Tocan a su fin (feliz en este caso) los amores y desamores de Santiago Ibero y Gracia Castro y los de la hermana de ésta, Demetria con el ínclito Fernando Calpena.
Galdós nos hace recorrer, en esta ocasión, tierras catalanas, haciendo un repaso más detenido a la ciudad de Barcelona (Portal del Ángel, Mercado de La Boquería, Castillo de Montjuich, Ciudadela...) y algunos de los personajes relevantes del momento en la ciudad que de un modo u otro participaron en la revuelta contra la libre entrada de algodón inglés en España y el descontento ante la idea del gobierno central a llamar las quintas en el Principado.
Las intrigas contra el Regente (Baldomero Espartero) y la camarilla que le rodeaba (los llamados Ayacuchos), van en aumento.
Galdós continua dándonos pinceladas de la vida del momento (inicios de los años 40 del siglo XIX), así nos habla del mítico restaurante Lhardy de Madrid, que aún existe y que había abierto sus puertas en 1839 como pastelería en un principio; de los nuevos adelantos de la técnica, para lo que pone en boca del consul inglés en Barcelona Fernando Lesseps: "...que pronto establecerán los ingleses el telégrafo eléctrico, y que Francia no tardará en adoptarlo".
El libro se inicia con la semblanza novelada de la pequeña reina Isabel II y su hermana, Luisa Fernanda y de algunos de los nuevos preceptores y otros cargos palaciegos que rodearán a sus majestadas tras la subida al poder de Espartero. Me ha llamado la atención la que hace Galdós de D. Agustín Argüelles, elegido por las Cortes tutor de las hijitas de Fernando VII, entre otras cosas, señala: "...sus enemigos pudieron decir cuanto se les antojó, pero a una le señalaron todos como ejemplo de un desinterés ascético, que ni antes ni después tuvo imitadores, y que fue su culminante virtud en la época de la tutoría y en el breve tiempo transcurrido entre ésta y su muerte. Baste decir, para pintarle de un rasgo solo, que habiéndole señalado las Cortes sueldo decoroso para el cargo de tutor de la Reina y princesa de Asturias, él lo redujo a la cantidad precisa para vivir como había vivido siempre, con limitadas necesidades y ausencia de todo lujo. Se asustó cuando le dijeron que el estipendio anual que disfrutaría no podía ser inferior al del intendente de Palacio, y todo turbado se señaló la mitad, y aún le parecía mucho".
Lo he leído: muy bueno.
ResponderEliminarSaludos.
Estamos de acuerdo.
EliminarEspartero no estubo en la batalla de Ayacuchos, más el gobierno ayacucho privo de medios de acción a la reina, les corta los viveres, suprime renta que percibia como viuda de Fernado..
ResponderEliminarLos ayacuchos fue el apelativo que se utilizaba para designar a los partidarios de Espartero.
Para leerlo, siendo de Galdós, dos veces bueno.
Saludos.
Si no me equivoco, Espartero fue apresado al poco de desembarcar, así que, efectivamente no participó en la batalla de Ayacucho (de la que algún día, si tengo tiempo, hablaré aquí), pero no sólo él, muchos de los así llamados tampoco estuvieron allí, hasta el punto de que Galdós pone en boca de Calpena el comentario de que no sabe por qué llaman así a un grupo de personas que no estuvieron en la famasa batalla, que son invenciones del pueblo que después se propagan, como el llamar botella al rey José que no cataba el vino.
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