Paul Theroux, escritor estadounidense y experto viajero, en 1986 vuelve a China, donde ya había estado, aprovechando un año sabático. Su instinto le decía que un país tan enorme sólo puede conocerse «sin despegar los pies del suelo». Y se propuso atravesarlo viajando sólo en tren. De Mongolia a Pekín, de Pekín a Shanghai, de Shanghai a Cantón, y de allí hacia el norte y por todo el interior del país, Theroux recorrió miles de kilómetros. El resultado es un itinerario palpitante de detalles y anécdotas, en la mejor tradición del reportaje literario, que muestra sin tópicos ni folclorismos la realidad profunda de China.
Es cierto que han pasado mucho tiempo desde ese viaje y que en estos cuarenta años China ha cambiado sustancialmente, al punto de que algunas de las cosas y situaciones que Theroux relata en su libro, seguramente ya no serán así o habrán desaparecido para siempre, pero quizá eso, por contra, dota al relato de un aire de documento etnográfico sobre el pasado reciente de un pueblo que en aquel momento se estaba recuperando del desastre que supuso la llamada "Revolución cultural" impulsada por Mao y de la que, conforme a lo que cuenta el autor, mucha gente renegaba y otros tantos, estaban pagando sus nefastas consecuencias.
El viaje comienza en Londres, desde Dover cruza el Canal de la Mancha y recorre media Europa, incluídas la entonces República Democrática Alemana y Polonia en la que ya Solidaridad, el sindicato de Lech Wałęsa, mostraba su fortaleza, hasta llegar a Moscú, de allí hasta Mongolia para finalmente entrar en China y recorrerla completamente de Norte a Sur y de Este a Oeste, siempre en ferrocarril, salvo el último tramo, cuando visita el Tibet donde, como es bien sabido, no llega el tren. El autor se movió con cierta libertad, pese a que, en muchos momentos, se vio obligado a viajar con un funcionario pegado a su espalda y habló con todo tipo de personas, desde altos funcionarios (aunque solo de manera excepcional y para complementar la visión adquirida), hasta gente normal y corriente: estudiantes, trabajadores, intelectuales, en fin, las personas que se cruzaba en su larga travesía. Theroux nos cuenta su particular visión, no siempre complaciente, todo lo contrario, habla de lo mal planificadas que están las ciudades, de lo sucios que le han parecido los chinos en general y los trenes en particular, de la extendida costumbre de cobrar más a los extranjeros, de que las tierras de cultivo están aprovechadas hasta la extenuación, la escasez de bosques... muchas cosas, algunas que quizá parezcan excesivas en su negatividad al lector.
En el último capítulo, el dedicado al Tibet, como queda dicho el único que no realiza en tren, se explaya sobre la barbarie de los chinos con esta región del planeta que se anexionaron en 1951, ocasionando graves daños a su patrimonio cultural, tratando de borrar su pasado budista. Dice Theroux que hay que conocer el Tibet para entender lo insensible que puede llegar a ser China y que a pesar de los bombardeos, las matanzas, las ejecuciones, las torturas, las profanaciones, las consignas para imbéciles, las humillaciones, los insultos, el racismo, los trabajos forzados, la donación obligatoria de sangre y otras vejaciones, las cicatrices apenas se notan en el Tibet debido a la actitud de la gente que aprendió a distanciarse de los chinos de la manera más eficaz: tomándolos a risa.
Es un libro extenso, pero muy entretenido, lleno de anécdotas y muy ilustrativo de lo que podía ser el país en la época, ya digo que quizá hoy haya cambiado y, sobre todo, muestra como son algunas de las zonas menos conocidas por encontrase fuera de los circuitos turísticos tradicionales, siguiendo la mejor tradición de los libros de viajes que retratan experiencias vividas en primera persona y que nos acercan a la realidad profunda de los lugares visitados.
El libro toma el título del apelativo que recibe el tren de Pekín a Urumchi, el trayecto ferroviario más largo de toda China: cuatro días y medio de montaña y desierto. La frase «gallo de hierro» (Tie Gongji) aludía a la tacañería, porque «el avaro no regala ni siquiera una pluma... como el gallo de hierro». También existe un juego de palabras con gallo de hierro, porque contiene un retruécano con los términos «ingeniería» y «locomotora».
Imagino que la China actual debe de haber crecido desproporcionadamente, alejándose de la imagen novelesca que puedan aportar éste y otros libros de viajes por el estilo.
ResponderEliminarChina es demasiado grande como para sacar una idea global de ella, pero supongo que sí, algo habrá cambiado y, por cierto, la imagen de ella que se saca de este libro no es precisamente novelesca.
EliminarGracias por la reseña. Se ve un libro interesante sobre China Tomó nota. Te mando un beso.
ResponderEliminarQuizá un poco antiguo, pero sí, resulta interesante.
EliminarLeí este libro hace unos pocos años y me costó un poco acabarlo, no sé si por las circunstancias de la pandemia. Cuando le coges el ritmo es interesante, aunque Theroux me pareció un viajero gruñón, escéptico e incluso malhumorado. De todas formas, tengo previsto leer El gran expreso de la Patagonia próximamente.
ResponderEliminarEs un poco particular, sí.
Eliminar