En el Londres de la posguerra, en 1950, el famoso modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza y a toda mujer elegante de la época. Un día, el empedernido soltero Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps), una dulce joven que pronto se convierte en su musa y amante. Y su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por la irrupción del amor.
Película estéticamente muy llamativa, con una perfecta planificación y planos realmente bellos, sin embargo, bajo mi punto de vista, se torna reiterativa en algunos momentos, lo que unido a su larga duración, hace que resulte un poco incómoda de soportar, pues tampoco es que tenga diálogos llamativos, al contrario, los silencios tienen tanta importancia en el desarrollo como los momentos hablados y las imágenes que llenan esos silencios, aunque son agradables y de gran belleza, ya digo que se llegan a hacer un tanto reiterativas.
El protagonista masculino es un ser peculiar, un genio en su arte que es, al tiempo, su medio de vida, pero con algunas manías que harían las delicias de cualquier freudiano. Según se va desprendiendo de la narración, su madre ha dejado en él una marca indeleble que ha trascendido a su muerte y la convivencia con Reynolds, resulta, como poco, incómoda, si no desagradable. La presencia constante de la hermana es otro de los elementos importantes, quizá ella es una especie de continuación de la madre ausente.
La persona que, a modo de terapeuta, va a reconducir la vida de Reynolds, es Alma, de cuyo pasado apenas sabemos nada, un ser aparentemente angelical, pero con más fuerza de la que aparenta a primera vista.
Grandes actuaciones para personajes complicados y de personalidades muy profundas y bien definidas, en una relación que parece condenada al fracaso pero que encontrará una senda por la que puedan todos caminar juntos a partir de que Alma encuentra su sitio.
Un argumento con muchas connotaciones psicológicas y visualmente, un auténtico goce para los sentidos gracias al virtuosismo técnico y artístico de Paul Thomas Anderson, que no necesita recurrir a la espectacularidad de planos imposibles para conseguirlo.
No sé el motivo de que yo la haya dejado pasar tanto tiempo. Gracias a tu reseña, voy a poner remeido y la veré en unos días.
ResponderEliminarSaludos!
A mi también se me había pasado.
EliminarHola Trecce!
ResponderEliminarPues creo que a mi también me ha pasado, una de esas películas que vas dejando pasar y al final no la ves. Anotada queda.
Saludos!
A todos nos ocurre.
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