Siempre he defendido que todo está en los clásicos (es un poco exagerado, lo sé) y que la literatura posterior no ha hecho sino dar vueltas a los mismos asuntos que ya habían quedado expuestos en el Ramayana o el Mahabharata de la literatura hindú; las sagas nórdicas o, en el mundo de tradición judeo-cristiana, las obras de la literatura greco-latina. Nos seguimos deleitando con los poemas de Homero, Hesiodo o Píndaro; disfrutamos de las fábulas de Esopo, nos maravillamos con el teatro de Sófocles, Esquilo o Eurípides y nos seguimos tronchando de la risa con el Miles gloriosus de Plauto. Ahí están las grandes crónicas guerreras de Tucidides o Jenofonte, por no hablar de los clásicos de la filosofía como Sócrates, Platón o Aristóteles.
El universo del Olimpo, con sus dioses imaginados a semejanza de los hombres, con sus envidias, sus peleas, engaños, celos y venganzas, ha dado también para mucho y en ese universo tan peculiar es en el que nos sumerge la norteamericana Madeline Miller, gran conocedora del mundo clásico, con esta "Circe" que, en cierto modo, sirve también como una reivindicación del mundo femenino que, aunque representado en este ambiente por la larga lista de diosas, amantes, brujas, adivinas y hechiceras, no deja de ser, como todo, hasta hace relativamente bien poco, un mundo centrado en lo masculino y en el que la mujer tiene un papel anecdótico y, salvo casos puntuales, de mera acompañante del hombre y sus proezas, hazañas o desventuras.
Hija del dios Helios y de Perse, una náyade, una niña rara, según ella, aunque la llamaron ninfa, no había palabra para definirla, pues ni tenía los poderes de su padre, ni la capacidad de seducción de su madre.
Soportando las burlas de sus hermanos que la llamaban cabra o lechuza, al fin descubre su verdadero poder en la brujería, con el que puede transformar a sus rivales en monstruos y amenazar a los mismísimos dioses, por lo que Zeus, temeroso, la destierra a Eea, una isla desierta donde perfecciona sus oscuras artes, domando a criaturas salvajes y encontrándose con celebres figuras de la mitología griega: El Minotauro, hijo de su hermana Pasífae, a quien ayudó a traer al mundo cuando la bestia con cuerpo de hombre y cabeza de toro nació en la isla de Creta gobernada por el rey Minos; Prometeo, que entregó el fuego a los mortales y a cuyo juicio, en el que es castigado a que su hígado sea devorado cada día por un águila, asiste Circe; Glauco, el mortal del que se enamora, un pescador al que Circe convierte en dios, pero que no ama a su benefactora, sino que la ve como a una hermana; su sobrina Ariadna...
Se encontrará también con Dédalo y su hijo Ícaro, de desdichado y triste final. Hermes, que la visita en su destierro y de quien acaba siendo amante; Medea y Jasón y, por supuesto, Odiseo, que la dará un hijo: Telégono. Y acabará teniendo por huéspedes a Penélope, esposa de Odiseo y a su hijo Telémaco, con el que termina unida sentimentalmente.
Conocemos, más o menos, la historia de Circe que se narra en los textos clásicos, pero ¿merece la pena escribir de nuevo sobre algo ya sabido? Creo que en este caso, sí. La autora novela todos estos acontecimientos, los explica desde el punto de vista de la protagonista, empezando por el motivo por el que convierte en cerdos a los hombres, tras ser brutalmente violada por el jefe de los primeros marineros que visitaron Eea, a los que recibió con beneplácito, alimentó y dio cobijo, para que estos, una vez cerciorados de la ausencia de presencia masculina en la isla, le dieran tal pago a cambio, lo que la hizo desconfiada con el resto de los hombres.
La prosa es desenvuelta y amena, lo que la hace recomendable para cualquiera que desee entretenerse con un buen relato y recomendable para aquellos que busquen una forma grata de adentrarse en el atractivo mundo de la mitología.