martes, 7 de agosto de 2018

ARCHIPIÉLAGO GULAG

Aleksandr Isayevich Solzhenitsyn, nació un 11 de diciembre de 1918 en Moscú, hijo de un terrateniente cosaco y de una maestra, pero pasó su infancia en Rostov del Don y estudió en la Universidad de esa ciudad matemáticas y física. Graduado en 1941 empezó a servir ese mismo año en el Ejército Rojo, hasta 1945, en el cuerpo de transportes primero y después de oficial artillero, y vino entonces a participar en la mayor batalla de tanques de la historia, en la Batalla de Kursk, siendo arrestado en febrero de 1945, en el frente de Prusia Oriental, poco antes de que empezara la ofensiva final del Ejército Rojo, y condenado a ocho años de trabajos forzados y a destierro perpetuo por opiniones antiestalinistas que había escrito en una carta a un amigo. El autor estuvo en varios campos de concentración hasta que, debido a sus conocimientos matemáticos, fue a parar a un centro de investigación científica para presos políticos.
En 1950, todavía en prisión, escribió Un día en la vida de Iván Denísovich, que se convirtió enseguida en un best seller dentro de la propia Unión Soviética, primero como publicación tolerada y, más adelante, ya prohibida, distribuída de manera clandestina.
En 1973 se publicó en París la primera edición en ruso de su libro Archipiélago Gulag (acrónimo de Glávnoie upravlenie ispravítelno-trudovyj lagueréi i koloni, es decir, Dirección General de Campos de Trabajo) y al poco tiempo se tradujo a otras muchas lenguas. Solzhenitsyn acabó siendo expulsado de la URSS y solo veinte años después regresaría a la ya ex Unión Soviética, donde vivió hasta el día de su muerte el 3 de agosto de 2008. El libro fue de las primeras pruebas documentadas que traspasaron las fronteras de la URSS para denunciar ante el mundo las tropelías de un régimen soviético que llegó a la conclusión de que necesitaba crear estructuras represoras como el GULAG para sobrevivir.
Las kátorgas, campos situados en regiones remotas y deshabitadas de Siberia a los que eran enviados los convictos para realizar trabajos forzados, era un sistema conocido en Rusia desde los tiempos de Pedro I, allá a finales del siglo XVII y es precisamente esto, que el sistema hubiera sido vilipendiado por la intelectualidad rusa y odiado por la población, lo que convierte al GULAG en más perverso, pues una de las armar arrojadizados de los soviets contra el zarismo fue el sometimiento de la población a trabajos forzados en condiciones precarias, algo que utilizaron ellos después, sin tasa alguna, corregido y mejorado en cuantos a perversión se refiere.
Y es que el fin principal del GULAG, no era el trabajo de los condenados en beneficio del estado, era el terror y así nos lo cuenta Solzhenitsyn en su libro. Si me dedicara aquí a enumerar las torturas, injusticias, vejaciones, abusos, etc. a que eran sometidos los allí internados, créanme que esto se convertiría en un larguísimo artículo.
El trabajo del Premio Nobel ruso (en 1970, le fue concedido el Nobel de Literatura), fue atacado de manera vergonzosa en occidente por los acólitos del comunismo, en España, Juan Benet, llegó a decir: "Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solzhenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Solzhenitsin no puedan salir de ellos". Todo porque en su visita a nuestro país, en 1976, Solzhenitsyn comentó que le sorprendía que en la España de Franco se pudiera viajar libremente, leer la prensa extranjera o hacer fotocopias, cosas todas ellas impensables en la URSS. Los representantes de la izquierda vieron en este comentario una provocación contrarrevolucionaria e insultaron sin piedad al escritor ruso. Pocos, si es que hubo alguno, pidieron después perdón.
Según algunos cálculos, más de quince millones (Solzhenitsin aventurá la cifra de entre cuarenta y cincuenta millones) de personas pasaron por los campos soviéticos que, el autor no duda en calificar como campos de extermino, ya que, con cierto humor negro, que está presente a lo largo del texto, dice que para que hubiera cámaras de gas, a los soviéticos les faltó el gas, pues andaban escasos de recursos energéticos.
Archipiélago Gulag es una obra capital para entender la barbarie soviética, esa que desde la izquierda ha intentado siempre justificarse, como si fuera más legítimo el terror de la izquierda que el de la derecha. Aquí en nuestro país, sin ir más lejos, ahora que tanto se habla de memoria histórica, en su virtud se están cambiando nombres de destacados franquistas (yo no lo critico), por el de otras personas, como Dolores Ibárruri La Pasionaria, enlace de la NKVD, la Gestapo soviética, en la brutal depuración, no ya de sus contrincantes fascistas, sino de los que pelearon codo con codo en la Guerra Civil, como anarquistas, socialistas y comunistas del POUM. Pocos se han atrevido a reivindicar la memoria histórica de miles de leales republicanos y de valerosos combatientes soviéticos en las trincheras españolas que acabaron sus vidas en los pútridos gulag. Ni de las decenas de niños de la guerra abandonados a su suerte en zonas remotas de Rusia.
El escritor francés Albert Camus puede servir de símbolo de esa revisión crítica. Combatiente contra el nazismo y contra la represión colonial en Argelia, fue de los primeros que se atrevió a levantar la voz contra la dictadura soviética. El Partido Comunista Francés, con Jean Paul Sartre a la cabeza, le crucificó. Hoy, Camus es el más reputado novelista galo de la era moderna. Y de Sartre se valora, sobre todo, su labor de pornógrafo.
Un libro denso, arduo de leer, porque su prosa, todo hay que decirlo, tampoco es que sea una maravilla, sin embargo, yo creo que, además de su valor como testimonio de primera mano, Solzhenitsyn ha querido hacer con él, un homenaje a todas y cada una de las víctimas del GULAG, por eso, siempre que puede, a pesar del peligro de resultar aburrido y reiterativo, cita nombres, algunas veces son sabios o intelectuales, pero casi siempre es gente común y corriente, cuya memoria se hubiera perdido y lamenta no poder darlos todos, por eso en algunos párrafos los recuerda de forma colectiva y así pide a los lectores de su libro que si alguna vez navegan en lancha por el canal del Volga (hecho a pico y pala por los condenados en condiciones infrahumanas), tengan un recuerdo para quienes dejaron su vida en el fondo del mismo. También recuerda algunas veces a los carceleros, jueces, fiscales, torturadores... y se pregunta en ocasiones, qué será de fulanito o menganito que pegó un tiro a este o al otro, o le dejó morir de frío, o forzó a aquella pobre chica, seguramente será un venerable anciano que pasea apaciblemente por las calles de su ciudad y cobra una generosa pensión del estado.
Al leer el libro, uno no puede dejar de establecer comparaciones con ciertas situaciones actuales (el ser humano no escarmienta), cuando algunos de los propios condenados en los campos, justificaba la actuación del Partido en bien de los intereses estatales y ahora escuchamos a algunos que todavía establecen diferencias entre regímenes represores de izquierda y de derecha. Para mí, desde luego, van todos al mismo saco, estoy harto de mesías que quieren salvarnos y, por más que hemos visto, no deja de llamarnos la atención el sadismo con el que eran tratados aquellos seres humanos que caían bajo el yugo del GULAG, torturas y castigos que superan en refinamiento y barbarie a los métodos medievales.
Allí estuvieron miembros de la oposición, de la iglesia, intelectuales, cualquier vecino ‘sospechoso’, pero también gente del Partido, gente que participó en la lucha contra el zarismo, soldados que regresaban de los campos de prisioneros alemanes y eran acusados de colaborar con el enemigo (muchos se alistaron voluntarios), campesinos que robaban unas hojas de col para dar de comer a sus hijos... y todo para qué, para fomentar el abuso y el sadismo de chequistas y dirigentes de distinto rango, pues apenas hay indicios de la construcción de una sociedad libre, socialista, sino más bien un régimen represor y cruel además de corrupto.



2 comentarios:

  1. No hay nada más parecido a una dictadura de derechas que una dictadura de izquierdas. El problema siempre es el mismo, los que se empeñan en obligarte a ser de una forma determinada.

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