Charles Howard (Jeff Bridges), es un adinerado hombre de negocios que representa el sueño americano por excelencia. Llegado a San Francisco con unos pocos dólares en el bolsillo, se da cuenta del potencial que representan los automóviles, suponen el futuro y vendiendo coches alcanza un más que notable éxito, ascendiendo rápidamente de condición social.
Un accidente de automóvil se lleva por delante a su único hijo, un pequeño de apenas 10 años, la madre del muchacho siempre culpará su marido del trágico accidente y acaban separándose. A pesar de su fortuna, Howard se siente un hombre acabado, sin incentivos, hasta que en una visita a México, conoce a Marcela Howard (Elizabeth Banks), una belleza morena de espíritu vitalista con la que acabará casándose. El amor de Marcela por los caballos, induce a Charles a entrar en el mundo de la competición hípica y decide buscar un entrenador y un caballo para disputar carreras.
El hombre elegido será un vaquero solitario y testarudo llamado Tom Smith (Chris Cooper), que comienza a buscar un caballo al que entrenar. Descubre a Seabiscuit, un caballo glotón y holgazán, postergado desde su nacimiento, demasiado pequeño para correr. El jockey que montará a Seabiscuit es Red Pollard (Tobey Maguire), un joven jinete de carreras frustrado y resentido, golpeado duramente por la vida y con un pasado familiar que le ha dejado marcado.
Este trío de personas casi desahuciadas, encontrará en el caballo, tan marcado como ellos mismos, el aliciente para seguir peleando en la vida.
El guión se basa en el best seller de Laura Hillenbrand "Seabiscuit. Más allá de la leyenda", que en su primera semana a la venta ocupó el número 8 entre los más vendidos y dos semanas después se encaramaba a la primera posición. Si la respuesta del público fue contundente, la de la crítica fue igualmente abrumadora: más de veinte publicaciones lo eligieron entre los libros del año, entre ellas los periódicos y revistas más prestigiosos de EE.UU.
La película comienza con unas imágenes documentales que apoyan las siguientes palabras:
Lo llamaban el coche para todos, el propio Henry Ford lo llamó el coche de la gran masa, era funcional y sencillo, como la máquina de coser o el horno de hierro, se podía aprender a conducirlo en menos de un día y se fabricaba en cualquier tono... en cualquier tono de negro. El primer modelo T concebido por Ford se tardó 13 horas en montar, cinco años después, de su fábrica salía un vehículo cada 90 segundos. Claro que el invento más importante de Ford no fue el coche, sino la cadena de montaje. Muy pronto otros negocios empezaron a aplicar esa misma técnica: montones de costureras se convirtieron en pegabotones, muchos ebanistas en operarios de maquinaria. Fue el nacimiento y la muerte de la imaginación, todo al mismo tiempo.
Unas frases que resumen el espíritu de aquello que nos va a narrar el film: El futuro está ahí, no podemos volver la espalda al progreso, pero tampoco debemos renunciar a los sueños.
El film nos lleva a los años de la Gran Depresión, cuando millones de norteamericanos se quedaron en el paro (una triste realidad para nosotros 90 años después), el país está plagado de perdedores, tres de ellos (cuatro, si contamos al caballo), se ven unidos por el destino en la persecución de un sueño imposible que llevarán adelante contra viento y marea. Como dice uno de los personajes, la gente creía que habíamos recogido un caballo y le habíamos curado y dado de comer, pero en realidad, fue él el que nos curó a nosotros.
Ambientada con detalle, con una fotografía brillante y un plantel de actores que cumplen bien en sus papeles, "Seabiscuit" es el retrato de la superación en tiempos difíciles y circunstacias adversas, la historia de las segundas oportunidades, la paciencia y la constancia, el trabajo y el cariño ensamblados para superar las zancadillas de la vida.
La banda sonora está firmada por Randy Newman, plagada de pasajes melódicos, con solos de flauta y trompeta a los que adicciona trozos de swing y música popular mexicana, con una melodía interpretada por el Mariachi Reyna de Los Angeles. Un trabajo de gran nivel que acompaña a la perfección la narración visual.
Laura Hillenbrand, la autora de la novela, es una apasionada de los caballos, lleva montando toda su vida y ha escrito sobre el tema en muchas revistas, incluso ha realizado crónicas de carreras.
El director Gary Ross es también un fan de las carreras de caballos. De religión judía, hay una anécdota que lo resume todo, pues les preguntó a sus padres si podía celebrar su bar mitzvah en un hipódromo.
Así que cuando comenzó la carrera para hacerse con los derechos del libro, Ross decidió llamar a Laura. Estuvieron dos horas al teléfono y la escritora apreció el entusiasmo de Ross por los caballos y comprendió que el cineasta sentía interés en la historia por las mismas razones que ella, y no sólo por el atractivo de resucitar la figura de un caballo sin futuro alguno y que se convirtió en el vencedor más popular de sus tiempos.
Seabiscuit se conviritó en un héroe para muchas personas en la Norteamérica de los años 30, a muchos de ellos les produjo algún beneficio a través de las apuestas, un dinero rápido y fácil en un momento en el que la gente estaba muy necesitada. Fue todo un fenómeno de masas y su desafío contra War Admiral, llevado a cabo en la pista de carreras de Pimlico, fue seguido a través de la radio por cuarenta millones de personas, en un día en el que muchas empresas concedieron horas libres a sus empleados para que pudieran seguir el evento.
Los aficionados al mundo de la hípica sabrán apreciar algunos detalles que al común del público le parecerán cosas inventadas o recursos del guión, pero que en realidad son cosas tomadas de la realidad.
Las escenas de las carreras, sin que supongan un hito cinematográfico, sí que fueron todo un desafío técnico que la realización ha resuelto con solvencia, consiguiendo algunos planos de relevante plasticidad.
La película se mueve constantemente en el filo de la sensiblería y de la lágrima fácil, pero sabe salir de la trampa cada vez que se aproxima peligrosamente a ella, sin llegar a caer en la misma en ningún momento.
Quizá hubiera quedado más redonda con menos minutos de metraje y si hubiera conseguido dar con el punto para acabar de emocionarte del todo. Entretenida, pero sin llegar a conseguir la empatía del espectador.
En el paddock del hipódromo de Santa Anita (California), se puede contemplar una estatua erigida en honor a Seabiscuit.