Dos tenientes recién graduados de West Point y grandes amigos Jeb Stuart (Errol Flynn) y George Armstrong Custer (Ronald Reagan) se dirigen a la frontera de Kansas para incorporarse a su nuevo regimiento. Son los años previos a la Guerra de Secesión y el ejército, entre otros el regimiento de los dos jóvenes tenientes, se verá obligado a intervenir para tratar de sofocar la violencia entre sur y norte, las fuerzas a favor de la esclavitud y los abolicionistas liderados por el agitador, John Brown (Raymond Massey). Los dos oficiales de caballería chocan con Rader (Van Heflin), un colega que fue expulsado de West Point por tratar de propagar en la academia las ideas de Brown y se enamoran de 'Kit Carson' Holliday (Olivia de Havilland), la hija de Cyrus Holliday (Henry O'Neill), el dueño del ferrocarril que llega a Santa Fe.
La película mezcla ficción y realidad, pues aunque en ella intervienen personajes históricos y los hechos que narra también lo son, si bien a grandes rasgos, está plagada de inexactitudes, por ejemplo, Stuart y Custer jamás sirvieron juntos en la caballería, es más, se graduaron en diferentes promociones y, probablemente, jamás llegaron a conocerse. Eso por no hablar del tratamiento de la figura de John Brown, al que pinta como un iluminado sanguinario. Así que no busquen que el guión se ajuste a la realidad, porque, como digo, tiene buena parte de ficción.
Warner Bros. sigue explotando (en el buen sentido, que conste), a su pareja de éxito en esta película en la que Michael Curtiz imprime dinamismo, con mucha acción (tiroteos, cabalgadas...), unas pizcas de humor a cargo de la pareja de magníficos secundarios formada por Alan Hale y William Lundigan y una historia de amor que parece un poco metida de relleno para lucimiento de Olivia de Havilland que, eso sí, se merienda a sus dos partenaires masculinos. La fórmula repite la utilizada en largometrajes anteriores protagonizados por Havilland y Flynn.
Curtiz demuestra (aparte de su oficio, que nadie niega), que no tiene empacho en rodar lo que le pongan delante, sin importarle demasiado la calidad del guión y es que estamos ante una película que no se muy bien cómo calificar, dejémoslo en sorprendente. Por más que el realizador húngaro sepa dotarle del ritmo necesario y la eficaz fotografía de su colaborador habitual Sol Polito, estamos ante un panfleto racista de tomo y lomo. Digo sorprendente porque llama la atención que un film de 1940 tenga un mensaje tan claramente xenófobo en el que los negros llegan a decir, así, explícitamente, que prefieren seguir siendo esclavos.
El tratamiento que hace de la figura de John Brown es tendencioso y distorsiona la historia de manera descarada, quien no conozca la figura de este hombre que, es cierto tuvo sus claroscuros, sacará una consecuencia nefasta sobre su forma de actuar.
Quien fuere capaz de obviar estos dislates, puede pasar el rato con este film, pero es que su mensaje es tan descarado que resulta complicado dejarlo de lado.
Vaya: no sabía que Ronald Reagan hubiese interpretado otros papeles, aparte del de Presidente de EE.UU.
ResponderEliminarMuy irónico de tu parte.
EliminarQue tal Trecce!
ResponderEliminarEs cierto que esos aspectos que comentas chirrían bastante. La película dejando a un lado (por momentos hasta resulta difícil digerir ciertas cosas...) esos patinazos resulta entretenida. Es curioso que a diferencia de otros títulos que hoy se mandan a la hoguera este sin embargo no suele ser muy citado.
Saludos!
Por algo será.
EliminarDe todas maneras está claro que el cine norteamericano trató con más delicadeza a los derrotados en la guerra de Secesión que a los indios.
ResponderEliminarSin ninguna duda.
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