Relato tan breve como interesante de León Tolstoi, en el que el maestro ruso, nos da una auténtica lección de cómo en pocas páginas se puede hacer toda una reflexión alrededor de las distintas maneras de afrontar la muerte, ese paso tan trascental en el devenir humano que despierta miedos e inquietudes por lo que tiene de desconocido e irreversible.
Tolstoi nos plantea el caso de dos personas socialmente muy alejadas, una dama, María Dmitrievna, a la que se supone buena posición social, ella y su familia, buscan desesperadamente la manera de prorrogar su vida, algo que se antoja poco menos que imposible. En su viaje hacia el sur, tras un clima más propicio a su estado de salud, el médico que les acompaña advierte que la enferma difícilmente llegará a Moscú, cuanto menos a Italia, lugar al que se encamina la expedición.
Por otro lado, está el caso del tío Fedor, un antiguo cochero, poco menos que arrojado en un rincón de la casa de postas a la que ha llegado el carruaje de la señora moribunda. Fedor es viejo y se muere, pero él no tiene nada que le aferre a este mundo, su muerte es esperada como algo natural, un acontecimiento que ha de suceder inexorablemente y en el que el pobre viejo, no tiene inconveniente en participar de manera anticipada, entregándole sus botas a uno de los jóvenes postillones que se las pide; total, no van a servirle de mucho.
En el primer caso impera la sobrevaloración de la vida desde la visión del moribundo y sus seres allegados, los últimos momentos de María Dmtrievna están rodeados de ese oscurantismo con el que escondemos la muerte en nuestra sociedad, la enferma viaja en coche aparte, con su doncella, el cuarto en el que está en los momentos postreros, apenas está iluminado y no quieren que la visiten sus hijos. En el segundo caso la tensión es mucho menor, se da por hecho, desde el enfermo y las personas de su entorno, que la muerte es inevitable e incluso se puede llegar a actuar como si ya hubiera sucedido; alrededor de Fedor la vida sigue tal cual, su jergón está en un rincón de una especie de sala común en la que entra y sale gente que habla de sus cosas, incluso de la cercana muerte del anciano, sin que nadie vea nada extraño en ello, ni sienta la necesidad de ocultar lo que está ocurriendo.
El tercer caso es el más complejo, pues es casi imposible reconocer mecanismos de preparación o de tensión previa, de hecho alguien poco avisado podría estarse preguntando al acabar el relato cuál es la tercera muerte, de no ser porque el autor lo indica explícitamente. Tolstoi hace caminar hacia el bosque al joven Serioga, a quien Fedor había entregado sus botas, dispuesto a talar un árbol para hacer una cruz y cumplir la promesa que le había hecho al viejo de adornar su sepultura; el escritor está hablándonos de otra cuestión, cual es que gran parte de la vida, incluyendo los rituales funerarios, implican destruir elementos de la naturaleza: El árbol cae muerto en medio de un bosque que sigue lleno de vida.
Muy, muy interesante el relato de Don León. Y lo describes a la perfección.
ResponderEliminarSaludos
El tío era un crack total y absoluto.
ResponderEliminarYo interpreté la última muerte como una metáfora acerca de la naturalidad de la muerte, que está presente en todo ser vivo y una invitación a la humildad para entender que somos una parte más de los seres que habitan la Tierra.
ResponderEliminarEs una forma de verlo.
EliminarIdem
EliminarYo creí que el árbol cayó sobre el joven y murió este.
ResponderEliminarCreo que no.
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