
Sin embargo, lo traigo aquí por otra razón.
Antes de ser monje, fue herrero y la leyenda cuenta que recibió un día la visita de un hombre que le pidió unas herraduras para sus pies, unos pies de forma sospechosamente parecida a pezuñas. Dunstan reconoció inmediatamente a Satanás en su cliente (qué lección de sagacidad, todo un Holmes en potencia), y explicó que, para realizar su tarea, era forzoso encadenar al hombre a la pared.
Deliberadamente, el santo procuró que su trabajo resultara tan doloroso, que el diablo encadenado le pidió repetidamente misericordia. Dunstan se negó a soltarlo hasta que el diablo juró solemnemente no entrar nunca en una casa donde hubiera una herradura colgada sobre la puerta.
Supongo que hizo el trabajo tan, pero tan exageradamente doloroso, como sólo puede aplicar dolor un cristiano formado en la compasión cristiana y seguramente la Inquisición ayudó a postularlo para santo.

En 1805, cuando el almirante británico lord Horacio Nelson se enfrentó a los enemigos de su nación en la batalla de Trafalgar, el supersticioso inglés clavó una herradura en el mástil de su navío almirante, el Victory.
A mí me resta una pregunta por añadir: ¿En nombre de qué jura el diablo? Y como diría un abogado de esos que le buscan tres pies al gato: ¿El juramento es vinculante?
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