Julian Craster (Marius Goring), un compositor en busca de reconocimiento, asiste a una presentación de la Compañía de Ballet de Lermontov y descubre que la música que suena en uno de los números es suya. Julian presenta una protesta ante el director de la compañía de ballet, Boris Lermontov (Anton Walbrook), y le exige una explicación. Impresionado con el talento del compositor, Boris le contrata para que componga el programa musical de la siguiente obra de ballet, una adaptación de "Las Zapatillas Rojas".
Mientras tanto, Boris contrata a una joven bailarina llamada Victoria Page (Moira Shearer) para que se una a la compañía. Un día, la mejor bailarina de esa empresa anuncia que planea casarse, y Boris, irritado por su decisión, pone a la joven Victoria en el papel estelar. A medida que Julian trabaja en el programa musical de la obra y Victoria se entrena para perfeccionar sus habilidades los dos se enamoran. Desde el primer día en que se estrena la obra, "Las Zapatillas Rojas" se convierte en todo un éxito y Victoria en una estrella. Sin embargo, Boris, que considera que el artista debe estar entregado en cuerpo y alma a su arte y alejado de todo lo mundano, incluíso del amor, descubre la relación amorosa entre Julian y Victoria y, en un ataque de furia, obliga a Julian a abandonar la compañía de ballet; pero Victoria le acompaña.
Como Boris es el dueño de los derechos de "Las Zapatillas Rojas", decide que la obra no volverá a representarse. El tiempo pasa y Julian y Victoria viven felizmente casados. Las composiciones de Julian le han convertido en un fenómeno internacional. Un buen día en que Victoria llega a Mónaco, Boris le suplica que vuelva a interpretar la obra, Victoria accede. Julian cancela un compromiso en Londres para viajar a Monte Carlo y persuadir a su esposa de que no lo haga. A pesar de su insistencia, Victoria decide representar la obra... con un trágico desenlace.
Se inspira libremente en el cuento del mismo título que escribiera Hans Christian Andersen y de una manera lejana rememora al bailarín y empresario ruso Serguéi Pávlovich Diáguilev, un hombre que alcanzó gran éxito con los famosísimos Ballets Rusos, la compañía creada por él a principios del siglo XX y en la que formaban los mejores bailarines del momento. El compositor con el que más colaboró fue probablemente Ígor Stravinski.
El encanto exótico de los Ballets Rusos, tuvo efecto en los pintores fauvistas y el recién nacido estilo art déco.
Diáguilev era abiertamente homosexual (tuvo relaciones tempestuosas con algunos de los coreógrafos y bailarines de su ballet, la más conocida con el gran Vaslav Nijinski), una característica que queda aquí apuntada y dejada a la interpretación del espectador en la figura del protagonista, el empresario Boris Lermontov.
La película tiene una innegable influencia en el cine musical posterior, a diferencia de los taconeos de claqué de los musicales de Berkeley, Powell y Pressburger apostaron por el ballet clásico en su acepción más rigurosa. El resultado es un verdadero festín para los sentidos, alejado de las visiones limitadas que califican a la danza clásica como una forma de expresión anticuada.
Las actuaciones de los protagonistas son correctas. Es muy interesante el personaje de Lermontov, con muchos matices y una personalidad compleja. Asimismo, al valorar la actuación de la protagonista, de quien he leído por ahí que lo hace de forma mediocre, en primer lugar, decir que no estoy de acuerdo, no es para enmarcar, pero tampoco está mal y además hay que tener en cuenta que es bailarina, que eso lo hace muy bien y que ocurre un poco como con las cantantes de ópera, actúan como buenamente pueden, tratando de hacerlo con dignidad y no se le puede pedir peras al olmo. Pero vamos, que en este caso concreto, a mí las interpretaciones me parece bastante dignas.
El mundo de la danza, pero también el de la escena en general, es presentado desde dentro, vemos los sufrimientos de los ensayos diarios, las prisas para rematar los decorados antes del estreno, el diseño y la puesta a punto del vestuario, los ensayos de la orquesta...
Todo ello retratado con cariño, incluso con auténtico amor y devoción al contexto general, no sólo al del éxito, sino a la creación artística, de hecho el éxito es presentado como algo fugaz y lo que se nos transmite es la cantidad ingente de trabajo y sacrificios que hay que invertir para lograr ese minuto de gloria.
La película transita muy bien desde la puesta en escena puramente teatral, hasta la narrativa fílmica. El punto culminante son los casi quince minutos de representación del ballet "Las zapatillas rojas", una escena increíble y maravillosa, en la que hábilmente se nos traslada del escenario, al mundo onírico y fantástico en el que se mezclan realidad y ficción.
No olvidemos que, aparte de la música la peli tiene un trama, una historia que nos va contando, la del personaje femenino que se verá abocado a decidir entre dos amores, su marido y la danza. Es como si a un niño le obligáramos a decidir entre quedarse con su padre o con su madre; o a unos padres a elegir a uno de sus hijos.
Y la historia de Lermontov, el hombre para el que la música y la danza, lo son todo y no concibe una vida fuera de aquello, algo que acabará resultando trágico para la protagonista. Como dice una de las intérpretes en la peli: Es un hombre sin corazón.
La bellísima fotografía a colores de Jack Cardiff subraya el dominio técnico de los directores y agrega un elemento cuyas enormes posibilidades expresivas habían sido experimentadas con éxito por Minelli, por ejemplo.
Las zapatillas rojas ha sido considerado como el más ingenioso y elaborado musical jamás filmado. Esto quizá resulte un tanto exagerado, pero lo que sí queda claro es que resulta uno de los pocos musicales que se han atrevido a explorar las complejas posibilidades expresivas de la danza en favor de la narrativa fílmica.