jueves, 24 de octubre de 2019

CREPÚSCULO EN TOKIO

Shukichi Sugiyama (Chishû Ryû), empleado de un banco cuya mujer lo abandonó muchos años atrás, asiste a un nuevo periodo de crisis familiar, las dos hijas del matrimonio viven con su padre. La más joven, Akiko (Ineko Arima), ha tenido una aventura y se ha quedado embarazada, ahora busca desesperadamente a su novio, Kenji (Masami Taura), que rehuye toda responsabilidad. La mayor, Takako (Setsuko Hara), ha abandonado temporalmente a su marido y se ha refugiado con su hija, una pequeña que aún no ha comenzado a andar, en la casa paterna.
A pesar de vivir los tres juntos, la convivencia está marcada por la soledad y la incomunicación, muy lejos del afecto intenso padre-hija y el escenario doméstico que comparten (la casa familiar) carece del carácter hogareño y unificador, por el contrario, parece extender la soledad de los tres protagonistas, convirtiéndose en el sitio que completa la rutina diaria desapasionada de Shukichi tras una jornada de trabajo, la residencia transitoria de Takako mientras decide qué hacer tras haberse separado de su marido, y un lugar vacío de significado para la extraviada Akiko, la joven estudiante que ha abandonado la universidad para estudiar taquigrafía, que se convierte en un personaje trágico debido a la dolorosa ausencia de lazos afectivos. Una tragedia que se reaviva cuando de pronto reaparece en su vida su madre, que la abandonó cuando apenas tenía tres años, de la que no recuerda nada, ni siquiera su rostro y que provocará que su estupor no tenga límites.


Al contrario de lo que ocurrió con la mayoría de sus películas, este film del japonés Yasujirō Ozu, no tuvo buena acogida ni entre el público, ni entre la crítica y, al parecer, el propio director, al menos al principio, no se mostró demasiado identificado con el proyecto.
Como curiosidad, señalar que tanto durante los créditos iniciales, como durante algunos tramos de la película, la música que escuchamos es la adaptación, muy libre, que el compositor Takanobu Saitô, hizo del popular pasodoble Valencia de Antonio Padilla.
La película está rodada a base de planos fijos, siguiendo el estilo característico de Ozu, durante las dos horas largas del film, ni un solo movimiento de cámara, algo de lo que el espectador no avezado apenas es consciente, porque el realizador japonés consigue el efecto de movimiento a base del deambular de los actores y de la estudiada sucesión de planos.


No siendo la más conocida, ni la más reconocida de las obras de Yasujirō Ozu, no cabe duda de que estamos ante una gran película. Para algunos críticos, el maestro japonés es la representación del clasicismo en el cine, como lo pueden ser la escultura griega o la pintura renacentista en otras artes. Su depurado estilo consigue, a través de la simplicidad y la pureza, transmitir arte sin necesidad de florituras y sin tener que recurrir a composiciones complicadas, travellings, planos rebuscados, picados y toda la serie de recursos que el cineasta tiene a su alcance. Esto no quiere decir que la no utilización de esos recursos convierta su cine en mejor o peor, es la maestría con que lo ejecuta sin tener que recurrir a ellos, junto a la concreción del guión para narrar la historia, lo que le confiere ese aire de pureza estilística.
En esta película, aparte de la evidente reflexión sobre la soledad, aún cuando se está rodeado de gente, un mal de nuestra sociedad avanzada y de la carencia de afectos, hay un interesante estudio sobre la maternidad y sobre el papel de la mujer en este tipo de sociedades de mediados del pasado siglo.
Japón transitaba entonces por una senda en la que se fundían las tradiciones y la búsqueda de su apertura a occidente, en parte obligada por los resultados de la reciente derrota en la guerra. Esta especie de dicotomía la refleja muy bien la película con el cambio de vestimentas, según la ocasión, utilizando, incluso el mismo personaje, ropa occidental (traje y corbata los hombres o chaqueta de punto, abrigos y falda, las mujeres), con la tradicional vestimenta local. También lo vemos en los espacios donde se desarrolla la trama, los lugares populares (tabernas o salas de mahjong) y las casas, con sus puertas correderas, sus paredes de madera y papel y sus mesas bajas, frente a otros espacios, como el banco donde trabaja el protagonista, construídos y amueblados al estilo occidental. En esta sociedad, la mujer lucha por encontrar su lugar, trabaja y estudia, incluso está al frente de negocios, sí, pero ha de seguir sometida a ciertas convenciones sociales, entre ellas la sumisión al hombre, muy difíciles de superar, aunque se deja ver que, a pequeños pasos, va consiguiendo la emancipación real, no sin un doloroso esfuerzo.
También reflexiona Ozu sobre la maternidad, las tres figuras femeninas de la familia, representan tres circunstancias diferentes de enfrentarse a ella. La madre, abandona a sus hijos para escapar con su amante; la hija menor, se verá forzada a abortar, ofreciendo una de las escenas maestras de Ozu, cuando, tras el aborto, Akiko regresa a casa y se produce una escena de plano/contraplano en la que se alternan la pequeña hija de Takako y Akiko y esta rompe a llorar al sentir el desgarro por lo que acaba de hacer y por el hijo que nunca tendrá y, por fin, Takako, que decide sacrificar su propia vida en un matrimonio infeliz para ella, en pro de que su hija crezca en una familia clásica, con un padre y una madre como referencia y no se vea enfrentada algún día a las carencias afectivas que atormentan a su tía.
Una película hecha con ese tempo pausado del cine oriental en que el realizador no tiene empacho alguno en mostrar objetos y situaciones que pueden parecer intrascendentes, pero que están llenas de significado. Un film para disfrutar de una historia que refleja situaciones reales, soledades que el espectador puede sentir cercanas, al tiempo que supone un disfrute como obra de arte cargada de matices.




2 comentarios:

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    1. Se borró de manera fortuíta y lo reproduzco: "Forzada a abortar? Yo no diría tanto; aunque es verdad que las circunstancias le son adversas. Según ese determinismo, también se podría decir "forzada a suicidarse" (si es que es suicidio y no accidente el haber sido arrollada por el tren)".

      De cualquier modo, no sé a que se refiere el anónimo autor del comentario.

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