Mientras que en Europa el ascenso de Hitler se va haciendo imparable, en el otro extremo del mundo, los Japoneses se disponen a invadir China. John Rabe (Ulrich Tukur) lleva casi 30 años viviendo en Nankín, al frente de la filial china de Siemens que mantiene en funcionamiento un gigantesco generador y proyecta la construcción de una presa para seguir abasteciendo de electricidad a una población que no cesa de crecer. Un buen día se le informa de que debe de regresar a Berlín, ya que la fábrica va a pasar a estar dirigida por Werner Fliess (Mathias Herrmann), un nazi convencido al que acaba cogiendo animadversión. Durante el baile organizado para despedir a Rabe, los aviones japoneses bombardean Nankín. Ante el terror de los vecinos, Rabe les abre las verjas de la fábrica de Siemens salvando así la vida a centenares de personas.
Al día siguiente, los diplomáticos extranjeros discuten para saber qué actitud adoptar en un contexto tan crítico y deciden instalar una zona de seguridad dentro de Nankín para proteger a la población china. John Rabe es elegido presidente del comité internacional. Durante el tiempo en que el ejército imperial japonés estuvo cometiendo toda suerte de atrocidades con la población civil e incumpliendo los tratados internacionales con los prisioneros militares, 250.000 chinos se refugian en la zona de seguridad. Los japoneses buscan entonces una excusa para atacarla. Ahí comienza para Rabe y sus compañeros una lucha sin tregua.
Desde que Spielberg diera a conocer al gran público la historia de Oskar Schiendler y su famosa lista, han ido apareciendo algunos de estos héroes casi anónimos hasta ese momento que parece que le reconcilian a uno con la condición de ser humano, porque en medio de la barbarie mantuvieron la cabeza fría y supieron ver a un semejante donde otros veían un simple objeto de sus iras. Gente que llevaba el humanismo en su interior, porque hay cosas que no se aprenden.
Más o menos de esto va esta coproducción de Alemania, Francia y China.
La historia de este hombre, miembro del partido nazi, que sin embargo, se da cuenta de que aquello que está presenciando no tiene sentido y que debe hacer algo para paliarlo en la medida de sus posibilidades que, a veces, no son muchas cuando el argumento de tu interlocutor es una pistola.
El film nos presenta a un grupo de occidentales que deciden crear una zona segura, donde ellos y los civiles chinos que a ella se acojan, estén seguros en lo posible. Rabe es elegido presidente, porque se piensa, en buena lógica, que su condición de miembro del partido nazi, le convierte en un interlocutor que será mejor aceptado por los ocupantes.
El perfil que se nos da del protagonista es el de un hombre que vacila a la hora de tomar la decisión de involucrarse, pero que cuando se decide, lo hace con todas sus consecuencias. Es un tanto ingenuo, como queda patente cuando escribe a Hitler informándole de las atrocidades que están cometiendo los japoneses, en la seguridad de que el Führer va a intermediar ante Japón.
Técnicamente la película es correcta, con un empleo adecuado de los efectos especiales, bien ambientada y con una fotografía notable que se luce en algunas tomas en picado.
Las actuaciones también son buenas en general, con una pareja que sobresale sobre el resto: Ulrich Tukur, brillante como de costumbre y un algo sobreactuado (no sé si intencionadamente) Steve Buscemi, que da vida al doctor Robert Wilson, un médico norteamericano que se enfrenta a la peor cara de la situación al tener que asistir con medios precarios a heridos y moribundos.
La película no ha quedado al margen de polémicas, pues aunque a nosotros nos pille lejos, la Masacre de Nanking, es un asunto muy sensible en el lejano oriente, que sigue vivo, hasta el punto de que las autoridades chinas no estaban convencidas de llevar adelante el proyecto, aun cuando China, como queda dicho, participaba en la producción, de hecho lo paralizaron para no tensar más las relaciones con Japón, hasta que un hecho tan nimio aparentemente, como que en un libro de texto desapareciera la mención a Nanking durante la guerra chino-japonesa, enfureció a las autoridades chinas que, de buenas a primeras, firmaron todos los permisos para seguir el rodaje.
Es cierto que el film adolece en algunos pasajes de inventiva cinematográfica y se decide por un lenguaje que en lugar se sugerir, muestra explícitamente, algo que en ocasiones, hace que, por paradójico que parezca, pierda valor dramático la narración.
También en algunos momentos, al dotar de ese aura de heroísmo a los occidentales, puede hacernos perder la perspectiva de que entre 200.000 y 300.000 chinos perdieron la vida en aquellas trágicas jornadas y, por otro lado, en algún instante, sentimentaliza ese heroismo de personas que, al fin y al cabo (los occidentales), se podían mover libremente y estaban a salvo de represalias.
A pesar de todo lo dicho, John Rabe es una figura a reivindicar (dentro de su justa medida), más teniendo en cuenta su triste final, pobre y abandonado, sin que nadie, más que la población de Nanking (que le enviaba comida una vez al mes), reconociera lo que hizo y, aún estos, dejaron de hacerlo forzados por la situación política de su país, cuando Mao se hizo con los resortes del poder.
Me gusta el hilo argumental de esa historia y mucho más la personalidad del nazi RABE en su protagonismo como hombre de bien.
ResponderEliminarNo tenía idea de la existencia de alemanes de este estilo en aquella época.
Es curioso el caso de este hombre, como digo, miembro del partido nazi, que cuando concluyó la II Guerra Mundial solicitó la desnazificación, que le fue denegada por los vencedores. Como aquello era obligatorio para poder obtener un puesto de trabajo, se encontró en la calle, sin medios de vida, malviviendo en un pequeño apartamento sin calefacción, sin poder comer o comiendo (literalmente) basura, para poder mantener los estudios de sus hijos.
EliminarLos ciudadanos de Nanking le enviaron, durante años, un paquete con comida todos los meses, hasta que el cambio de rumbo político en China, acabó también con esta pequeña ayuda de supervivencia.
Ojo al racismo de los japoneses. Conozco un nipón cuarentón que se negó rotundamente a subirse en un coche porque era coreano. Al principio pensamos que era una broma, pero se mantuvo en sus treces y se fue en transporte público (que según Homer Simpson, es para fracasados)
ResponderEliminarLos japoneses se consideraban superiores a los chinos y a otros ciudadanos del lejano oriente, si hubieran podido, se habrían apropiado de la mayoría de los territorios de aquella región. La herida sigue abierta y es que las atrocidades que cometieron están ahí.
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