastor expulsado de la iglesia por su desmedida afición a la bebida que, tras emprender una vida como mendigo, llega a Ekeby, donde Margarita Celsing "La comandanta", le acoge, pasando a formar parte desde ese momento del extraño grupo que componen los caballeros de Ekeby, un grupo de variopintos personajes cuyas historias iremos conociendo a lo largo de la novela, que se dedican, sobre todo, a la fiesta, la caza, el juego y todo tipo de diversiones, a pesar de que cada uno de ellos posee cualidades para ejercer un trabajo con destreza, pero que no pueden o no quieren hacerlo, víctimas de una especie de maldición que les empuja a esta vida despreocupada.
La novela está estructurada a base de pequeñas historias que mezclan realidad y fantasía, sin que la autora advierta al lector cuando transitamos por un territorio u otro, pasando entre ellos sin solución de continuidad.
Pero es también y quizá por encima de todo, un homenaje a la región de Warmland, donde la autora nació, una región abrupta y de clima riguroso, pero al tiempo de cautivadora belleza situada no lejos de las tierras altas e inhóspitas de la divisoria que marca la frontera entre Suecia y Noruega, entre inmensos y solitarios bosques al norte y las planicies que conducen al sur.
Escrita en un lenguaje que, en ocasiones destila un cierto tono poético, en un estilo que se me antoja como de realismo romántico, se lee con agrado y uno llega a coger cariño a este tipo extravagante y de personalidad acusada aunque inestable, que triunfa entre las mujeres, pero a quien persigue su pasado como una especie de maldición de la que siempre está tratando de escapar, aunque cada vez que se embarca en alguna labor de ayuda al prójimo, parece como si su carácter juerguista y despreocupado, le empujara a retornar a la senda de la molicie.



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