Los romanos, precursores en muchos aspectos de la higiene moderna, ya practicaban el hábito de la limpieza que hoy se asocia al uso del papel. Una esponja amarrada a un palo y sumergida en un recipiente con agua salada estaba disponible en los baños públicos.
A finales del siglo XIV, los emperadores chinos usaban unas hojas especiales para el baño. En Europa, la realeza usó paños de algodón humedecidos en agua de rosas. Los colonos nortemearicanos utilizaron los desechos de las mazorcas de maíz. Entretanto en las zonas costeras echaban mano de conchas marinas y en islas como Hawai, cortezas de coco. A finales del siglo XIX, el catálogo de los almacenes Sears fue muy popular en zonas rurales, constaba de muchísimas páginas y no tenía desperdicio, cuando se utilizó para confeccionarlo papel satinado de mejor calidad, hubo muchas protestas.

En Inglaterra el comerciante Walter Alcock, intentó lanzar su propio papel higiénico en 1879, pero chocó con el puritanismo de la época, al que le parecía incoveniente ver semejante producto en los estantes de las tiendas.
Los fallidos intentos de Gayetti y Alcock fueron superados por los hemanos Edward y Clarence Scott, su éxito vino dado, en parte, a que lo ofrecieron en pequeños rollos.
Desde entonces todos los avances han venido dados por la mejora del producto, como la suavidad al tacto, el papel de dos capas...
La importancia del papel de baño en la sociedad moderna, fue reconocida en cierto modo, cuando en 1944 el gobierno de EE.UU. distinguió a la empresa Kimberly-Klark por sus "heroicos esfuerzos" en el suministro del producto a los combatientes durante la II Guerra Mundial.
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