lunes, 31 de octubre de 2011

PERVERSIDAD

Christopher Cross es un tipo anodino (Edward G. Robinson) que trabaja como cajero en una firma crediticia de Wall Street. Su vida diaria se divide entre su empleo y el domicilio familiar, lugar en el que se ve dominado por su autoritaria esposa.
Como válvula de escape, Chris se dedica a pintar en sus ratos libres, unas obras que él supone no tienen valor alguno.
Ni siquiera conoce el amor, así que cuando un hecho casual le hace entablar conocimiento con una bella mujer, Kitty March (Joan Bennett), a esta le resulta relativamente sencillo hacerle caer en un maquiavélico plan urdido por el hombre del que está enamorada (Dan Duryea), para irle sacando dinero a Chris. Este, para satisfacer los deseos de su amada, será capaz incluso de robar y, cuando descubre que un prestigioso crítico neoyorkino ha quedado prendado de sus cuadros y que entre Kitty y su novio los están vendiendo, no tiene el más mínimo reparo en consentir que sea ella la que pase por verdadera autora de los lienzos.

Fritz Lang se rodea, de nuevo, del trío protagonista de La mujer del cuadro, para abordar este melodrama en el que la dominación amorosa, acaba devorando a sus protagonsitas, dominados y dominadores.

El film es una especie de ramake de La chienne (La golfa), una peli que dirigió Jean Renoir en 1931, si bien, aunque los incidentes sean prácticamente idénticos, las películas resultan diferentes, porque las miradas de ambos realizadores lo son.

Las interpretaciones son apasionantes y la historia está contada de una forma maravillosa, de manera que cuando estamos convecidos de que aquello va a ser un relato sin demasiadas emociones, nos sorprende con los vericuetos hacia los que va desembocando, atrapando nuestro interés por más que sepamos que sea cual sea el final, no puede ser sino trágico.
Magnífica fotografía y gran ambientación para un film en el que los matices de los personajes son múltiples y los mensajes, aparte del principal, también lo son, principalmente en los asuntos relativos al amor y al erotismo, tratados a base de mensajes, a veces explícitos, pero siempre elegantes.

Hay quien ha querido ver en la película una metáfora de la experiencia americana de Lang, como los cuadros de Chris, que cuando ven la luz y consigue el éxito, su identidad se desmorona.
Una de las películas más pesimistas del cine negro americano, pues al final, el protagonista no consigue jamás librarse de la tragedia en la que se vio atrapado en una encrucijada del destino.




domingo, 30 de octubre de 2011

EL CANTO DEL CISNE

Un viejo actor, ya retirado, que vive en soledad con la única compañía de su anciano sirviente, recibe un homenaje en forma de representación teatral, de forma que, nuevamente tiene la ocasión de subir a un escenario y sentirse joven, pues la juventud del espíritu nada tiene que ver con la del cuerpo.
Al acabar la función, se queda dormido en el camerino y cuando despierta se da cuenta de que todo el mundo ha abandonado el teatro dejándole solo. ¿Solo? No del todo, queda el apuntador, que le ha acompañado durante su larga carrera. Ambos reviven con nostalgia los avatares de sus vidas, sus recuerdos toman la forma de los personajes que llevaron a la escena.
De nuevo Chéjov nos deleita con su maestría para referirnos las cosas pequeñas de la vida, la historia de unos personajes que no han hecho nada extraordinario, que son como cualquiera de nosotros.
Los sentimientos que nos traslada son, como han apuntado algunos exégetas de su obra, no para niños, ni siquiera para jóvenes, sino para personas maduras, porque se requiere, para saborearlos, haber pasado por situaciones como la soledad, la resignación o la desesperanza y así poder comprender toda la melancolía encerrada en sus obras, en este caso en esta obrita de teatro, llena de experiencia de vida.


sábado, 29 de octubre de 2011

ALMA EN SUPLICIO

Alguna vez se ha hablado aquí de las peculiaridades que presenta esto de etiquetar una película. Que si cine histórico, que si musical, que si comedia... Es cierto que algunas veces salta tan a la vista que, aunque uno no encuadre el film explícitamente, es como si viniera ya con la etiqueta puesta, pero otras veces, la cosa no está tan clara, por la sencilla razón de que los géneros se entremezclan, o porque hay un giro en determinado momento que cambia nuestra impresión primera.
Este es uno de esos casos en los que se solapan la intriga y el asesinato, con una historia melodramática donde las haya.
Hasta el punto de que, aún contando con elementos clásicos del cine negro (cadáver, disparos, pistola, policías, alguna biografía nada edificante...), el melodrama y la historia que gira a su alrededor, es tan profundo que, de hecho, se torna en el vedadero epicentro del film.

Los personajes femeninos, tienen un vigor y un protagonismo, que convierten a la peli en una historia, sobre todo, de mujeres.
Caracteres dominantes que, a pesar de serlo, tienen sus debilidades, o una debilidad que puede con toda la fuerza que demuestran en los demás aspectos de la vida.

Joan Crawford, que sabe abrirse camino en un mundo de hombres y, no sólo, ganarse la vida, sino hacerlo de manera brillante en los negocios que emprende.
Ann Blyth, cuya ambición por situarse en la cúspide social, le lleva a vender a su propia madre si ello fuera preciso.
Y Eve Arden, primero jefa y después empleada de Mieldred (Crawford). Algunos de los diálogos entre ambas, son de lo mejorcito de la película y, por cierto, en ellos, los hombres no salen muy bien parados que digamos.

El guión y el argumento que desarrolla, dan para sacar muchas conclusiones, pero es, sobre todo, una crítica a los peligros de la mala educación. Una niña llena de mimos y atenciones, puede llegar a convertirse en el ser egocéntrico, malvado y manipulador que acaba siendo Veda (Ann Blyth), una persona que es capaz de destruír todo lo que toca.
Magnífica la escena inicial, con la casa solitaria de la playa, el hombre agonizante pronunciando el nombre de Mieldred y la posterior aparición de la Crawford, imponente, elegante, caminando por el puente, con las luces reflejándose en el húmedo asfalto en medio de las tinieblas de la noche.

Joan Crawford, que logró liberarse de su contrato con la Metro, para rodar esta película con Warner, se toma una especie de venganza: El oscar a la mejor actriz.
Ella y su hija en la ficción, la adolescente Ann Blyth, maravillosamente odiosa, llenan la pantalla con su presencia y su espléndido duelo interpretativo.
Como alguien dijo, Michael Curtiz nos demuestra que sabe hacer cine más allá de Casablanca.




viernes, 28 de octubre de 2011

LOS CAMPESINOS

En LOS CAMPESINOS se narra la vuelta al pueblo con su familia de un viejo camarero de un hotel de Moscú que ha caído enfermo y ha sido despedido. Entre su hermano, casi siempre borracho, que se gana malamente la vida como guarda forestal y pega terriblemente a su esposa, su vieja madre, que regaña y pega a su hija pequeña, y el resto de los ignorantes campesinos, el viejo y enfermo camarero pasa frío y hambre y acaba muriendo. Su esposa y su hija se van del pueblo y piden limosna por los caminos. Da la impresión de que Chéjov describe la brutalidad y grosería de los mujiks con cierto afán  entre reivindicativo y de simple constatación de una realidad que es multilateral. Aquello parece un círculo vicioso, ellos no tienen esperanzas, para olvidar sus penas tratan de ahogarlas con vodka, pero así nunca saldrán de su penosa situación.
En realidad, Chéjov se situa en el puesto de observador, relatando aquello que ve, eso es lo que mejor se le da, hablar de lo que sabe y conoce, sin entrar en valoraciones: ni apunta soluciones, ni somete a juicio, simplemente cuenta y ¡lo hace tan bien!


jueves, 27 de octubre de 2011

ÁNGEL O DIABLO

Un buscavidas es literalmente echado del autobús, por no tener dinero para pagar el billete hasta San Francisco. Se apea en un pueblecito costero en mitad de la nada y el primer lugar en el que entra es un bar donde conoce a la camarera de la que queda prendado.
Conoce a dos hermanas, solteras maduras, aprovechándose de la ingenuidad de la menor para seducirla y contraer matrimonio con ella, con el objetivo único de desplumarla y conseguir dinero para casarse con la camarera e irse de allí.
La camarera aparece asesinada en su apartamento y el protagonista decide huir porque está seguro de que la policía intentará inculparle.

La primera parte del film es una especie de presentación de los personajes, a los que vamos conociendo a través de sus modos de actuar en la vida.
El punto de inflexión es el asesinato de la empleada de la cafetería, a partir de ese instante el ritmo de la película cambia y se vuelve frenético. Por una parte la huida del protagonista y, por otra, el descubrimiento del verdadero asesino.

Estas situaciones dan lugar a esa especie de duelo que se establece en muchos de estos casos entre el director (el guionista, más bien) y el espectador, a base del típico juego de falsas pistas que se nos van ofreciendo para que creamos lo que no es y lograr un cierto efectismo final.

Quizá uno de los mayores problemas del film es lo poco convincente que resulta.

Eso sí, Preminger dirige con esa exquisitez que le es habitual y la atmósfera creada de claustrofobia, la consigue mediante el recurso de ambientarla en ese pequeño pueblo, como si uno no pudiera correr lo sufientemente lejos para escapar de la mirada de los residentes locales.
Interpretaciones correctas, sin más, con Dana Andrews, Alice Faye y Linda Darnell en los principales papeles, además del siempre eficaz Charles Bickford y de una breve, pero impagable aparición de John Carradine.

Bastante lejos de films como Laura, por ejemplo, con personajes (creo yo) poco desarrollados, para un film, por momentos, entretenido, sobre todo al final.




miércoles, 26 de octubre de 2011

LAS TRES HERMANAS

Las tres hermanas, estrenada en 1901, es una de las piezas teatrales más relevantes de Chéjov y en ella, el autor ruso, nos muestra las aspiraciones truncadas de estas tres hermanas encantadoras, solidarias, cariñosas y románticas.
Masha, Irina y Olga viven en una aburrida ciudad provinciana en la que no sucede nada, todo es mezquino y vulgar. Su ideal es Moscú, símbolo de una vida cosmopolita y feliz. En sus ociosas vidas entra Natasha, al casarse con su hermano Andrei. Ella simboliza la vulgaridad pero será lo suficientemente lista como para tratar de despojarlas de su casa.
En la obra no ocurre nada extraordinario. Y es que a Chéjov lo que le interesa es mostrarnos las anodinas vidas de los personajes, como el doctor Chebutykin, quién olvida todo lo que sabe de medicina ahogado en alcohol.
Todo ello constituye una visión muy pesimista de la Rusia rural, que aniquila las aspiraciones de sus habitantes y los embrutece. Y, al tiempo, nos presenta la dicotomía entre la esperanza en que esa situación mejore y la absoluta falta de ella basada en una escasa fe en la humanidad.
Para algunos, es una de las obras más redondas del autor y donde empiezan a advertirse los cambios sociales que se producen en Rusia antes de la 1ª revolución de 1905.


martes, 25 de octubre de 2011

TENER Y NO TENER

Harry “Steve” Morgan es un curtido marino norteamericano que, a bordo de su pequeño barco, pasea turistas por la Martinica caribeña, controlada durante la Segunda Guerra Mundial por el gobierno de Vichy. Procura mantenerse neutral y al margen de todo lo que le pueda acarrear problemas con las autoridades de la isla.
Sin embargo tras un desagradable incidente, Steve decide aceptar recoger en la costa a dos pasajeros por encargo de la resistencia local afín a De Gaulle.
Un argumento sencillo, adobado con una historia de amor de por medio, dirigido con mano experta y que consigue mantenernos entretenidos durante la hora y media que transcurre entre el primer y el último fotograma.

Un repoker de nombres sirve de presentación cuando leemos los títulos de crédito iniciales: Ernest Hemingway (autor de la novela en la que se basa, premio Nobel), William Faulkner (también premio Nobel, coautor del guión junto a Jules Furthman), Humphrey Bogart y Lauren Bacall (protagonistas) y Howard Hawks (director).

Si a esto unimos algo que resulta casi imprescindible para que una peli sea catalogada como grande, que es un buen plantel de secundarios (Walter Brennan, Dolores Moran, Hoagy Carmichael...), ya sabemos que lo que nos espera es, cuando menos, atractivo y prometedor.

La novela de Hemingway, está ambientada en la Cuba de Batista y va del contrabando de ron entre la isla y Cayo West y el propio D. Ernesto puso alguna pincelada en el guión, del que, como hemos señalado, fue coautor nada menos que William Faulkner. Toda una garantía de que el guión va a tener altura.

Así es, porque buena parte del alto nivel del film se sustenta en los diálogos, con algunas frases que se han convertido en citas de la literatura cinematográfica.

El espectro de Casablanca planea de forma inevitable cuando estamos presenciado el film. Es inevitable, porque las concomitancias son muchas, empezando por el propio Bogart y el papel que hace y acabando porque estamos en una colonia francesa que atiende a las órdenes de Vichy. En el medio, el ambiente, con un cafetín donde se canta para entretener al público, etc.

Esto no supone ningún demérito, al contrario, si un gran film nos recuerda a otro gran film, pues no es para ponerle peros a la cosa. A pesar de todo ello, la cinta no ha llegado a alcanzar el lugar que ocupa Casablanca en la historia del cine. ¿Por qué? Tiene un buen guión y unos actores, secundarios incluídos, que lo hacen de maravilla, pero, según opinan muchos entendidos, la calidad artística es menor.

A pesar de todo lo dicho, en cuanto a su comparación con Casablanca, este film tiene tras si su propia historia, ha creado su propio mito. La pareja Bogart/Bacall.

Aquí se conocieron, ella 19 años, él 44; ella empezando, él en la cumbre; y a pesar de todo, la bomba estalla y como dijo el propio Bogart en un reportaje posterior sobre el film: "las escenas de amor eran puro documental"

Cuando "la flaca" toma la pantalla, con sus miradas, su entonación ronca y el contoneo de cintura, todos caemos rendidos. ¿Todos? Bogey no, es el único capaz de sostener la mirada a la tigresa adolescente y decirle aquello de: Gira alrededor mío ¿Ves alguna cuerda?
Claro que para eso está ella, para replicarle en otro diálogo memorable:
- ¿Quién es la chica, Steve?
- ¿Quién es qué chica?, responde él.
- Y sentencia ella: La que te dejó con una opinión tan alta sobre las mujeres.

Un canto a la libertad y una maravillosa apología del cinismo.
...sabes silbar, ¿No es cierto, Steve?. Tan sólo tienes que juntar los labios... y soplar.

lunes, 24 de octubre de 2011

LA SEÑORA DEL PERRITO Y OTROS CUENTOS

El conocimiento acumulado sobre la condición humana, a través del ejercicio de la medicina, se ve reflejado en casi toda la obra literaria de Chéjov. Alguien le llamó el maestro del cuento que no tiene argumento y es cierto que narraba historias que podrían parecer corrientes, insulsas, pero lo hace con tal maestria que logra que nos maravillemos con su forma de describir situaciones y sensaciones cotidianas.
Uno de los treinta relatos que conforman la edición que yo he manejado, es la Señora (o la dama, como figura en otros sitios) del perrito. Los principales argumentos de esta historia de amor podrían haber sido el sexo o el adulterio, sin embargo Chéjov pasa como de puntillas por estos asuntos, entreteniéndose en lo que, aparentemente, son detalles nimios, que sin embargo, acaban conformando la mejor descripción posible, tanto de los ambientes en que se mueven los personajes, cuanto de los verdaderos sentimientos de estos, de forma que la infidelidad es un tema destacable, pero ni mucho menos, el principal asunto del relato.
El final queda en el aire lo que será de las vidas y la relación prohibida que mantienen estas dos personas, el autor no nos da la más mínima orientación sobre el destino que aguarda a los amantes.
Nabokov, al hablar sobre este final predilecto de Chejov, ya lo decía: Mientras las personas sigan vivas, no hay conclusión posible y definida de sus conflictos, sus esperanzas o sus sueños.


domingo, 23 de octubre de 2011

LA MUJER DEL CUADRO

Un profesor de psicología (Edward G. Robinson) cuya mujer e hijos se encuentran fuera de la ciudad, se reune con unos amigos en un selecto club a debatir sobre los peligros que podría significar para gente de su edad adentrarse en una aventura prohibida. Tras acabar la reunión, el profesor se queda dormido mientras lee un libro y tras un breve sueño, se dispone a marcharse a su hogar pero en el camino se detiene a mirar, en un escaparte, un retrato pictórico de una hermosa mujer. De manera misteriosa la misma modelo del cuadro (Joan Bennett)  aparece como un espectro fantasmal al lado de nuestro protagonista pidiéndole fuego. De ahí se van a beber unas copas a un club nocturno y más tarde al apartamento de la dama. Súbitamente, un hombre irrumpe de forma violenta en el piso y, tras una disputa, intenta matar al profesor. A partir de ese momento lo cotidiano pasa a transformarse en una suerte de pesadilla de la que no hay escapatoria.

Fritz Lang traslada a la pantalla un guión de Nunnally Johnson, basado en la novela Once Off Guard, de J. H. Wallis.

Siguiendo los pasos de hombres como Murnau y Lubitsch, Lang decidió dar el salto y se fue a Estados Unidos, allí, con los medios de la industria americana, rodará algunos de sus mejores trabajos, aunque ya en Europa había dejado películas míticas, sobre todo para los cinéfilos, para quienes títulos como Metrópolis o El doctor Mabuse son imprescindibles.

Noël Simsolo en su libro sobre Lang, al hablar de esta película, dice:
Lang transforma el melodrama policíaco en una representación de los mecanismos del inconsciente, no dejando nada al azar. El retrato muestra una mujer que el protagonista desearía encontrar, de la misma forma que el espectador de una película sueña con encontrar a la mujer cuya imagen le ha fascinado en la pantalla. Toda esta ficción implica una doble "aventura" en la que la idea del sexo se mezcla con la de la muerte en una culpabilidad común.

A través de la historia de este hombre de vida anodina que se ve tentado a la aventura prohibida por una bella mujer, Lang nos introduce en un mundo en el que nada es lo que parece y en el que la reflexión psicológica tiene tanta importancia como la intriga policiaca que, aparentemente, es el tema central del film.

El guión y el director, juegan con el espectador, llevándole por una senda de intriga de alto nivel, algunas veces casi desesperante, por saber qué va a suceder en la siguiente secuencia. Hasta las pistas que nos va dejando son un juego perverso, porque en muchas ocasiones nos parecen pueriles y cuando asistamos al final, nos harán pensar cómo hemos podido ser seducidos y engañados de aquella manera hasta hacernos creer que lo sabíamos todo, cuando apenas intuíamos algo.

Los actores están muy bien elegidos, con un Edward G. Robinson del que nada podemos decir que no se sepa; Joan Bennett desplegando encantos, segura del magnetismo que ejerce sobre los hombres, aquellos que caigan en su red sellarán, sin que ella se lo proponga, un destino fatal: todos acaban muertos; muy bien Raymond Massey, en su papel de fiscal y amigo del protagonista, en un buen recurso de guión para hacernos saber qué es lo que va descubriendo la policía y aumentar la tensión de la intriga; y Dan Duryea, un chantajista que con su papel logra elevar un tanto el interés de la peli cuando este podría correr el peligro de decaer.

De gran nivel también la fotografía y el acompañamiento musical en este film en el que todo está medido. Esas cosas tan típicas del cine negro y que aquí llegan a un nivel de sublimación: Muchas escenas de interior y cuando la cámara, supuestamente, sale a la calle, es de noche, llueve...

Paradójicamente el final es lo que peor queda de todo, aunque en descarga del realizador hay que señalar que Lang se vio forzado a torcer el desenlace por uno edulcorado y moralista que pudiera superar la censura del código de producción de la época y que difiere del de la novela.
Esa moralina final es un lastre para este magnífico film de desenlace inesperado.



sábado, 22 de octubre de 2011

LA SALA NÚMERO SEIS

El doctor Andrei Efímich es un hombre acostumbrado a su cómoda vida, a su cerveza de media tarde, a dejarse acompañar por su amigo Mijaíl Averianich. Su vida se limita a sus costumbres entre las que se encuentra acudir al hospital a trabajar pocas y desganadas horas. Un día entra en la sala número seis, un lugar donde están encerrados los dementes, y allí se encuentra con un personaje poco común que llama mucho su atención, Iván Dmítrich. Su inteligencia y lo agradable que le resulta hablar con él es lo que hará que sus visitas se repitan un día tras otro, hasta que, unos por envidia, otros por ese afán de meterse donde nadie les llama, otros más, en busca de escalar posición si la salud del doctor es puesta en entredicho, comienzan a hacer ver que el médico ha perdido la razón, que aquellas visitas y sus conversaciones con el loco, son síntoma de que algo no funciona bien en su mente.
Una vez más, esa pregunta que todos hemos oído alguna vez: ¿Quiénes son los locos, los de dentro o los de fuera?
Anton Chéjov hace una crítica del sistema de funcionamiento de los hospitales de aquella Rusia, pero más en concreto de la manera de tratar a los enfermos mentales (o a quienes son diagnosticados como tales) a quienes se recoge y encierra en espacios aparte, sin posibilidad siquiera de salir, son seres molestos para la sociedad y hay que quitarlos de la vista, porque su presencia puede sentirse como un reproche a lo que hacemos o dejamos de hacer por ellos. Fuera de la circulación, se acabó el problema.
Esas reflexiones podemos trasladarlas a otros ámbitos de la vida actual, lo que hacemos con los ancianos, con los niños... Pero también a nuestra propia vida, a nuestro trabajo en fábricas, oficinas, talleres, comercios, a una vida alienada, la nuestra y la de muchos de los que nos rodean y nada hacemos por solucionarlo, sólo criticar, como hace el doctor Efímich, quien reconoce que aquello está mal, pero se dice a sí mismo que él nada puede hacer por cambiarlo, víctima de su pusilánime forma de ser.
De cuando en cuando, Chéjov nos deja sus pensamientos sobre algunos otros aspectos de la sociedad de su tiempo, de las instituciones llamadas a velar por el bienestar y la paz ciudadana, corrompidas y desviadas de los principios que debían inspirarlas. Este párrafo es una muestra de esos pensamientos:

Quienes en razón de su cargo deben tratar con los sufrimientos ajenos, por ejemplo, los jueces, los policías y los médicos, con el tiempo, por la fuerza de la costumbre, se insensibilizan hasta tal extremo que, aunque lo quisieran, no pueden mirar a sus clientes más que de un modo formal; por otra parte, no se diferencian en nada del mujik que, en el corral, degüella carneros y becerros sin reparar en la sangre. Con esa actitud formal e insensible hacia la persona, para desposeer a un inocente de todos sus derechos y bienes y condenarlo a presidio, el juez no necesita más que una cosa: tiempo. Sólo tiempo para observar ciertas formalidades, por lo cual le abonaban su sueldo, y luego todo había terminado.

Después de más cien años ¿seguimos igual que en la Rusia zarista?
Yo no me atrevo a ser tan contundente, pero sí es cierto que los avances no han ido parejos en todos los aspectos, mientras en algunas áreas estamos a años luz de aquellos tiempos, en algunas otras cosas, no puede decirse que hayamos avanzado tanto.
Quizá el libro de Chéjov sea más actual de lo que cabría desear.


viernes, 21 de octubre de 2011

LAURA

El detective Mark McPherson (Dana Andrews), investiga el asesinato de Laura (Gene Tierney), a quien encuentran muerta en su apartamento en extrañas circunstancias. McPherson elabora un retrato mental de la joven muerta a partir de las declaraciones de sus allegados. El penetrante retrato de Laura que cuelga de la pared de su apartamento le ayuda en esta tarea. ¿Pero quién hubiera querido matar a una mujer de la que, aparentemente, se enamoraron todos los hombres que conoció? Para complicar más las cosas, McPherson también cae rendido ante su hechizo.
Cuando la película parece que va a empezar decaer, un inesperado giro en los acontecimientos, consigue que la historia tome nuevos vuelos, de modo que ahí comienza una especie de segunda parte que, de nuevo, nos atrapa hasta la resolución del misterio.

La película tiene tanto de cine negro como de historia de amor, si bien una historia de amor muy particular, plagada de fetichismos y con enrevesados componentes psicológicos.
Esa es precísamente una de las caraterísticas del film, la profundidad de los personajes, que Preminger sabe tratar con maestría.

A sacarle partido a esa profundidad, contribuyen de manera decisiva las maravillosas interpretaciones de todo el elenco, con una Gene Tierney cautivadora, sin duda en su mejor momento, pero destacando, para mi gusto, el duelo interpretativo entre Dana Andrews y Clifton Webb, una delicia.
La puesta en escena tiene una base teatral, no en vano el film está basado en una obra de teatro, basada, a su vez, en la novela de Vera Caspary. Eso, para algunos, la hace desmerecer algo, pero yo creo que el resultado es bueno.

Una grandiosa fotografía, en la que llaman poderosamente la atención las iluminaciones y los contrastes claro/oscuro. Joseph LaShelle se llevó un oscar por su trabajo.
Y una música, debida a David Raksin, de gran altura y con una canción, que lleva el mismo título de la peli, que forma parte de la iconografía cinematográfica de todos los tiempos.

Hay unas cuantas curiosidades alrededor de este film y como a mí me encantan estos entresijos, os cuento alguno:
El rodaje lo comenzó Robert Mamoulian, pero debió haber alguna trifulca y contrataron a Otto Preminger para que la dirigiera. El austriaco había llegado a Hollywood, huyendo de los nazis, como tantos otros.
La actriz principal no iba a ser Gene Tierney; Jennifer Jones se negó a aceptar el papel; también Hedy Lamarr que a la pregunta de porqué lo había rechazado contestó: “Me habían enseñado el guión pero no la banda sonora”, sin duda, todo un elogio para el compositor de la música.
Raskin tampoco iba a ser en principio el encargado de la composición musical. Preminguer se dirigió a él después de que Alfred Newman y Bernard Hermann, rehusaran aceptar el trabajo. El austriaco le sugirió que la música podía ser en torno a My Sophisticated Lady de Duke Ellinton, pero Raskin quería algo más romántico, así que le convenció para que le diera el fin de semana, se encerró e inspirándose en la carta que su mujer le había escrito (por cierto, pidiéndole el divorcio), Preminguer tenía el lunes sobre su mesa la partitura de una de las melodías más bellas de la historia del cine.
El retrato de Laura que adorna su apartamento, fue pintado por la mujer de Mamoulian pero a Preminguer no le gustó, carecía del misterio que él estaba buscando, así que Gene Tierny fue enviada al estudio de fotografía de Frank Polony, unas pinceladas aquí, otras allá y, voilá, un magnífico cuadro que, en algunos momentos, se convierte en un personaje más de la película.