Helga Pato (Pilar Castro), editora en horas bajas, acaba de internar a su marido en un psiquiátrico. En el tren de vuelta, un desconocido se le presenta como Ángel Sanagustín (Ernesto Alterio), psiquiatra que trabaja en la misma clínica investigando trastornos de personalidad a través de los escritos de los pacientes. Durante el trayecto, Ángel le cuenta a Helga la historia de Martín Urales de Úbeda (Luis Tosar), un enfermo paranoico extremadamente peligroso obsesionado, con la basura.
El guión adapta la novela del madrileño, profesor de la universidad de Almería, Antonio Orejudo, publicada en 2000. Era su segunda novela y fue galardonada con el Premio Andalucía de Novela.
La película puede mirarse como tres capítulos aparentemente independientes o como un relato total dividido en partes que convergen. Cuenta la historia de la editora Helga Pato, una cuarentona que por casualidad conoce en un tren al que dice ser el psiquiatra Ángel Sanagustín, quien le cuenta (primer capítulo) la historia de uno de sus personajes, un paciente llamado Martín Urales, quien se alistó en el ejército, fue enviado a luchar en la Guerra de Kosovo donde conoció a la Dra. Linares (Stéphanie Magnin Vella), una mujer decidida y compasiva que al intentar crear un hospital infantil para curar los daños de la guerra, se ve obligada a hacer un trato peculiar y repugnante: A cambio de obtener financiación para el hospital, Linares debe traer un niño al mes a sus benefactores, ella cree que para ser vendidos a familias que les adoptarán, pero más adelante se entera que era para filmar películas para adultos y snuff.
Al regresar a casa después de ser despedido del ejército por intentar alertar a sus superiores, el anciano padre de Martín rechaza la historia y rechaza a su hijo, lo que obliga a Martín a marcharse de la casa paterna de forma definitiva.
En este punto de la narración, Sanagustín baja en una estación de tren a comprar algo para comer pero no tiene tiempo de regresar, y Helga encuentra la carpeta de Sanagustín frente a ella. Leyendo la historia clínica de los pacientes (capítulo dos) Helga recuerda su propia historia cuando, luego de separarse de un famoso escritor, conoció a Emilio (Quim Gutiérrez), un hombre aparentemente tranquilo con el que inicia una relación en la que se verá gradualmente humillada y degradada por un Emilio esquizoide y obsesionado por convertir a Helga en un perro y tratarla como tal. Drogándolo para escapar unos días con su madre y recuperar su libertad, Helga regresa para encontrarse a Emilio, delirante, hurgando en sus propios excrementos, obteniendo suficientes motivos para internarlo en un manicomio justo antes de conocer a Sanagustín.
Fascinada por la carpeta (capítulo tres), Helga decide localizar a Urales y descubrir lo que hay tras los registros médicos de la carpeta, encontrando que la realidad sobre Sanagustín y Martín es más retorcida y peligrosa de lo que podía imaginar.
Película peculiar, diferente, inclasificable, que se aparta de lo que estamos acostumbrados a ver y que, desde luego, no es para cualquier tipo de espectador.
Prácticamente todo lo que vemos en el film está en la novela de Orejudo y el gran mérito de su joven realizador, Aritz Moreno y del guionista Javier Gullón, ha sido, de una parte trasladar con acierto a imágenes la novela, algo que no resultaba sencillo y, de otra, la maestría demostrada en la dirección de actores, muchos de ellos consagrados dentro del panorama cinematográfico nacional. Señalar también que me ha parecido muy bueno el trabajo de montaje de Raúl López, dada la estructura narrativa del film con muchas idas y venidas temporales y mezcla de imaginación y realidad en lo que los intérpretes nos cuentan.
Y es que ya la novela en que está basada es también diferente, su autor, nacido en los sesenta, como otros de su generación, ya libre de las heridas de la Guerra Civil, apenas adolescente cuando desaparece el franquismo y arriba la democracia, deja atrás aquellas historias sociales que reflejaban la tristeza del hambre y la posguerra y toma otros rumbos que tienen a la literatura como algo lúdico, hecho para el disfrute del lector y que también retornan a los clásicos y es que la novela y por ende, la película, tienen algo de cervantino que los críticos, al menos los de a pie, no han sabido apreciar, como por ejemplo el episodio de los minusválidos y su viaje a París (Rosa y Gárate, interpretados por Macarena García y Javier Botet), magnífico por sí mismo y que dicen que no casa con el resto del film. Eso está así en la novela y es (salvando las distancias, claro), lo mismo que ocurre con Las bodas de Camacho en el Quijote, son episodios excéntricos, que tienen propia personalidad en el contexto de la obra, que parecen metidos en ella de manera inconsecuente a primera vista, pero que, cuando se reflexiona con calma sobre ello, tienen su porqué y quedan bien en el conjunto.
El propio personaje de Gárate, es un homenaje implícito a la figura de Don Quijote. A causa de la debilidad de su estructura ósea, Gárate ha vivido, desde niño, postrado en una cama y todo lo que sabe del mundo es a través de lecturas y del cine. Cuando ayudado por un armazón ortopédico logra cierta independencia para moverse y sale al mundo real, se admira de que no se parece a lo que él imaginaba y para acabar de fastidiarla, cuando tiene un encuentro íntimo con Rosa, pone en práctica su experiencia amorosa que deriva de lo visto en películas pornográficas, con lo que la chica huye despavorida. Exactamente igual que hacía Alonso Quijano que veía el mundo a través de la óptica de los libros de caballería que le tenían sorbido el seso y sus actuaciones resultaban excéntricas, cuando no directamente desastrosas.
De cualquier modo, uno de los personajes aclara la duda que pudiera haber en una sola frase: ¿Para qué tanto esfuerzo en parecer real si todo el mundo sabe que no es más que un libro?
La película critica o ironiza, sobre todo lo habido y por haber: la pederastia, las snuff-movies, los poderes fácticos (la iglesia, las grandes corporaciones, la industria farmacéutica...), los políticos y altos funcionarios, el abuso y sometimiento de la mujer en la pareja, el consumo desaforado... Todo ello con un tono de humor negro muy particular, un humor cercano al absurdo que tiene algo de kafkiano y que entiendo que a algunos les pueda resultar desagradable cuando no directamente repulsivo, pero que está hecho con inteligencia y de forma absolutamente irreverente.
Ya digo que no es película para cualquier espectador, pero quien tenga la suerte de comulgar con su lenguaje, disfrutará de un buen producto, entretenido, original, diferente y de propuesta arriesgada y valiente que, por añadidura, nos deja una reflexión sobre la delgada línea que separa la locura de la normalidad.