jueves, 5 de febrero de 2015

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO

Es un Auto Sacramental de carácter ético. Aunque todos los autos coinciden en tratar asuntos de la Eucaristía, difieren en sus argumentos. Fue escrito en 1635 y es una de las grandes joyas de la literatura de la lengua castellana. Su título es una clara alegoría de que el mundo es un teatro, en el que sus moradores son, al mismo tiempo, espectador y espectáculo. Los personajes que aparecen en escena: Rey, Hermosura, Rico, Discreción, Niño, Labrador y Pobre, surgen de la decisión del Autor (Dios). Estos personajes tendrán premio y castigo al final de su actuación (la vida), tras el juicio del Autor (Juicio Final), y tendrán que enfrentarse a las cuatro posibilidades: Infierno, Purgatorio, Gloria y Limbo.
Calderón utiliza el recurso quizá más recurrente del teatro: una representación dentro de otra; en ella coexiste la ortodoxia católica, cuyos fundamentos fueron construidos por la escolástica medieval, conjuntamente con la concepción moderna sobre el poder que lo consideraba, por sobre todo, una representación, cuyo escenario privilegiado fue la corte de las monarquías modernas.
El teatro barroco fue el medio más adecuado para mostrar cosmovisiones antagónicas, pues a diferencia de los tratados filosóficos o teológicos que demandaban exposiciones rigurosas y sistemáticas subordinadas a la ortodoxia imperante, la escena, si bien no escapó de la vigilancia de la censura, no estuvo sujeta a estas exigencias.
Aunque todo el auto ha sido escrito para el momento final de alabanza del Santísimo Sacramento, a lo largo de la obra se exponen otras cuestiones teológicas. Uno de los aciertos de El gran teatro del mundo consiste en utilizar el lenguaje propio del ámbito teatral, bien conocido por el público. Cada metáfora es fácilmente asimilada por el entendimiento: las puertas de entrada y salida corresponden a la cuna y el sepulcro; la figura del apuntador es ejecutada por la Ley escrita; el escenario no es otro que la Creación entera; el modo de representar el papel depende del libre albedrío; y el banquete final se identifica con la Eucaristía. Todas estas enseñanzas se condensan, además, en una especie de estribillo que se repite a lo largo de la obra, “Obrar bien, que Dios es Dios”. Para el espectador, la conclusión es clara: la salvación – esto es, el banquete final con el Autor – es el premio por el buen obrar, en el doble sentido de actuar en el teatro y actuar en la vida.



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