“No cocina, pero tampoco muerde”. Así comienza el anuncio en el que Rose Llewellyn, una viuda de “buenas costumbres y disposición excepcional”, se ofrece en el otoño de 1909 como ama de llaves; la frase capta de inmediato la atención de Oliver Milliron, un viudo con tres hijos y poca maña en las tareas domésticas, que la contrata para poner un poco de orden en su casa de Marias Coulee (Montana).
Y así comienza también la inolvidable temporada que Rose y su hermano Morris, un dandi sabelotodo, pasarán en este pueblo de granjeros.
Cuando la maestra local se escapa con un predicador, Morris se verá obligado a aceptar su puesto; sus particulares métodos de enseñanza marcarán para siempre a los jóvenes alumnos de la escuela rural. Ni ellos ni la familia Milliron ni el pueblo de Marias Coulee volverán a ser los mismos tras la llegada de Rose y Morris.
El norteamericano Ivan Doig, hijo de colonos y rancheros de origen escocés afincados en Montana, utiliza sus propias experiencias y recuerdos para traernos esta historia emotiva y entrañable narrada por Paul, el mayor de los hijos de Oliver Milliron. Una familia que llegó allí atraída por la entrega de tierras libres para cultivar y a través de cuyas peripecias conocemos la vida a principios de siglo en un lugar en el que las Rocosas (que se divisan al fondo), pierden su ser y se transforman en llanura suavemente ondulada y en el que tienen su propia granja, como sus vecinos, alejados y cercanos a un tiempo unos de otros, lo que conlleva un peculiar estilo de vida, entre otras cosas, que los pequeños tengan que acudir a la escuela, cada cual desde sus desperdigadas casas, a veces cercanas y otras realmente alejadas, a lomos de sus monturas.
Es una historia cuyo fondo son los hechos cotidianos de cualquier familia en parecidas circunstancias, así como el misterio que envuelve a los personajes de Rose y Morris, misterio que se irá resolviendo a lo largo de la novela y desentrañando del todo al final de la misma. Pero hay un elemento que me ha resultado atractivo por el interés y el especial cariño que siempre ha despertado en mi: La educación.
Estamos hablando de las escuelas unitarias, aquellas que reúnen niños de distintas edades en una sola aula, en este caso, niños que soportan además trabajos en las granjas ayudando a sus padres en jornadas agotadoras. Un trabajo, el de los maestros y maestras de las unitarias, difícil, complicado, en muchas ocasiones con poquísimos medios, pero tremendamente gratificante para quienes lo desarrollan de forma vocacional, por lo que los niños te devuelven y porque eres consciente de que estás llevando a cabo una verdadera labor social además de la puramente educativa y porque las familias se involucran en el sistema. La verdad es que las virtudes y dificultades de este tipo de escuelas, están muy bien descritas en la novela.
Además, el libro es todo un homenaje explícito a Mark Twain, además de porque retrata una historia que muy bien podía haber escrito él, salvando las distancias, porque una de las actividades que organiza Morris para sus alumnos y las familias, tiene que ver con el cometa Halley, que en 1910 nos visitó, puntual a su cita de cada 75 años y el maestro de las letras norteamericanas nació y murió coincidiendo con sendas visitas del cometa.