A las cuatro menos veinte de la tarde del jueves 23 de marzo de 1944, la 11ª compañía del tercer batallón del regimiento Bozen de policía giró a la izquierda desde la Vía del Traforo. Habían salido de la Piazza del Poppolo y marchaban en fila de a tres, algo que solían hacer cada tarde cruzando el centro de Roma. Sus acentos los identificaban como ciudadanos del sur del Tirol y su pelo gris que asomaba bajo el casco, indicaba que la mayoría de ellos había sobrepasado la edad de unirse a los regimientos de combate. Nadie prestó atención al barrendero italiano que fumando su pipa, limpiaba el desagüe de una alcantarilla a la entrada de la calle.
En realidad se trataba de un estudiante de medicina llamado Rosario Bentivegna, conocido entre los partisanos por su alias de Paolo. Había empujado por las calles su carro robado de un depósito tras el Coliseo, antes de detenerse frente al número 156 de la Vía Rasella. En el interior del carro, bajo una fina capa de basura, había doce kilos de TNT en una caja de acero robada a la compañía del gas, junto a otros seis kilos en bolsas y tuberías de hierro repletas de explosivos.
Cuando los soldados, al son de las canciones que entonaban, se acercaban, Bentivegna levantó la tapa del carro y con su pipa tocó la mecha de veinticinco segundos, calculada para que la bomba estallara en el centro de la columna. Tras deshacerse del uniforme de barrendero, pasaría la tarde jugando al ajedrez a fin de tranquilizar sus nervios.
La explosión golpeó de lleno a la columna, mientras otros partisanos emergieron de las sombras acribillando a la compañía con granadas y fuego de ametralladora. Unos pocos supervivientes se pusieron en pie y comenzaron a disparar sin ton ni son contra las fachadas de los edificios. El resultado del atentado: treinta y dos soldados muertos y sesenta y ocho heridos; diez civiles italianos murieron en la explosión, entre ellos seis niños. Los soldados fascistas enviados como refuerzo asaltaron y registraron tiendas y casas. A una orden del teniente coronel Kappler, doscientos italianos del vecindario fueron arrestados y conducidos hasta el cuartel de Viminale. A las diez de la noche llegaban las órdenes directas de Hitler para vengar la schweinerei (la cerdada) de Roma: por cada alemán muerto, debían ser ejecutados diez rehenes italianos.
A las dos de la tarde del día siguiente, varios camiones cubiertos de lona, de los que solían transportar carne, se llevaron a 335 civiles italianos desde el 155 de la Vía Tasso y desde la prisión de Regina Coeli. Los camiones se detuvieron al llegar ante las Cuevas Ardeatinas, donde el primer grupo de hombres salió dando tumbos por la parte trasera del camión. Un oficial de las SS, el capitán Erich Priebke, comprobó sus nombres en la lista mortal y un soldado de asalto alemán les empujó al interior de la cueva. Sonaron cinco chasquidos secos a intervalos regulares. De cinco en cinco iban entrando en la cueva para recibir una bala de pistola en el cerebro. El montón iba creciendo: abogados, arquitectos, mecánicos, actores, tenderos y médicos, un cantante de ópera y un sacerdote. El más joven tenía catorce años, el mayor, setenta y cinco, Comunistas, ateos, librepensadores, católicos y setenta y cinco judíos. Al llegar las ocho y media de la tarde, 335 cadáveres yacían en un montón.
Pasarían meses antes de que la tumba fuera excavada y de que los forenses exhumaran a los muertos. La justicia y la venganza tardarían mucho más tiempo en llegar. Poco después de los asesinatos, algunas familias recibieron una escueta nota: "su familiar murió el 23 de marzo de 1944. Puede usted recoger sus pertenencias en las oficinas de la policía de la Vía Tasso 155".
Que tal Trecce!
ResponderEliminarEl arranque de la historia es realmente de película. No paro de asombrarme con todos estos extraordinarios sucesos que tuvieron lugar en aquella época.
Siempre un placer leer estas entradas, saludos!
Muy amable de tu parte.
EliminarUn saludo.
Vamos, que el atentado tampoco contribuyó mucho al resultado final de la guerra.
ResponderEliminarNo lo creo y además mataron a unos cuantos inocentes.
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