lunes, 6 de abril de 2015

EL MANANTIAL

Howard Roark (Gary Cooper), es un atípico arquitecto que se muestra convencido de que en el arte y, principalmente en la arquitectura, el espíritu individual del creador, debe primar sobre cualquier otro interés. Debido a esta actitud, se verá en dificultades para encontrar trabajo en su profesión, pues los promotores siempre tratan de influír, de uno u otro modo, en el producto final.
Los amigos y compañeros de estudios de Roark tratan de hacerle ver que hay que transigir en algunos momentos y hacer una serie de concesiones a quienes ponen el dinero, para entrar en el mundo de la construcción de edificios, de lo contrario, jamás será contratado.
Cuando está prácticamente sin dinero, un importante banco elige su proyecto para el nuevo edificio que albergará la sede de sus oficinas centrales, pero, como en tantas otras ocasiones, tienen en mente una serie de reformas que proponen a Roark como condición indispensable para la firma del contrato. El arquitecto se ve entre la espada y la pared, no tiene un centavo y, además del dinero, el edificio es una obra emblemática que le abriría muchas puertas; a pesar de todo, se mantiene firme en sus convicciones y se niega a aceptar las reformas.
Para seguir subsistiendo, comienza a trabajar en una cantera de mármol. La hija de su propietario, Dominique Francon (Patricia Neal), pasa una temporada en la casa que su padre tiene junto a la cantera. Un día en que visita el lugar, le llama la atención ver a aquel obrero nuevo que ella no sabe quién es. Dominique es la heredera del imperio de su padre, una mujer sofisticada, caprichosa y con ideales de mujer independiente, admiradora de la obra de Roark, se ha erigido en defensora del arquitecto en el periódico en el que trabaja, The Banner, de Nueva York, que ha emprendido una campaña feroz contra Roark y su nuevo proyecto, un edificio para el que le ha contratado un magnate minero que cree firmemente en su talento y que le dejará actuar con absoluta libertad.


Basada en la novela del mismo título de Alisa Zinóvievna Rosenbaum, conocida como Ayn Rand, famosa principalmente por dos de sus obras, ésta y "La rebelión del Atlas", verdaderas obras de culto del liberalismo, doctrina de la que la autora estadounidense de origen ruso fue una convencida postulante, lo que ahora conoceríamos como una gurú.
Ella misma fue la autora del guión del film cuya banda sonora firma, nada menos, que Max Steiner.


Muy bien interpretada, no sólo por la pareja que encabeza el cartel, sino por aquellos otros cuyos papeles tienen relevancia de auténtico protagonismo: Gail Wynand (Raymond Massey), el cínico director del periódico o el despiadado crítico de arte de su publicación, Ellsworth M. Toohey (Robert Douglas).
Uno de los principales problemas del film es precisamente su guión, Ayn Rand, como si pretendiera llevar a la realidad sus postulados, no permitió que se cambiara nada del mismo y lo cierto es que no consigue trasladar del todo a la pantalla lo expuesto en la novela, carente por momentos del adecuado lenguaje cinematográfico.
Para algunos, sobre todo en aquella época, buena parte del fracaso comercial del film, aparte de lo expuesto, se debió a la inclusión de Cooper en el papel protagonista, bastante más mayor que el joven arquitecto de la novela y que no da el tipo del idealista dispuesto a luchar contra el mundo, precisamente por cuestiones de físico.
El caso es que la película está muy bien realizada, con una espléndida fotografía que tiene planos realmente magistrales, sobre todo los que nos muestran la visita de Dominique a la cantera, con contrapicados muy estudiados para remarcar el papel dominante de ella, algo que se contrapone al magnífico plano final en el que Roark está en un plano superior al de ella.


Película muy agradable de ver, más que interesante técnicamente, con un mensaje contra lo colectivo que ha querido ser visto por algunos como un ataque al comunismo, al que Rand odiaba, sin embargo no es menos cierto que buena parte de su mensaje está pensado como ofensiva contra el nazismo y sus ideas de "todo por la causa" y de que el hombre está al servicio de las ideas superiores. Frente a ello, el film plantea una sublimación del individualismo como motor del progreso de la humanidad. Todo lo colectivo es puesto en solfa, desde las ideas solidarias del bien común, hasta la opinión pública que sigue ciegamente a quienes le marcan el camino.
Con una tremenda carga erótica presentada, casi siempre, de manera subliminal, no hay en ella nada explícito en este aspecto, pero Vidor nos transmite con absoluta elegancia la tórrida historia de amor entre los dos protagonistas.
Más de uno piensa que este film es uno de aquellos que ha sido tratado injustamente por los espectadores que no han sabido valorar este atípico melodrama.




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