viernes, 24 de octubre de 2014

SAIDEKE BALAI (LOS GUERREROS DEL ARCO IRIS)

Muna Rudao (Da-Ching cuando joven y Ching-Tai Lin en la madurez), es un guerrero Seediq de uno de los clanes que viven en la isla de Taiwan. Junto a otros miembros de su clan, durante una partida de caza, sufre el ataque de otro clan rival, con el que se enfrentan. Muna Rudao, mata a algunos de los atacantes, ganándose el derecho a ostentar en su cara los tatuajes que le convierten en un Seediq Bale (verdadero ser humano).
Sin embargo, la llegada de los japoneses que se han hecho con el poder de la isla, supondrá un cambio radical en la vida de Muna Rudao y el resto de indígenas. Los nuevos ocupantes pretenden implantar la civilización a golpe legislativo, los nativos son obligados a abandonar las zonas boscosas donde se dedicaban a la caza y, a cambio de un mísero salario, han de dedicarse a labores de acarreo de materiales para la construcción de nuevas edificaciones, mientras las mujeres deben abandonar sus tradicionales labores de tejido y cuidado de la casa, para servir a los ocupantes.
Durante 30 años, Muna Rudao, convertido ya en jefe de su clan, soporta la humillante situación, sabedor del poder de los japoneses y de sus métodos expeditivos para someter a los desobedientes.
Sin embargo, un incidente con un policía durante la boda de su hijo, le hará cambiar de postura y convocar a los clanes para levantarse.


El guión nos acerca a un episodio relativamente reciente de la historia de Taiwan que arranca en 1895, cuando se firmó el acuerdo chino-japonés que incluía, entre otras cláusulas, la entrega al imperio nipón de la isla.
Los japoneses desplegaron en ella un gran contingente de militares y comenzaron la tarea de "domesticar" (ellos lo llamaron civilizar) a la población nativa.
Les hicieron abandonar las selvas y las zonas altas de la isla, con el pretexto de que vivieran en aldeas y ciudades, pero realmente lo que querían era explotar los bosques y extraer minerales de la tierra arrebatada a estas gentes que perdió sus zonas de caza y se vio obligada a vivir una especie de semiesclavitud, al servicio de los nuevos gobernantes.
Como dice el protagonista: "De qué me sirven las escuelas, el servicio de correos, las carreteras..., si me han arrebatado mis tradiciones y mi libertad. Qué me aporta todo eso: Nada"
Los japoneses consideraban a los isleños como salvajes, pero no en el idílico sentido roussoniano de la palabra, sino aplicando el más peyorativo de sus conceptos.
Si en algunos momentos aquel empeño civilizador parecía dar sus frutos (incluso Muna Rudao, era considerado por los japoneses como un ejemplo de integración en las nuevas costumbres), el sentimiento larvado de odio que los ocupantes, mediante desprecios y vejaciones, se encargaban de alimentar, estalló cuando un policía japonés fue invitado, en un gesto simbólico, a tomar una copa durante las celebraciones de la boda de hijo de Muna Rudao y se negó alegando que el recipiente había sido tocado por unas manos sucias. A pesar de que Muna Rudao se rebajó a pedirle disculpas públicas por los empujones que había recibido en la fiesta (a la que, por otra parte, nadie le había invitado), el policía siguió en sus trece y dio curso a la denuncia buscando un castigo ejemplar.
La reacción de los Seediq, no se hizo esperar, todo el odio acumulado, se disparó, algunos de los clanes se unieron olvidando momentáneamente sus diferencias y tras asaltar algunos puestos de policía donde se proveyeron de armas de fuego, poco antes del amanecer del 27 de octubre de 1930, unos 300 guerreros Seediq capitaneados por Muna Rudao, se dirigieron a la aldea de Wushe, donde se iba a celebrar una competición atlética escolar a la que asistirían algunas autoridades japonesas. 134 personas, japoneses y colaboradores de ellos, fueron asesinados en lo que era denominado por los Seediq como un sacrificio de sangre. Ni mujeres, ni niños, se libraron en la masacre.


Con una buena fotografía y un guión en el que la épica tiene un lugar destacado, la vieja dicotomía entre tradición y modernidad, se asoma a la pantalla de la mano de este interesante film que nos acerca a la tragedia de un pueblo sometido, que baja la cabeza y aguanta lo inimaginable hasta que no puede más y la dignidad de las personas prefiere la muerte a la ignominia.
Cuando uno de los jefes le dice a Muna Rudao que no permitirá a sus jóvenes unirse a la revuelta por considerar que van a una muerte segura, le pregunta qué espera conseguir con ello y el viejo guerrero le contesta: "recuperar el orgullo"
Además del magnífico comienzo, con la caza del jabalí y el posterior enfrentamiento entre clanes, espectacular, está retratada someramente, pero con efectividad, la manera de enfrentarse a los japoneses mediante golpes de mano y guerrillas y muy conseguida la sensación de indignación que viven los nativos por las injusticias y el trato vejatorio al que se ven sometidos.
Muy entretenida y con algunas interesantes reflexiones sobre la libertad y la defensa de las tradiciones frente a la modernidad que no siempre es sinónimo de mejores condiciones de vida.




2 comentarios:

  1. Todo tiene un límite, y yo creo que Muna Rudao aguanto carros y carretas, hasta que estalló y la lió. Con los pueblos que han sido sometidos, sus invasores siempre han cometido atrocidades. No la he visto, pero por la narración que tú haces de ella, creo que debe estar interesante.

    Saludos Trecce y buen fin de semana

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    1. Hablamos mucho de la colonización de los países occidentales, pero a los orientales déjalos solos.

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