jueves, 3 de octubre de 2019

BARBARROJA

El joven doctor Noboru Yasuoto (Yûzô Kayama) regresa a su pueblo después de estudiar en la escuela holandesa de Nagasaki, pero, en cuanto llega, sufre una gran desilusión: el arrogante médico, en lugar de ser nombrado médico del Shogun, como él esperaba, es enviado para sus prácticas de postgrado, a una clínica que cuenta con muy pocos recursos y está dirigida por el Dr. Kyojô Niide apodado "Barbarroja" (Toshirô Mifune), que tiene una reputación de maestro tirano, pero en realidad, como veremos durante el desarrollo de la historia, demuestra ser más bien un médico compasivo preocupado por sus semejantes. Inicialmente, Yasumoto, furioso creyendo que tiene poco que aprender de Barbarroja, piensa que el Dr. Niide sólo está interesado en sus apuntes sobre medicina.
Mientras Yasumoto intenta aceptar la situación en la que se encuentra, nos enteramos de la historia de algunos de los pacientes de la clínica. Uno de ellos es Rokusuke (Kamatari Fujiwara), un hombre moribundo preocupado por un secreto del pasado que sólo se revela cuando su hija finalmente aparece. Otra es la historia de Sahachi (Tsutomu Yamazaki), un hombre muy querido de la ciudad conocido por su generosidad hacia sus vecinos, que tiene una conexión trágica con una mujer cuyo cadáver es descubierto después de un deslizamiento de tierra. El Dr. Niide rescata de un prostíbulo (después de luchar contra una banda de matones locales para hacerlo) a una niña de doce años enferma, Otoyo (Terumi Niki), y se la asigna a Yasumoto como su primer paciente.


La película se basa en una colección de relatos cortos de Shūgorō Yamamoto titulada, Akahige shinryotan. La historia de Otoyo, está inspirada en la novela Humillados y ofendidos de Fyodor Dostoevsky.
Está ambientada en el siglo XIX en Koishikawa, un barrio de Edo (el nombre antiguo de la ciudad de Tokio).


Cuando uno ve películas como esta, se explica por qué su realizador y coguionista, en este caso Akira Kurosawa, es tenido por un genio y por un maestro de manera casi unánime. Y es que aunque no entiendas nada de cine, aunque no sepas apreciar el valor del montaje, de la melodía que acompaña algunas secuencias, de la magnífica fotografía y de las espléndidas actuaciones, eres consciente de que has estado viendo una gran película.
El realizador japonés nos acerca a algunos de los asuntos que han sido preocupación constante en su filmografía y lo hace de una manera algo más optimista que en otras ocasiones, pues aquí hay una inmensa ventana abierta al optimismo a través del ejemplo de algunos de los personajes. Como le dice Yasuoto a la desgraciada niña: "También hay personas buenas, aunque tú no hayas conocido a ninguna".
El film es un retrato de la medicina humanista, esa que está en peligro de extinción, si no se ha perdido ya del todo. Ahora los médicos (no todos, claro), ya no acompañan, no velan, no hay tiempo para dialogar, no escuchan al paciente; en la mayoría de los casos, leen los resultados de las pruebas y recetan. Y ya no digamos nada de preocuparse por las circunstancias y el entorno en que vive el enfermo, no hablo de solucionarle la vida, no es su tarea, sino sencillamente de conocer qué hay detrás de aquella persona que entra en el consultorio o a la que van a visitar a su casa. Los sistemas sanitarios de occidente no permiten esas "alegrías".
Y alrededor de esto, de la actitud de servicio de Niide, de su desazón y desconfianza hacia los políticos ("¿cuándo han hecho los políticos algo por los pobres? Nunca.", dice Niide en una de sus reflexiones en voz alta), Kurosawa echa mano (una vez más) del recurso de contar historias paralelas para que la historia central resulte más amena. La diferencia con otros films es que todas y cada una de ellas que, efectivamente, serían prescindible, encajan perfectamente en el relato general y son, por separado, auténticas maravillas y hasta se agradece que un realizador se tome su tiempo para contar las cosas con calma y profundidad.
Claro que se podría haber hecho una película de menos duración, claro que se podrían haber suprimido los relatos de algunos de los personajes, pero la película no habría sido la misma, la poesía visual que es este film, sencillamente, desaparecería sin la sensacional manera de contarnos la historia de Sahachi, por ejemplo. Y la altura moral del personaje del Dr. Niide o la conversión o redención de Yasuoto, no alcanzaría las cotas que alcanza, no sería tan impresionante, sin la dramática y bellísima historia de Otoyo.
Magistral narración y absoluto dominio de la técnica para acercarnos un mensaje de alto contenido moral sin que nos suene a lección vana y hueca, sino a la manera cargada de belleza con que un genio, un humanista, nos hace partícipes, de forma sincera y convencida, de su manera de pensar.




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