Aunque seguramente alguien estará enredando para que deje de ser así, desde hace más de 400 años, la Inmaculada Concepción es patrona de la infantería española.
En realidad, este patronazgo se consolidó a finales del siglo XIX, cuarenta años después de que en 1854, Pío IX proclamase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen en la bula Ineffabilis Deus.
Pero este patronazgo de la Virgen sobre el arma de infantería, viene de mucho antes.
El 7 de diciembre de 1585, el Tercio Viejo, que combatía en Holanda, había quedado bloqueado por completo en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal.
Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos, envía unos refuerzos que jamás llegaron por la imposibilidad de romper el bloqueo.
El almirante Holak, que mandaba las tropas sitiadoras, ordena abrir los canales (vieja e infalible táctica holandesa) y como el Mosa discurría por un canal más alto que el terreno que ocupaba el campamento del Tercio, los españoles se ven empujados hacía la única tierra firme que quedaba, el montículo de Empel.
Mientras cababa una trinchera, para dilatar en algo la llegada de la muerte segura que les aguardaba, un soldado tropezó con un trozo de madera enterrado. Era una tabla en la que estaba pintada la Inmaculada Concepción.
El Maestre de Campo Francisco de Bobadilla, arengó a las tropas bajo su mando: ¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos.
Un viento muy frío se levantó aquella tarde helando las aguas del Mosa, algo completamente inusual que permitió a los españoles caminar sobre el hielo durante la noche, atacar por sorpresa a la escuadra holandesa y alcanzar, en la mañana del día 8, una completa victoria.
Naturalmente los españoles (y puede que también los holandeses), atribuyeron aquello a un milagro y aquel mismo día y por aclamación, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia, la flor y nata del ejército español.
Quiero añadir algo que forma parte de la manera de pensar y sentir de aquellas tropas que se sentían vencedoras, aún en los momentos más difíciles.
Antes de abrir los diques, pero cuando ya la suerte del Tercio era totalmente adversa, Hollak propuso una rendición honrosa.
La respuesta de Bobadilla, fruto de ese orgullo y chulería (en el mejor sentido) de quien se sabe parte del mejor ejército del mundo: Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos.
En realidad, este patronazgo se consolidó a finales del siglo XIX, cuarenta años después de que en 1854, Pío IX proclamase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen en la bula Ineffabilis Deus.
Pero este patronazgo de la Virgen sobre el arma de infantería, viene de mucho antes.
El 7 de diciembre de 1585, el Tercio Viejo, que combatía en Holanda, había quedado bloqueado por completo en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal.
Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos, envía unos refuerzos que jamás llegaron por la imposibilidad de romper el bloqueo.
El almirante Holak, que mandaba las tropas sitiadoras, ordena abrir los canales (vieja e infalible táctica holandesa) y como el Mosa discurría por un canal más alto que el terreno que ocupaba el campamento del Tercio, los españoles se ven empujados hacía la única tierra firme que quedaba, el montículo de Empel.
Mientras cababa una trinchera, para dilatar en algo la llegada de la muerte segura que les aguardaba, un soldado tropezó con un trozo de madera enterrado. Era una tabla en la que estaba pintada la Inmaculada Concepción.
El Maestre de Campo Francisco de Bobadilla, arengó a las tropas bajo su mando: ¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos.
Un viento muy frío se levantó aquella tarde helando las aguas del Mosa, algo completamente inusual que permitió a los españoles caminar sobre el hielo durante la noche, atacar por sorpresa a la escuadra holandesa y alcanzar, en la mañana del día 8, una completa victoria.
Naturalmente los españoles (y puede que también los holandeses), atribuyeron aquello a un milagro y aquel mismo día y por aclamación, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia, la flor y nata del ejército español.
Quiero añadir algo que forma parte de la manera de pensar y sentir de aquellas tropas que se sentían vencedoras, aún en los momentos más difíciles.
Antes de abrir los diques, pero cuando ya la suerte del Tercio era totalmente adversa, Hollak propuso una rendición honrosa.
La respuesta de Bobadilla, fruto de ese orgullo y chulería (en el mejor sentido) de quien se sabe parte del mejor ejército del mundo: Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos.
Olé tus huevos, Bobadilla.
ResponderEliminarDicho con cariño y admiración.
Pues "pa chulo, él"
ResponderEliminarDios, como amo a los soldados españoles de aquella época...
ResponderEliminarHistoria ésta que podría ser citada en cualquier momento en el artículo del XL semanal de cierto amiguito nuestro.
Aquellos eran tiempos en que los ejércitos españoles eran reconocidos como los mejores del mundo.
ResponderEliminarMe suena bastante esta historia, pero no recuerdo ya dónde.
ResponderEliminarBonita ingeniería (o quizás oportuna) se gastó la virgen aquel día ;)
En estos casos se entrecuza la historia con la leyenda y la frontera es difícil de determinar.
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