Johnny Boz (Bill Cable), antiguo cantante de rock y propietario de un nightclub de San Francisco, aparece brutalmente asesinado en su cama con un punzón para picar hielo. La policía encarga del caso al detective Nick Curran (Michael Douglas), que comienza a investigar la implicación de la principal sospechosa, la novia del cantante, Catherine Tramell (Sharon Stone), una atractiva escritora de novelas de intriga. Catherine es psicóloga y tiempo atrás publicó una novela en la que describe un caso similar.
Tras acudir a su casa para interrogarla, Nick se siente inmediatamente atraído por la mujer. Ella es una persona muy inteligente que logra sortear sus preguntas utilizando su atractivo físico y su gran poder de seducción.
En el pasado Nick ha tenido problemas con el alcohol, por lo que ha estado en tratamiento con una psicóloga, la doctora Beth Garner (Jeanne Tripplehorn), su antigua novia.
Aunque Catherine mantiene una relación romántica con otra mujer, eso parece no ser obstáculo para Nick, que cada día parece estar más interesado en ella, aunque la atracción sexual que siente y el hecho de acabar convirtiéndose en su amante, amenazan con dificultar la investigación, incluso ponen en peligro la propia vida de Nick que descubre una sexualidad salvaje nunca antes experimentada. Él está convencido de la inocencia de Catherine, aunque tal vez el amor y el sexo le estén cegando impidiéndole ver la verdad de las circunstancias.
Quizá podría escribirse todo un tratado sobre cómo conjugar las formas con el fondo alrededor de este film del que todo el mundo, aunque no lo haya visto, ha oído hablar.
Desde la puesta en escena y toda la parafernalia técnica y artística que acompaña a una buena película, aspectos en los que incluímos la música de Jerry Goldsmith que ya se manifiesta de alta calidad cuando acompaña a los títulos de crédito iniciales, también muy logrados, hasta los muchos planos de gran calidad técnica y de un nivel artístico a la altura de las grandes producciones de Hollywood.
Secuencias prodigiosas que valen casi por toda una película, como la del interrogatorio, planificada al milímetro, con las cámara colocada en el lugar justo y ofreciendo en unas pocas imágenes una lección magistral de cómo una mujer controla a una jauría de hombres, un grupo de fieras que se convierten en gatitos y que son conscientes de haberse convertido en títeres en manos de ella y les gusta, se ve que experimentan una especie de placer al sentirse dominados.
Al tiempo, el discurrir del film está también repleto de situaciones, giros de guión y pequeñas (o grandes) trampas que nos da la impresión de que van a precipitar hacia el abismo a la película. Sin embargo, Paul Verhoeven, sabe jugar con el riesgo y logra salir, cada vez (y son varias), con bien de ese filo de la navaja en el que va manteniendo el equilibrio. Hay situaciones realmente sonrojantes, simplistas, de una memez absoluta, casi ridículas y, sin embargo, el realizador holandés, se las apaña en cada ocasión para remontar de nuevo y devolvernos a la parte que mantiene el pulso del film, que es la intriga.
Una historia en la que hay muchas cosas: sexo, relaciones homosexuales, intriga, violencia, investigación policial, sangre y ese famoso cruce de piernas que es una de las imágenes icónicas de la historia del cine, con una Sharon Stone que se vio catapultada al estrellato por mérito propio y es que, más allá del innegable atractivo físico, su interpretación está a gran altura.
Película que tiene mucho más de lo que aparentemente parece, bien planificada y con una historia que atrapa para llegar a un final que a más de uno le dejará alguna pregunta en el aire, lo que, para mí, es un plus más del buen guión de Joe Eszterhas que Verhoeven ha sabido trasladar con éxito a imágenes. Una prueba de que se puede hacer cine comercial sin renunciar a la calidad.