Filipinas, 1945. El ejército imperial japonés se ha reducido a una turba desorganizada que se esconde en la jungla. La situación va de mal en peor y, ante las brutales condiciones a las que se enfrentan los hombres, algunos se vuelven locos y recurren al asesinato y al canibalismo. En medio de todo esto, el soldado Tamura (Eiji Funakoshi) intenta sobrevivir sin renunciar a sus principios.
Con guion de Natto Wada, pseudónimo de Yuniko Mogi, esposa del realizador Kon Ichikawa, el film adapta la novela con tintes autobiográficos Nobi, del japonés Shōhei Ōka, que sirvió durante varios meses como soldado en Filipinas, en la que narra las desventuras del soldado Tamura tras la derrota de Japón en la batalla librada en la isla filipina de Mindoro contra Estados Unidos, y el canibalismo de los antiguos camaradas de armas.
Cuántas veces hemos leído u oído que la guerra es la peor de las desgracias humanas, pues bien, aquí se nos representa en toda su insensatez y su dolor. Ni un atisbo de heroísmo, de cordura, de piedad o de cualquier otro sentimiento que nos ayude a entrever una pizca de generosidad o compasión. Todo lo contrario, desde las primeras escenas, en que se nos presenta al protagonista, aquejado de tuberculosis, regresando del hospital donde no le han querido admitir porque puede andar y moverse; pero en su unidad tampoco le quieren porque no puede trabajar al ritmo de los demás, al tiempo que le recuerdan que si le entregaron una granada, no fue para que se la lanzara al enemigo precisamente, sino para que se hiciera volar por los aires a sí mismo y deje de ser una carga para el resto. Es más, si se libra de que alguien intente comérselo, es porque no quieren contagiarse, no por conmiseración, algo que no existe entre los desesperados soldados, si alguien te ayuda, sospecha que algo querrá sacar de ti y que cuando no le resultes útil, en el mejor de los casos te abandonará o te matará.
Con unas cuantas escenas que son puro simbolismo del sufrimiento, la degradación y el abandono, no deja de sorprendernos con alguna píldora de humor más que negro, más llamativo y extraño aún dado el tratamiento que da a la historia.
Alejado del lirismo que envuelve la narración de su anterior film, El arpa birmana, el realizador nipón nos ofrece una de las representaciones más dolorosas y gráficas de la inhumanidad de la guerra jamás plasmadas.
Un retrato descarnado de la condición humana. Por lo menos bajo las condiciones extremas de cualquier conflicto bélico.
ResponderEliminarEl sufrimiento retratado en toda su crudeza.
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