Quizás una de las decisiones más polémicas y equivocadas de la Segunda Guerra Mundial se tomó cuando el General Mark Clark del Quinto Ejército de los Estados Unidos ordenó que se bombardeara la Abadía de Monte Cassino. Algunos líderes aliados, así como los soldados que luchaban en la batalla terrible de Monte Cassino y el público en general, creyeron que los alemanes ocuparon el monasterio y lo utilizaron como punto de observación. La abadía de Monte Cassino se había convertido en un símbolo de la derrota, y muchos sentían que los aliados no podían avanzar hasta que fue destruido. El sentir general de muchos de los soldados era que había que destruír el monasterio si se quería avanzar, pues cuando miraban hacia arriba y veían la impresionante mole del edificio religioso, la impresión era que mientras siguiera allí, como si estuviera vigilando, no iban a conseguir avanzar ni un solo palmo de terreno.
Después de seis semanas de lucha a través del que había sido bautizado como "Valle del Corazón Púrpura", el Quinto Ejército de los EE.UU. en Italia finalmente llegó a la línea Gustav el 15 de enero de 1944. Ante ellos estaba el largo camino a Roma. El 17 de enero, el British X Corps intentó romper la Línea Gustav cruzando el río Garigliano. Esto marcó el comienzo de la Batalla de Monte Cassino, una batalla que duraría cuatro meses, y se convertiría en una de las más polémicas y devastadoras de la guerra.
La Línea Gustav pasaba por la ciudad de Cassino, y la abadía benedictina de Monte Cassino, situada sobre ella. Debido a que algunos líderes aliados creían que los alemanes estaban utilizando la abadía como un punto de observación, el edificio milenario se convirtió en el centro de muchos debates. Por una parte, el general Eisenhower había emitido una orden unas semanas antes, afirmando que "estamos obligados a respetar esos monumentos en la medida en que la guerra lo permita". Sin embargo, a medida que la batalla se prolongaba y el número de víctimas ascendía rápidamente a decenas de Miles, la abadía se vio cada vez más como un símbolo de la fuerza nazi que debe ser destruida si los aliados quieren a avanzar a Roma.
Desde muchos días atrás se habían ido esparciendo rumores, en buena parte interesados, sin ningún tipo de fundamento y nunca corroborados, en pro de bombardear el monasterio, desde un coronel de la 34ª División que aseguraba haber visto el resplandor de unos prismáticos en una de las ventanas de la abadía, hasta el testimonio de los generales Ira Eaker y Jacob Devers que, tras un vuelo de observación por encima de Monte Cassino, aseguraron haber visto alemanes y antenas en el patio.
El monasterio era tenido por zona neutral por ambas partes, siempre que ninguno de los dos contendientes lo utilizara, no ya como emplazamiento de armas, sino como simple puesto de observación, algo que, como vemos, quedaba en entredicho ahora para los aliados.
El caso es que aquellos rumores que se extendían en el campo de los aliados, nada tenían que ver con la realidad, los alemanes había respetado el acuerdo y no había penetrado en el monasterio. Por allí estaba el teniente general Fridolin Rudolf Theodor von Senger und Etterlin, descendiente de una antigua familia de príncipes menores que perdió sus propiedades en las guerras napoleónicas y sus riquezas con la inflación de Weimar. Von Senger había estudiado en Oxford gracias a una beca Rhodes y como comandante de las tropas alemanas destacadas en Córcega y Cerdeña, había desobedecido la orden de Hitler de disparar contra los oficiales italianos por traidores, una impertinencia que no le fue perdonada hasta que evacuó con éxito una guarnición alemana al completo. Senger soportaba su carga y la mácula que conllevaba servir a la causa nacional-socialista, que despreciaba, lo mejor que podía, bebiendo vino en su refugio de Roccaseca mientras escuchaba conciertos nocturnos en su radio de campaña o reconfortándose con la lectura de Tomás de Aquino y sus enseñanzas de que "nadie puede responder de las fechorías cometidas por aquellos sobre los que no tiene poder". Al conocer las atrocidades cometidas por sus compatriotas en Polonia, escribió: "Qué soledad cuando uno oye estas cosas y debe guardar silencio". Una vez tomadas las riendas del frente de Cassino, acató escrupulosamente las órdenes y mantuvo alejadas a sus tropas de la abadía para no enojar al Vaticano. Cuando el abad Diamare invitó a Senger a una cena y una misa navideñas en la cripta de Monte Cassino, el teniente general evitó mirar por la ventana para no violar la neutralidad de la abadía escudriñando las posiciones aliadas esparcidas a los pies de la montaña. Los puestos de observación alemanes se excavaron por debajo de las crestas de la colina, donde de cualquier modo era más fácil camuflarse.
Cuando estaba a punto de tomarse la decisión de bombardear el monasterio, uno de los argumentos de los jefes aliados que estaban en contra, era que si los alemanes no estaban en el monasterio, cuando este fuera reducido a escombros, evidentemente sí que estarían allí, con lo que les iban a proporcionar la disculpa perfecta para ocupar un lugar en el que ahora no estaban y que encima sería más fácil de defender, pues es más fácil atacar un edificio incólume que uno que está en ruinas.
El 15 de febrero de 1944, a los pilotos aliados se les dijo que su "objetivo es un enorme y antiguo monasterio que los alemanes han elegido como punto de defensa clave y han llenado de armas pesadas ... En los últimos días este monasterio ha significado la muerte de 2.000 muchachos americanos ... este monasterio DEBE ser destruido y todo el que se encuentre en él. De 9:28 am a 1:33 pm, 453,5 toneladas de bombas fueron lanzadas sobre la abadía de Monte Cassino que fue reducida a escombros.
El cuartel general del mariscal de campo nazi Kesserlring, fue informado del ataque a las 10:30 am. Su jefe de estado mayor, general Siefgried Westphal, preguntó por teléfono: " ¿Nos ha hecho algún daño desde el punto de vista militar? ". Su homólogo del Décimo Ejército le contestó: " No, porque no estamos dentro ".
Quienes sí lo estaban eran cientos de civiles, ancianos, mujeres y niños que se habían refugiado en él buscando la seguridad que su declaración de territorio neutral les ofrecía. Nunca se sabría cuántos murieron, los cálculos varían entre cien y cuatrocientos.
El cuartel general de Alexander aseguró haber visto a doscientos alemanes abandonar las ruinas de la abadía, lo cual era una afirmación absurda, pero sólo una más de las excusas que se buscaron para justificar lo que el Vaticano calificó como "una tontería colosal" y una "gran estupidez".
Que tal Trecce!
ResponderEliminarMuy interesantes estas entradas sobre aspectos bélicos, disfruto mucho con su lectura. Por cierto, de un tiempo a esta parte se están cuestionando algunos aspectos que dábamos por sentado de la Segunda Guerra Mundial, en eso como en otras muchas cosas los historiadores a veces no se ponen de acuerdo.
Saludos!
Te pasará como a mi que me encanta la Historia y, cada vez que encuentro un tema interesante, no puedo sustraerme a publicar algo. Lo que ocurre es que a veces me lleva mucho tiempo, pues lo que al final se resume en pocas líneas implica estar leyenda bastante para documentar un poco la entrada. Si no fuera por eso, escribiría más sobre estos asuntos.
EliminarYo supe de este suceso por la novela Montecassino de Sven Hassel, qué tiempos aquellos...
ResponderEliminarY que entretenidas son sus novelas.
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