Joanna (Audrey Hepburn) y su esposo, el arquitecto Mark Wallace (Albert Finney), llevan doce años casados y su relación se ha vuelto complicada. Mientras conducen desde su domicilio londinense hasta St. Tropez para la inauguración de una casa que Mark ha diseñado para sus clientes, Maurice (Claude Dauphin) y Francoise Dalbret (Nadia Gray), rememoran los románticos comienzos de su relación, los primeros años de su matrimonio y sus respectivas infidelidades. Con el paso del tiempo los dos han cambiado, por lo que tendrán que enfrentarse a un dilema: separarse o aceptarse mutuamente tal como son.
Mediante flashback que nos acercan los recuerdos de uno y otra mezclando épocas más lejanas con otras más recientes, la pareja rememora sus sus años de noviazgo y matrimonio, el día que se conocieron, el viaje que hicieron juntos cuando aún eran novios, la luna de miel o la llegada de su primer hijo. Un periodo en el que no todo fueron momentos felices, explorando la película las relaciones, en ocasiones complicadas, entre marido y esposa.
En esta ocasión, el vestuario de Audrey no estaba diseñado por su admirado Hubert de Givenchy, ya que, al parecer, Stanley Donen quería que llevase ropa que cualquiera puede comprar. Bueno, lo de cualquiera, supongo que sería un decir, que lo que pretendía es que no fueran diseños exclusivos, pero entre las firmas de la ropa que luce la actriz, se encuentran Mary Quant, Paco Rabanne, Emilio Pucci o Courrèges, entre otras. Sí, cualquiera las podía comprar, lo que no puntualizó Donen es a qué precio.
Audrey lleva tanto vestuario como complementos (gafas de sol, sobreros, zapatos...), muy de los sesenta, coloridos y vanguardistas, como fue la moda de aquellos años, con toques futuristas y sombreros y viseras retro para rematar sus looks, aunque también la gabardina clásica o las camisas blancas y los sombreros más intemporales, tienen cabida en la película.
Y es que el vestuario, junto a los diversos modelos de automóvil en que viaja la pareja, tienen su importancia en el film, pues van marcando las diversas épocas por las que atraviesa el matrimonio. En la época de noviazgo y primero años de matrimonio, cuando son más felices, pero tienen menos dinero, sus looks son más juveniles y desenfadados: tejanos, camisas y camisetas, jerséis de lana y zapatillas o gafas tipo Ray-Ban; para ir tomando un aire más elegante y sofisticado a medida que el tiempo pasa.
Claro que lo de Audrey es para verlo, porque lo mismo da que vaya con el glamouroso vestido plateado que lleva en la fiesta de las últimas escenas, que con unos sencillos shorts y una camiseta o únicamente con una camisa de corte masculino, cuando está en casa, porque su porte, su elegancia natural mezcla de encanto y sencillez, hacen que resulte llamativa lleve lo que lleve puesto.
En cuanto a la película en si, Stanley Donen nos acerca una relación de pareja que, aunque en alguna ocasión roza el tópico, se nos hace totalmente creíble y cercana, lejos de esos extremos que nos plantea muchas veces la literatura o el cine, que van desde la felicidad edulcorada hasta el drama. Aquí los sentimos cercanos, con situaciones que nos resultan totalmente reconocibles y que son fruto del paso de los años en común, transitando desde el aburrimiento hasta el desinterés, pero quedando patente el esfuerzo por reconstruír la relación cada vez que la pareja está en peligro. En definitiva, lo habitual en tantos y tantos matrimonios.
Plagada de diálogos ingeniosos, en los que pareja se da réplicas y contra réplicas cargadas de ironía que se convierten en sutiles reproches en los que ninguno de los dos está dispuesto a callar y quedar por debajo del otro.
Pero la película es, sobre todo, una comedia y todo esto, junto a las situaciones que viven en sus viajes o en sus relaciones sociales, están presidias por un inteligente sentido del humor que nos lleva a la risa en muchas ocasiones y a la sonrisa durante toda la película, con algunas escenas que se han vuelto icónicas entre las grandes comedias de todos los tiempos.
Con una excelente partitura de Henry Mancini, esta película de Stanley Donnen, muy reconocida y valorada, es una historia brillante y efervescente que trata de una manera atípica, para las películas de esta época, las relaciones de pareja, mostrando tanto la alegría como el patetismo del amor.
Si quieres pasar un rato divertido, con humor de altura, no dejes pasar la ocasión de echar un vistazo a este film que es puro entretenimiento y cine del bueno.
Aparte de ser una de las mejores películas jamás filmadas a propósito de lo que significa vivir en pareja, me consta que para mucha gente es también un título de culto.
ResponderEliminarDe esas que cuando se ven por primera vez supone una maravillosa sorpresa.
EliminarKubrick fichó al guionista, Frederic Rapahel, para "Eyes Wide Shut".
ResponderEliminarEn efecto, así fue.
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