LLOVIENDO PIEDRAS

 

Bob (Bruce Jones), trabajador en paro, vive con su mujer Anne (Julie Brown) y su hija Coleen (Gemma Phoenix) en un barrio pobre de Manchester, al norte de Inglaterra. Aunque su situación económica es muy precaria, fiel a las tradiciones católicas, hará lo que sea necesario para que su hija lleve un bonito vestido el día de su Primera Comunión.

Ken Loach recurre una vez más a actores no profesionales o poco conocidos y, cuando hablaba de cómo había sido el rodaje de la película, decía que "parece viva porque está interpretada por personas que creen todo lo que hacen en ella. Son gente sincera y que lo pasa muy mal. Por eso son divertidos. Se pasaron las cinco semanas del rodaje partiéndose de risa como locos. El humor es el único medio que tienen para poder soportar lo insoportable. Y lo transmiten a la pantalla, porque son gente digna. Para quienes no tienen nada, es esencial seguir conservando la dignidad".

Una historia bien sencilla, tan sencilla como la de un padre sin trabajo, que apenas es capaz de conseguir que su familia llegue a fin de mes, cometiendo pequeños hurtos y trapicheando por el barrio, que le compra a su hija un vestido para su primera comunión pidiendo un préstamo que no puede pagar y que le va a ocasionar problemas a él y a su familia. 

Tenemos ante nosotros al mejor Loach, alejado del maniqueísmo del que se le ha acusado muchas veces, militante, sí; comprometido, también; pero sin pasarse con las lecciones morales, sino presentando una historia que, desde su escena inicial, nos hace reír, sin tener que renunciar por ello al drama que relata, a la dureza del día a día de quien vive sin ver una salida de futuro. 

Y si alguna lección hay, es la del cura (que no tiene porque ser la Iglesia en general, ni mucho menos), pragmático, realista, cercano y resolutivo ante los problemas de un feligrés agobiado por la culpa y con un mensaje final de esperanza y optimismo en los dos acontecimientos que marcan el final del film.