lunes, 20 de agosto de 2018

SHARI, LA HECHICERA

Un oficial inglés, el capitán Donald Gordon King (Victor McLaglen), destinado en el Regimiento Scottish Black Watch, celebra junto a sus camaradas de armas (incluido su hermano menor) un banquete, previo al embarque hacia Francia, iniciada ya la Gran Guerra.
Durante la cena de despedida, el capitán King recibe la orden de emprender una misión secreta en la India, consistente en sofocar una revuelta tribal y liberar a un contingente inglés hecho prisionero (y esclavizado) por los insurgentes. La compañía, ante la repentina retirada del capitán King y la falta de explicaciones al respecto, interpreta su actitud como un acto de cobardía. Una vez en la India, el capitán logra dominar a las huestes levantiscas y seducir de paso a la líder de la revuelta, Yasmani (Myrna Loy), considerada por los nativos, en interpretación de una vieja profecía, una especie de Juana de Arco que les va a liberar de la dominación británica y a establecer un poderoso reino en el noroeste de la India, en territorios que actualmente forman parte de Pakistán.
Una parte de las escenas, sobre todo las relacionadas con el cortejo del capitán King a Yasmina, fueron rodadas con posterioridad, dirigidos por Lumsden Hare, que también actúa en la película, e incorporados posteriormente. Ford las tachó de vomitivas.
La película ha pasado a la historia del cine por ser el primer film sonoro dirigido por John Ford que, a estas alturas, llevaba a sus espaldas más de cincuenta películas, la mayoría de las cuales, lamentablemente, se han perdido.


El guión se basa en una novela de Talbot Mundy titulada King of the Khyber Rifles, publicada originalmente en la revista Everybody's en una serie de nueve entregas a partir de mayo de 1916.
En 1953, se hizo un remake de la misma, dirigida por Henry King y protagonizada por Tyrone Power, que en España se estrenó con el título de "El capitán King".


Es muy curioso ver esta película y estar atento a los detalles de lo que supuso el inicio del sonoro en el cine, cuando tanto técnicos como actores, estaban aún balbucientes e inseguros ante la nueva manera de hacer películas, de tal modo que su inseguridad se trasluce a veces en el resultado, se ve a los actores esperando a que el oponente interpretativo les de pie a su entrada en diálogo, produciéndose algunas veces intervalos de silencio demasiado largos e incómodos y, al tiempo, nos damos cuenta de que no hay momentos en los que hable más de un intérprete. Es manifiesto el caso de Myrna Loy que declama todos sus diálogos. Todo estaba empezando, resultaba novedoso y tal iba a ser su impacto, que algunos de los grandes directores y actores del cine mudo, no superaron la prueba y sus carreras quedaron truncadas. No es el caso de Ford, al que yo creo que la evolución le vino bien, no en vano, en sus películas mudas observamos la cantidad de intertítulos que emplea, al contrario que algunos otros que economizaban en este aspecto, es como si estuviera esperando la llegada del sonido al cine para dar un gran paso adelante. Ford necesitaba del sonido, y no solo por los diálogos, sino por ese otro gran elemento de sus películas que es la música. En este film, ya en la primera escena toma protagonismo con la banda de gaiteros que entra en el comedor de oficiales en la cena de despedida antes de embarcarse para la guerra, un protagonismo que surgirá en otros momentos del film y a lo largo de toda la carrera de Ford en que la música es un actor más de sus películas y todos recordamos secuencias de sus films acompañadas de melodías del viejo Oeste o de la vieja Irlanda, en que la música da vigor o remarca la ternura y la evocación dependiendo del caso. Sin embargo, también en este aspecto se nota la bisoñez en el abuso que hace de la banda de gaiteros. Al principio comencé a contar las veces que aparecían interpretando alguna melodía, pero me cansé al ver que aprovechaba cualquier circunstancias para sacar a los gaiteros, cuya presencia, sobre todo en un par de escenas de guerra que representan el frente flamenco, resulta no solo innecesaria y reiterativa, sino que raya en lo ridículo.


En casi todas las escenas contemplamos la perfecta planificación del maestro, empezando por una de las primeras, la de la despedida en el andén de ferrocarril, con el regimiento desfilando al son de Bonnie Laddie, mientras asoma el humor característico de Ford en la esposa del sargento: "Cerciórate de que no se te suba la falda escocesa. ¡No olvides que eres que eres un miembro de la iglesia y que tus vergüenzas deben estar a buen recaudo!". La gente que se despide ("¡Papi, quiero ir contigo!", exclama una niña a cuyo padre veremos morir más adelante en batalla, mientras se repite en off la despedida de la niña) y el coronel, que también ignora los motivos de King para haber solicitado destino en la India, le lanza un amargo adiós. Continúan las canciones, los sones de las gaitas, mientras en el ángulo inferior, una pareja de mediana edad, se marcha tras despedir a su hijo, reflejando el contrapunto de la amargura a la épica del momento.
De hecho, toda esta escena y la asombrosa utilización que hizo Ford del sonido, causó tal impacto en los productores, que se replantearon la película, pensada para tener solo un par de escenas sonoras y el resto mudas, como resultado tenemos una película completamente sonora.
La película no es uno de los grandes títulos del realizador, pero Ford ya está en ella.



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