Ciego, frágil, muy viejo y bastante harto de oír que en el Odeón de Atenas se aplaude la versión de la historia de Heródoto, Ciro Spitama decide dictarle su propia historia a su sobrino Demócrito. Estamos en el año 445 a. C.
Amigo de reyes, filósofos, emperadores, generales y sabios; compañero de escuela de Jerjes, empleador de Sócrates, llegó a conversar con Confucio, al que le unió algún tipo de amistad. Nieto de Zoroastro, en cuya muerte estuvo presente y escuchó sus últimas palabras. La temprana muerte del padre persa de Spitama lleva al joven muchacho y a su madre griega a buscar el cobijo de la corte persa en Susa. Durante una cacería, un jabalí ataca a Ciro y Jerjes, que es su contemporáneo, le salva la vida. A partir de entonces serán, en algunos aspectos, casi como hermanos. El rey Darío le encargará que viaje a la India y en sus viajes, acabará llegando a China.
Es una novela larga y su protagonista es un buscador de la verdad que vive en una época que le permite conocer a grandes personajes de la historia. No cabe duda que resulta interesante, como lo es en sí misma la prosa de Gore Vidal, pero quizá las largas charlas filosóficas y morales y las elipsis a que acude algunas veces («El viaje de Lu a Magadha por la ruta de la seda duró casi un año. La mayor parte del tiempo estuve enfermo» o «Ya no recuerdo, con ningún detalle, la ruta exacta que tomamos...», por ejemplo), hacen que durante algunos pasajes, el atractivo por la misma decaiga y le falte algo de ese encanto de algunas novelas históricas que nos sumergen en detalles, incluso aunque sean cotidianos.
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