Tras dieciocho años, se cierra el ciclo de la trilogía más famosa del cine. Coppola pone punto final a la historia de la familia Corleone, narrando la decadencia, no sólo física, del capo Michael Corleone (Al Pacino), que pretende redimirse y convertir en legales sus negocios. Para ello se fija el objetivo de entrar como socio mayoritario en una multinacional de bienes raices (Inmobiliare), ligada a la Iglesia Católica.
A medida que las negociaciones avanzan, Michael se da cuenta de que está rodeado de una verdadera jauría de buitres, estafadores que pretenden sacar el máximo beneficio de la operación y capaces de engañar y enfrentarse a la propia mafia. Con el fin de sacar sus intereses adelante y a través de D. Tommasino (Vittorio Duse), viejo amigo de la familia, se pondrá en contacto con el cardenal Lamberto (Raf Vallone), un hombre justo, como dice Michael, un verdadero hombre de Iglesia.
No voy a insistir aquí en las comparaciones de todo tipo que se han hecho, al hablar de este film, con los otros dos que componen la trilogía. Como el propio Coppola reconoció, era muy dificil mantener el nivel de obras maestras que había conseguido anteriormente.
El peor defecto que tiene la tercera parte de El Padrino, son las dos pelis anteriores, si no fuera por ellas, estaríamos hablando de un gran film que habría sorprendido a propios y extraños, pero claro, están las otras dos y esta no deja de ser la hermana pobre.
Yo prefiero quedarme con los muchos regalos que Coppola nos entrega en esta peli. El primero que, tras 18 años, sea capaz de engarzar tan bien las historias, la que nos está contando y las historias paralelas que se desarrollan en esta y en las anteriores entregas, todo queda bien hilvanado y resulta totalmente verosímil.
Y los muchos momentos brillantes que van surgiendo a lo largo del metraje. La conmovedora escena de la confesión con el cardenal Lamberto y su parábola de la piedra y el cristianismo; aquella otra en la que Anthony Vito Corleone (Franc D'Ambrosio) le dedica la canción típica de Corleone a su padre, a quien acosan recuerdos maravillosos y demoledores, los de su fallecida mujer Apollonia; la conversación en la que Michael le explica a Vincent (Andy Garcia) cómo va a ser su contraataque contra Don Altobello (Eli Wallach), secuencia fascinante por su extraño ritmo, montado a base de flash-forwards y en el que queda patente el dominio del tempo por parte del realizador...
La película es la más intimista de los tres films, la que más se centra en los problemas personales, la que indaga más profundamente en la manera de ser del individuo, mostrando las luchas internas en la conciencia de Michael Corleone, su deseo de redimirse y su convencimiento de que ya es tarde.
Hay, además, un paralelismo entre los propios sentimientos que acuciaban a Coppola desde hacía unos años y los del Michael Corleone. Coppola había perdido a su hijo primogénito en un accidente muy desgraciado y desde entonces no levantaba cabeza, en parte porque se sentía responsable, como dice él, porque un padre siempre se siente responsable de todo lo que le sucede a su hijo; ese grito que da Michael cuando le ataca una crisis de glucemia, en el que llama a su hermano Fredo, al que había mandado asesinar, es como el grito de Coppola llamando a su hijo Gian-Carlo. El hecho de ver morir en pantalla a su querida niña, supuso una especie de catarsis, un descanso para su alma, él mismo confesó, que después de muchos años de dormir mal, aquella noche había dormido profundamente.
Quizá fuera el destino el que hiciera que Wynona Ryder enfermara poco antes del inicio del rodaje y Coppola se decidiera por su hija Sofia para el papel de Mary Corleone, a pesar de las críticas nefastas que a esta le supuso su actuación.
La peli cierra una especie de círculo (de varios círculos diría yo), Michael muere, después de que en el primer film asistiéramos a su ascenso; la familia de Michael, como clan mafioso, muere también, el poder pasará al hijo de Sonny y todo acaba donde empezó, en Italia, el país del que Don Vito hubo de huir para escapar de una muerte segura, allí irá a morir Michael y allí, en Italia, será donde Coppola obtenga (como ocurre en los filmes anteriores), las imágenes más poéticas y evocadoras, pero también donde la realidad, la convivencia con la muerte se nos hace más cruel y cotidiana.
Coppola toma de la realidad el escándalo del Banco Ambrosiano y los manejos turbios de la Iglesia (incluídos los rumores de envenenamiento de Juan Pablo I), pero lo hace sin crear morbo, aunque sin resultar complaciente.
Al final del film, asistimos a los mejores momentos, esa larga y compleja secuencia, en la que, a imagen de las dos anteriores entregas se va desarrolando la venganza, los asesinatos, cobra en esta especial altura, por el paralelismo con la ópera que estamos viendo representar (Cavalleria Rusticana, cuya trama gira en torno a los mismos temas que esta parte final de la historia y los de toda la trilogía). Coppola utiliza la música, alternando entre la diegética y la extra-diegética con gran habilidad; la muerte de Mary (¡papá!) y ese grito, que al principio no oímos, de Michael, mientras Connie (Talia Shire) se ciñe un pañuelo negro a la cabeza, tal como hacía la actriz de la ópera. Y para acabar de redondearlo todo, a Coppola se le ocurre la idea de cerrar la escena con los tres bailes de Michael, con Mary, con su querida Apollonia y con Kay (Diane Keaton), las tres mujeres de su vida. Sublime broche para un film que a mí se me antoja un buen cierre para la trilogía, una tercera parte que nos muestra la decadencia, el afán de redención, las ambiciones... La condición humana.
Shakespeariana total.Una obra maestra.Hace unos días podíamos ver la Segunda (en Paramount). La memoria y el destino. Los ecos del remordimiento.
ResponderEliminarEl ritmo y la dirección de actores es impecable.
Estoy de acuerdo, Manuel.
EliminarTodas son muy buenas, aunque yo particularmente me quedo con la primera.
ResponderEliminarSaludos Trecce.
Creo que cada una tiene su aquel y, desde luego, el conjunto, es la trilogía más conocida de la Historia del Cine.
EliminarUna obra maestra que completa de manera magistral, la trilogñía más transcendental de la historai del cine.
ResponderEliminarDesde Sofía Coppola -sorprendente-, pasando por un gran Andy Garcia, una Talia Shire sacada de una obra shakesperiana, imbuida de pleno en la familia Corleone, guardiana de las esencias, protectora y confidente de Michael... acabando en ese final de "Cavallería Rusticana", en esas escaleras trágicas, con ese alarido desgarrador que te parte el alma de Pacino...
Sublime.
Creo que es un muy digno colofón para tan reconocida trilogía.
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