El 24 de junio de 1812, cuando la Grande Armée, franquea el río Niémen, comienza la campaña de Rusia. Napoleón se dirige sobre Moscú, con la intención de obligar a capitular al Zar Alejandro I. El bloqueo comercial impuesto contra Inglaterra, se ha vuelto contra quienes lo imponen y ha empobrecido a toda Europa. Los rusos lo han levantado, lo que resulta inaceptable para el Emperador que detesta a los ingleses por encima de todo.
Cuando los franceses (en su ejército hay también polacos, italianos, portugueses, españoles...) entran en Moscú, ya están debilitados por la política de tierra quemada empleada por los rusos. Abandonada por sus habitantes, vacía de suministros, los fuegos comienzan en todas partes y la ciudad arderá durante cuatro días. Napoleón se verá obligado a abandonarla y a entablar combate en busca de alimentos para sus tropas. Es el comienzo de una retirada que tendrá su punto culminante en la batalla de Bérézina.
La novela cuenta la campaña de Rusia a través de Napoleón y de su ejército, pero también de toda la intendencia que le sigue. Junto a personajes conocidos, pone en escena a los anónimos, hombres y mujeres, militares y civiles, con el fin de retratar la vida cotidiana de cada uno, independientemente de que sea o no privilegiada.
A la cabeza de los privilegiados, el Emperador, su estado mayor y los que trabajan directamente a sus órdenes. Luego la Guardia Imperial, la primera en recibir suministros. Por último, los demás, poco menos que abandonados a su suerte. Es una verdadera pesadilla la que sufren las tropas napoleónicas. Como si el combate no fuera suficiente castigo, un frío gélido se abate sobre el campo ruso, en el que los hombres mueren de hambre y de frío. Para intentar sobrevivir, matan a los caballos y se privan de apoyo logístico, pues los carros y los cañones ya no llegarían jamás. Los soldados se mueren en el sitio, son aplastados por la incesante caravana que huye, pierden sus miembros sin apenas darse cuenta, y van arrojando al camino todo lo que habían rapiñado, salpicándolo de vajillas, cuadros, muebles y joyas, mientras el color de los uniformes desaparece bajo las manchas de sangre y los sables se congelan en sus vainas.
La batalla de Bérézina es contada con detalle. En ella, una vez que los dos puentes que habían construído los ingenieros franceses, fueron destruídos por orden de Napoleón, quienes permanecieron en la orilla equivocada, hubieron de elegir entre morir abrasados por las llamas o congelados en las aguas del río.
Los personajes nos van conduciendo por lo que debió ser para quienes lo sufrieron aquel desastre, una derrota que Napoleón, siempre se negó a reconocer, achacándolo todo al clima adverso y a la incompetencia de sus generales.
Muy interesante el tema y si está bien relatada la novela o libro, muy enriquecedor a pesar de que todo eso ya era muy conocido a grandes rasgos.
ResponderEliminarLas penurias de la tropa napoleónica debieron de ser infernales.
Una novela muy cercana.
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