Hablar de los Borbones es sinónimo de hacer un recorrido por la historia de España desde 1700 hasta el presente.
Ellos han sido la dinastía más poderosa de Europa y aquí encontramos, tras un somero relato de su entrada en la historia como rama segundona de los Capeto y de aquellos que reinaron en Francia, una crónica mucho más detallada y precisa de la rama que ha gobernado España desde Felipe V, hasta Felipe VI, el actual monarca español.
Un relato violento en el que David Botello habla de guerras, crímenes, conspiraciones, asesinatos, ejecuciones, inteligencia política, envidias, rencillas, pocos escrúpulos y algún que otro golpe de suerte que, más de una vez, cuando todo parecía perdido para ellos en este país, les acababa devolviendo, una y otra vez, al primer plano y a detentar la más alta magistratura del estado. Hubo, al menos, un par de ocasiones en que España se los quitó de encima, pero, como un mal sueño, siempre acababan retornando.
Botello escribe en un tono presidido por el humor y nos acerca a esta dinastía tan particular a través de la trayectoria de personajes como Felipe V (el primero de ellos que aquí reinó) y que se volvió medio loco, llegando a creerse una rana; Carlos III, un rey sobrevalorado, y sus negocios esclavistas; el carácter chaquetero de Fernando VII; María Cristina, la reina más corrupta de nuestro país (que ya es decir) o las dos barajas a que jugaba Don Juan, padre del Emérito, haciendo la pelota a Franco y coqueteando con la oposición.
Un sin fin de anécdotas, historias, historietas, aventuras, rumores y chascarrillos, cuentan con veracidad y con gracia la historia de toda una dinastía que, como digo, es al tiempo la historia de España. Un libro que, además de enseñar historia, lo hace de manera amena y divertida, aunque a quienes estamos en estas tierra de Dios, nos de un poco de pena y, en ocasiones, bastante rabia haber tenido a estos tipos al frente de los designios de la nación, supongo que, ni más ni menos que les ocurrirá a otras naciones con quienes han tenido de dirigentes. Eso sí, los nuestros, al menos algunos de ellos, muy campechanos.