¿Hasta qué punto lo que hacemos está bien y a partir de dónde empieza a no estar tan bien?
Preguntas como estas acompañan a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Las llamadas guerras justas; el derecho de conquista; mi religión que trata de imponerse a la tuya; mis bienes que siguen siendo míos aún cuando tú te estés muriendo de hambre; nuestro derecho a comerciar con esto o aquello...
En sobradas ocasiones, las cosas están claras para la mayoría de la gente, en otras no tanto y basta con que preguntemos por ahí sobre cualquiera de los temas candentes o no, que rodean nuestra existencia. Habrá quien te diga que hay cosas inadmisibles, para otros depende cómo se miren y otros más comprenden esa manera de actuar e incluso la defienden.
Y es que los terrenos de la moralidad son resbaladizos y más cuando unos derechos chocan con otros. ¿A cuál damos preferencia? ¿El derecho a la vida o la investigación? ¿El derecho de huelga o el bien comun? ¿El derecho al trabajo o el del empresario a despedir a quien quiera porque el dinero y la empresa son suyos?
Preguntas como estas acompañan a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Las llamadas guerras justas; el derecho de conquista; mi religión que trata de imponerse a la tuya; mis bienes que siguen siendo míos aún cuando tú te estés muriendo de hambre; nuestro derecho a comerciar con esto o aquello...
En sobradas ocasiones, las cosas están claras para la mayoría de la gente, en otras no tanto y basta con que preguntemos por ahí sobre cualquiera de los temas candentes o no, que rodean nuestra existencia. Habrá quien te diga que hay cosas inadmisibles, para otros depende cómo se miren y otros más comprenden esa manera de actuar e incluso la defienden.
Y es que los terrenos de la moralidad son resbaladizos y más cuando unos derechos chocan con otros. ¿A cuál damos preferencia? ¿El derecho a la vida o la investigación? ¿El derecho de huelga o el bien comun? ¿El derecho al trabajo o el del empresario a despedir a quien quiera porque el dinero y la empresa son suyos?
Planteado así, en términos absolutos, para la mayoría está medianamente claro, aunque no creáis, que ya así empezarían las discrepancias de algunos. Pero el verdadero problema surge cuando los términos no son tan absolutos, cuando la claridad de los acontecimientos se diluye. Por eso, quienes lo saben y quieren arrimar el ascua a su sardina, no dudan en acudir a la tergiversación, a la ocultación de parte de la información, eso que se llama decir la verdad a medias, o directamente en mentir, precísamente para que los hechos aparezcan de tal forma que la opinión pública no tenga dudas de que aquello que le están contando es así y no como en realidad es.
En esta peli, coinciden dos de los grandes del cine de todos los tiempos: Billy Wilder y Kirk Douglas, un genio del guión y de la dirección y un actor de los de raza, de los que, como ocurre en esta peli, llenan la pantalla, no necesita comparsas, él se basta y se sobra para dar vida a la peli entera. El resultado es una film que, a pesar del ritmo un tanto lento durante la parte central, te resulta fascinante.
En la presentación, el protagonista se nos retrata como un periodista sin escrúpulos que ha sido despedido de varios medios por alcohólico, ligarse a la mujer del jefe o publicar informaciones sin contrastar que han resultado ser falsas.
A partir de ahí, la crónica de un tipo que está dispuesto a que la verdad no le arruine una buena historia.
Un guión sin concesiones a la sonrisa, duro, pero a la vez, magistral, plagado de diálogos y frases brillantes y con una soberbia interpretación de Douglas.
Con planos espectaculares, casi todos ellos tomados desde la altura de la montaña en la que está sepultado Leo Minosa. En uno de ellos, la explanada llena con 400 automóviles, pero sobre todo, el plano final, con el padre de Minosa, en medio de la arena de la explanada que rodea su gasolinera, que ha quedado desierta, porque la gran mentira ha tocado a su fin y la noticia ha desaparecido.
"Primera plana" se llevó la fama, pero el varapalo auténtico al periodismo sensacionalista se lo da Wilder con esta película, en la que retrata la arrogancia, el cinismo, la manipulación, el desprecio por cualquier norma moral del que son capaces los medios que se dedican a este cometido, las personas que los dirigen y los periodistas-estrella que trabajan en ellos.
Pero Wilder va más allá, los políticos y funcionarios corruptos que facilitan el "trabajo" de estos personajillos, se llevan su buena tunda.
Y el público, todos nosotros, que consumimos este tipo de información, que estamos ávidos de desgracias ajenas y que justificamos esta barbaridad porque como dicen ellos: Hacemos lo que el público pide. ¿Nos manipulan o nos dejamos manipular? A veces uno piensa que hay gente a la que le encanta que le manipulen, con tal de que le cuenten una historia escabrosa o de que hurguen en las miserias de otros para poder cotillear.
Un tipo que sufre un accidente y queda sepultado, trabajos de rescate y fuera, en el exterior, en un lugar casi desierto, surge toda una ciudad, comerciantes, curiosos, artistas de medio pelo y hasta un circo. Y, por supuesto, la prensa, periódicos, emisoras de radio y televisión, todos están allí, dándose codazos por una exclusiva, dispuestos a contar lo que sea con tal de subir la audiencia ¿No os suena todo esto?
La película fue un fracaso comercial. Wilder lo justificaba diciendo que en 1951, la gente todavía creía que los periodistas eran gente honesta.
Él acudió a una caricatura, exageró el asunto, hasta el punto de que al protagonista le improta un comino jugar con la vida del accidentado con tal de alargar la noticia.
La desgracia es que el tiempo ha demostrado que, una vez más, la realidad supera a la ficción.