Christopher Cross es un tipo anodino (Edward G. Robinson) que trabaja como cajero en una firma crediticia de Wall Street. Su vida diaria se divide entre su empleo y el domicilio familiar, lugar en el que se ve dominado por su autoritaria esposa.
Como válvula de escape, Chris se dedica a pintar en sus ratos libres, unas obras que él supone no tienen valor alguno.
Ni siquiera conoce el amor, así que cuando un hecho casual le hace entablar conocimiento con una bella mujer, Kitty March (Joan Bennett), a esta le resulta relativamente sencillo hacerle caer en un maquiavélico plan urdido por el hombre del que está enamorada (Dan Duryea), para irle sacando dinero a Chris. Este, para satisfacer los deseos de su amada, será capaz incluso de robar y, cuando descubre que un prestigioso crítico neoyorkino ha quedado prendado de sus cuadros y que entre Kitty y su novio los están vendiendo, no tiene el más mínimo reparo en consentir que sea ella la que pase por verdadera autora de los lienzos.
Fritz Lang se rodea, de nuevo, del trío protagonista de La mujer del cuadro, para abordar este melodrama en el que la dominación amorosa, acaba devorando a sus protagonsitas, dominados y dominadores.
El film es una especie de ramake de La chienne (La golfa), una peli que dirigió Jean Renoir en 1931, si bien, aunque los incidentes sean prácticamente idénticos, las películas resultan diferentes, porque las miradas de ambos realizadores lo son.
Las interpretaciones son apasionantes y la historia está contada de una forma maravillosa, de manera que cuando estamos convecidos de que aquello va a ser un relato sin demasiadas emociones, nos sorprende con los vericuetos hacia los que va desembocando, atrapando nuestro interés por más que sepamos que sea cual sea el final, no puede ser sino trágico.
Magnífica fotografía y gran ambientación para un film en el que los matices de los personajes son múltiples y los mensajes, aparte del principal, también lo son, principalmente en los asuntos relativos al amor y al erotismo, tratados a base de mensajes, a veces explícitos, pero siempre elegantes.
Hay quien ha querido ver en la película una metáfora de la experiencia americana de Lang, como los cuadros de Chris, que cuando ven la luz y consigue el éxito, su identidad se desmorona.
Una de las películas más pesimistas del cine negro americano, pues al final, el protagonista no consigue jamás librarse de la tragedia en la que se vio atrapado en una encrucijada del destino.