Un actor en apuros llamado Lance (Michael McManus) trabaja como camarero de habitaciones de un hotel, aunque, a sugerencia de la dueña, a veces acepta trabajos de gigoló. Una colega está obesionada con él, pero Lance la ignora y evita. Deja su curriculum vitae actoral en el cuarto de una guionista, que está realizando audiciones para un telefilme basado en la historia verdadera de su fallecido hermano. Lo escoge para que interprete el papel protagónico y los dos comienzan un romance. Ella se muestra cada vez más angustiada, pues es claro que el productor está cambiando su historia.
Resulta innegable la importancia que han tomado las imágenes en nuestro mundo en poco más de una generación y más últimamente en que, además de consumidores, nos hemos convertido en productores de las mismas, creando nuestro propio universo personal, personalizando nuestros propios recuerdos y dejando huella de las cosas que nos interesan a nivel particular.
Sobre esta influencia es sobre lo que reflexiona la película de Atom Egoyan que, en algunos momentos parece tener un cierto sello de cine experimental. Si las imágenes, a la larga, nos ayudan a mantener vivo el recuerdo, no es menos cierto que, en ocasiones, lo condicionan, pues no dejan de ser eso: imágenes. Es decir, no son la pura realidad, esa ya se escapó, el momento ya trascendió y en la imagen pasada que contemplamos en el presente, fabricamos nuestro propio recuerdo. Por eso resulta interesante la forma en que está rodada la película, por ejemplo, la mala calidad de algunas de las imágenes de vídeo que se nos presentan (rayas, imagen como de nieve, desenfoques, etc.), como para subrayar la división entre imagen y realidad, empezando por las propias películas de cine, porque el cine mismo no es realidad, es una película, la vida real es otra cosa que ver imágenes cómodamente sentado en la butaca de un cine o en el confort del sofá de nuestro salón, aunque aquello nos provoque sentimientos y reacciones. A través de estas imágenes, incluso de las que nosotros mismos creamos, estamos inventando una realidad y, de hecho, cada vez que las vemos, nos pueden sugerir cosas diferentes y, aún más, como ocurre con nuestras lecturas, con el estudio a través de los libros, con las imágenes podemos adquirir el conocmiento sobre cosas y situaciones que no hemos vivido nunca.
Comprender las características de la imagen, pensar en sus límites y en la capacidad de influencia que tienen sobre nosotros, esa es la reflexión de Egoyan, que consiga transmitirnos sus inquietudes, ese ya es otro cantar.
Pese a haberse estrenado en 1989, la película resulta premonitoria sobre muchos aspectos que después se han ido gradualmente agudizando.
ResponderEliminarParece que Egoyan supo ver lo que se avecinaba
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