Gaspard (Melvil Poupaud) es un joven licenciado en matemáticas que llega de vacaciones a Dinard, la ciudad de la Bretaña francesa famosa por su balneario, antes de incorporarse a su primer trabajo. Su idea es encontrarse allí con Lena (Aurelia Nolin), la muchacha de la que está enamorado. Pero en esos días soleados y calmos conoce a Margot (Amanda Langlet), una licenciada en etnografía que prepara su doctorado y en verano trabaja en la crêperie de su tía y con la que traba buena amistad y a Solène (Gwenaëlle Simon), una chica atractiva y sensual que le sugiere nuevos rumbos a su corazón.
Éric Rohmer confesó en alguna ocasión que quizá esta era su película más personal, porque narra cosas que vivió y sintió en su juventud: Todo lo que en ella se narra es real, señalaba, se inspira en situaciones que viví en mi adolescencia y juventud.
La historia nos pinta a un joven tímido, que parece dejarse arrastrar por lo que dicen las mujeres que pululan a su alrededor que, en ocasiones, da la impresión de que juegan un poco con él. ¿O quizá es él al que le vienen bien las circunstancias y las deja hacer a ver lo que ocurre?
El caso es que de verse solo, porque Lena parece que pasa bastante de él, de repente tiene a tres chicas que parecen interesadas por congeniar y habrá de elegir.
Rohmer tenía 75 años cuando rodó esta película, pero pocos como él habrán sabido llegar a las circunstancias de unos personajes que se nos antojan realmente reconocibles y cercanos. Todos, o muchos, hemos vivido historias de estas de amores veraniegos, bien en primera persona o a través de las experiencias de algún amigo o conocido cercano o cercana. Amores en los que, en ocasiones, buscamos a la pareja de nuestra vida y en otras, intuímos o sabemos con certeza, que serán flor de un día y acabarán con el propio verano, aunque siempre, vividas con la intensidad propia de la edad. Esos juegos en los que se dan dos pasos adelante y uno atrás y que van conformando nuestra propia experiencia de vida.
El realizador galo lo hace en un ambiente luminoso y alegre que ampara la despreocupación de los personajes, con largos paseos por la playa o en las cercanías del mar que sirven para que la cámara se recree en la belleza del paisaje.
Una vez más, consigue hacer de una historia sencilla, un relato que nos atrapa y nos absorbe, por la maestría con que desarrolla las situaciones.
Quizás lo más relevante -y más característicamente rohmeriano- es ver cómo el protagonista se autoconvence de estar tomando decisiones cuando simplemente se deja arrastrar por las circunstancias.
ResponderEliminarEs cierto que parece que se deja arrastrar por el destino, al menos da esa sensación.
EliminarQué entrañable el cine de Rohmer, tan cotidiano, tan civilizado, tan francés.
ResponderEliminarSabe mostrar toda la sensualidad de un verano entre jóvenes sin acercarse si quiera a lo chabacano.
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