miércoles, 7 de diciembre de 2016

CANCIÓN DE CUNA

Una niña recién nacida, aparece abandonada en la puerta de un convento en la España de finales del XIX. Las monjas dominicas que allí habitan, encabezadas por la Madre Teresa (Fiorella Faltoyano) con el apoyo del resto de sus compañeras Sor Marcela (Amparo Larrañaga), la Madre Vicaria (María Massip), la Maestra de Novicias (Virginia Mataix), la Madre Juana de la Cruz (Diana Peñalver) y la Madre Tornera (María Luisa Ponte), toman la decisión de asumir su educación tras convencer a Don José (Alfredo Landa), el médico del pueblo, para que la adopte legalmente. Teresa (Maribel Verdú), que así llamaron a la criatura, crece entre los muros del convento y ya adulta, conoce al joven Pablo (Carmelo Gómez), del que se enamora y con el que termina contrayendo matrimonio y estableciendo una nueva vida en América.
La película se basa en una obra de teatro de Gregorio Martínez Sierra (pero en realidad escrita por su mujer, María de la O Lejárraga García), estrenada en 1911 y que, hasta la fecha, ha sido llevada a la pantalla hasta en cinco ocasiones. Antes de que Garci lo hiciera en 1994. Mitchell Leisen fue el primero en 1933, con el título de Cradle Song; el propio Martínez Sierra dirigió una adaptación en Argentina, ya después de la Guerra Civil, en 1941; Paulino Masip, en México, en 1953; y José María Elorrieta, en España, en 1961.


“Si no consigo que el espectador salga llorando del cine, habré fracasado”, había dicho Garci durante la fase de montaje. Había escuchado por primera vez Canción de cuna en la radio cuando era un joven adolescente, y enseguida se marchó a la Biblioteca Nacional a leer la obra. Desde entonces, siempre quiso llevarla al cine, pero se trataba de un proyecto tan ambicioso como arriesgado, ya que iba a contracorriente del cine que se estaba haciendo, no solo en España, sino en todo occidente. Afortunadamente, y a pesar de las advertencias de sus amigos, Garci logró poner en pie un proyecto delicioso, una pequeña joya del cine español, tanto desde el punto de vista de la puesta en escena como de la dirección de actrices. Canción de cuna se divide en dos partes bien diferenciadas, separadas entre sí por un lapso de unos dieciocho años, aproximadamente, que corresponden a los dos cuadros dramáticos de la obra original: En el primero, se nos presenta a las monjas y se hace un somero, pero suficiente, retrato de sus formas de ser; también vemos esa fascinación que don José, el médico rural –que apenas aparece en la obra de teatro pero que adquiere un peso fundamental en la versión de Garci–, magistralmente interpretado por Alfredo Landa, siente hacia la Madre Teresa y asistimos a la llegada la llegada de una niña recién nacida al convento y la reacción que provoca en las monjas y en el médico rural que las atiende casi a diario; en el segundo, se plantea la marcha de esa niña, que ya es una mujer, que va a casarse con su novio y va a emigrar a Cuba.
“Saber mirar es saber amar”, se dice en la película y pienso que esta película es para saber mirarla, porque si uno atiende a prejuicios, está claro que le va a salir por las orejas.


Garci se esmera en el cuidado de los detalles, nos regala elegantes movimientos de cámara y un par de secuencias de esas que valen por toda una película, la despedida del médico y la Madre Teresa y el travelling final que recorre los rostros de las monjas, son inolvidables.
Posiblemente, la segunda parte desmerece respecto a la primera, con una Maribel Verdú que tampoco es que haga uno de sus mejores papeles y la presencia casi testimonial de Carmelo Gómez.
Se rodó en el Monasterio de Silos y en el monasterio de la Vid, en Burgos y es un film de emoción y sentimientos, de creación de atmósferas. Y es que, al fin y al cabo, lo que se presenta es una historia de mujeres que no pueden ser madres, pero a las que la vida les ofrece la posibilidad de serlo. La maternidad es, desde luego, uno de los temas centrales de la película.




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