Nacida en Oakland, California, en 1952, de un padre que estudió ingeniería en Beijing y una madre criada en una familia acomodada de Shanghai, Amy Tan, autora del libro, creció en un mundo estadounidense que estaba completamente alejado del mundo de la infancia de sus padres.
Publicada en 1989, la novela nos habla de cuatro mujeres inmigrantes chinas en San Francisco que se reúnen en lo que han bautizado como El club de la buena estrella, para jugar al mahjong, comer sus antiguos platos, cotillear sobre sus propias familias o las de amigos, conocidos y vecinos y rememorar su vida perdida en su lejano país de origen.
Al club llega Jing-Mei Woo (June), para sustituír a su madre Suyuan Woo, fundadora del club, que falleció recientemente, que en China fue esposa de un oficial del Kuomintang durante la Segunda Guerra Mundial y se vio obligada a huir de su casa en Kweilin y extravió a sus hijas gemelas, apenas unos bebés, cuando huía de los invasores japoneses.
La novela está estructurada a modo de secciones que cuentan, además de las historias de las madres, las de las hijas de estas, ya nacidas en Norteamérica y establece una especie de viaje de ida y vuelta, el que han de vivir las jóvenes, incómodas por la insistencia de la generación anterior en mantener viejas costumbres y hábitos provincianos, que ellas considera un impedimento para liberarse de la gravedad cultural de sus padres. Parte de la lucha que mantienen es para tratar de distanciarse del tipo de obediencia impotente que reconocen en las mujeres tradicionales chinas y que temen que se esté manifestando en pasividad en su propia vida estadounidense.
Sin embargo, al menos en el caso de June, tras el fallecimiento de su madre, una mezcla de dolor, culpa y curiosidad, junto con la incesante incitación de las otras tres mujeres del "Club", a la que llama "tías", conspiran para atraerla al mismo mundo del que tan asiduamente había tratado de distanciarse y comienza a ver a la generación de su madre desde una perspectiva diferente y, poco a poco, a comprender las dimensiones reales de las tragedias que habían dejado atrás en China, empezando a comprender cómo, después de todo lo que han soportado, es posible que se sientan ansiosas y preocupadas de que se pierda toda continuidad cultural entre su pasado y el futuro de sus hijos.
Cuando viaja a China con su anciano padre para reunirse con sus medio hermanas perdidas que han aparecido tras la muerte de su madre gracias a la investigación de una antigua compañera de colegio de ésta, sentimos la intensidad del reencuentro con el hogar ancestral y, cuando June baja del avión para abrazarse a los familiares que han ido a recibirles, es como si finalmente se hubiera suturado una herida que permaneció abierta durante tanto años, con multitud de avatares de por medio.
Es cierto que, en ocasiones, las abruptas transiciones, hacen que al lector le resulte difícil saber quién es quién entre las diversas mujeres que pueblan el relato y nos hace tratar de comprender a tientas quién es la abuela de quién o por qué esta o aquella persona hizo esto o lo otro. Pero las anécdotas de vidas pasadas, los recuerdos a veces angustiosos y ese confuso viaje mental que hubieron de hacer los inmigrantes chinos, están descritos tan bellamente que uno llega a la conclusión de que lo mejor es dejarse llevar como en una especie de sueño.
Es probable que en manos de otro escritor, el tema podría haberse vuelto farragoso o más didáctico de la cuenta, pero Amy Tan, con su sencilla forma de escribir, lo que nos provoca es una tremenda empatía con los personajes y nos hace disfrutar de la belleza literaria de los relatos.