Para Frederic (Bernard Verley) la vida es una rutina preestablecida que se identifica con la armonía, ningún sobresalto, ninguna estridencia, ninguna sorpresa que desestabilice los rituales diarios, el beso de despedida, contemplar a su esposa desnuda tras ducharse, mirar a las mujeres por la calle sintiendo que, cuanto mayor se hace, más guapas le parecen todas. Es feliz en su matrimonio con Hélène (Françoise Verley), una profesora de inglés de instituto, con la que tiene una niña y espera su segundo hijo. Está convencido de que la confianza es absoluta y no hay temor a ser infiel o a sufrir la infidelidad. De casa al trabajo o del trabajo a casa, una breve parada para almorzar en esa hora pesada, larga, igualmente monótona y programada del mediodía. Este escudo mental, que juega como justificación moral del personaje, se pone a prueba a diario para Frederic, pero él no es consciente hasta que un día entra en su despacho Chloé (Zouzou), la antigua novia de un amigo suyo que destaca por sus costumbres nada timoratas. Chloé entra y sale continuamente de la oficina y de la vida de Frederic hasta incitar su curiosidad. Frederic encuentra un trabajo para ella y eso es una excusa para visitarla a menudo. Ella decide seducirle causándole un dilema moral y demostrándole, no como una apuesta, sino como una constatación, que sus convicciones no son tan fuertes como creía, que cualquiera puede dejarse llevar por la tentación de un cuerpo bonito con independencia de que en casa también te espere alguien que te quiere y que es igualmente deseable, porque la rutina se convierte en monotonía y falta de atención, y lo de fuera alimenta deseos que hemos olvidado que tuvimos tiempo atrás con quien compartimos el día a día.
"Seis cuentos morales" son una serie de relatos escritos por el francés Éric Rohmer (seudónimo de Maurice Henri Joseph Schérer) que posteriormente se recogieron en un libro y fueron llevados a la pantalla en sendas películas dirigidas por él mismo. El último de ellos, L'Amour l'après-midi, es el que da origen a esta película.
Al igual que todos los films que dirigió entre 1966 y 1976, la fotografía es del español Néstor Almendros, con algunos llamativos planos urbanos de París y de las riadas de gente que transita incesantemente por sus calles.
Rohmer plantea un dilema moral, el de la fidelidad matrimonial. Sin embargo, su reflexión va más allá y bucea en estos personajes que son una constante en sus films, gente de la llamada burguesía, con un nivel cultural alto y una vida acomodada que transcurre sin sobresaltos.
Los diálogos son parte fundamental de la película en la que el protagonista nos hace cómplices de sus propias reflexiones, pues estas se dirigen de forma habitual a alguien que somos nosotros mismos, los espectadores, aunque no seamos conscientes de ello. Esas reflexiones, por un lado, son intemporales, pero por otro, son fruto de la época, un tiempo inmediatamente posterior al Mayo del 68 en que se replantean muchas cosas, incluso la forma de vida de la sociedad occidental avanzada y, como parte de ella, las relaciones de pareja y la definitiva liberación de la mujer.
En sus aparentes divagaciones está la clave de la película que no se queda en la lectura simplista que algunos hicieron y es que Rohmer con su lenguaje cargado de ironía no se queda en la duda moral entre fidelidad o infidelidad, va un paso más allá y mas que de la deslealtad hacia la pareja, nos habla de la traición a las propias convicciones morales.
Como dijo la ingeniosa y mordaz Pauline Kael: La película es, a su manera, algo así como perfecta. Y es que, tras su sencillez narrativa y la aparente banalidad de sus diálogos (que no lo son), fluye el retrato de una época, de una sociedad y de la concepción de las relaciones entre hombres y mujeres en un mundo cambiante respecto a sociedades anteriores.
Si la institución de la familia actualmente sufre un acoso y derribo, no iba a ser menos con la del matrimonio, que es el acto fundacional de la misma. Aunque también es cierto que la infidelidad se ha dado desde los comienzos de los tiempos, solo que ahora nadie lo ve mal, salvo el traicionado.
ResponderEliminarEs cierto que es un asunto tan antiguo como el hombre mismo.
EliminarMe encanta. La he visto hace muy poco, unos días. Era el último cuento moral que me faltaba por ver. Tiene casi la misma estructura que los anteriores. Las películas de Rohmer tienen algo, no sé, cálido, que da gusto verlas, como si estuvieras en el sofá en una mesa camilla en un día de lluvia. La reflexión final tuya es certera: no se trata de la infidelidad, sino de algo más interior.
ResponderEliminarA mí también me gustó, es de esas películas que se ven con agrado.
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