lunes, 9 de septiembre de 2024

EL PAGADOR DE PROMESAS

 


 (Leonardo Villar), un humilde campesino que, al ver a su mejor amigo, un burro llamado Nicolau, enfermo tras ser golpeado por la rama de un árbol durante una fuerte tormenta, recurre a Santa Bárbara, pero como no hay ninguna imagen de la santa en el lugar donde vive, se acerca hasta un terreiro de Candomblé dedicado a Iansã –un orixá femenina adorada en las religiones afro-brasileña y afro-cubana. Iansã es el Orixá de los vientos, huracanes y tempestades, estrechamente asociado con Santa Bárbara, la santa de la religión cristiana–. Alguien ha colocado allí una imagen de Santa Bárbara y, ante ella,  hace una promesa: si su fiel amigo se recupera de sus heridas, llevará a la espalda una enorme cruz de madera hasta la iglesia de Santa Bárbara como forma de agradecimiento. Con sus oraciones atendidas, inicia el viaje, acompañado de su esposa, Rosa (Glória Menezes), desde el interior de Bahía hacia la capital, Salvador, donde se levanta la imponente Iglesia de Santa Bárbara. Los dos llegan al templo católico en las primeras horas de la mañana, escuchando en el camino risas y comentarios jocosos de los trasnochadores y juerguistas de la ciudad, quienes perciben en y Rosa una caricatura del atraso que acompaña a las zonas rurales del país.


Basada en una obra del mismo nombre del novelista y dramaturgo Alfredo Dias Gomes –escrita en 1959 y representada por primera vez en 1960–. Fue en una de estas funciones en el Teatro Brasileiro de Comédia, en São Paulo, donde Anselmo Duarte conoció la obra e, impactado por lo que vio, demostró su enorme interés por adaptarla y, un poco de mala gana, Dias Gomes acabó aceptando la propuesta de llevarla al cine.


Con la llegada de esclavos africanos a Brasil en época de la colonización portuguesa, estos traían consigo unas religiones que resultaban extrañas a la católica y que autoridades eclesiásticas y civiles trataban de prohibir. Para burlar la censura, los negros fueron camuflando a sus divinidades con santos y vírgenes cristianas, como es el caso, pero seguían adorando a sus viejos ídolos. 
El pobre , un buen católico, como él se define, quiere hacer una promesa a Santa Bárbara, pero la única imagen de la Santa en los alrededores de su casa, está en un candomblé. Cuando el cura que regenta la iglesia de Santa Bárbara en Salvador de Bahía se entera de las circunstancias de la promesa, le niega el acceso a la iglesia, alegando que se ha efectuado en un entorno pagano y que la promesa no tiene validez. Pero insiste en dejar la cruz a los pies del altar de la Santa, pues como él dice, cuando su esposa trata de convencerle de que la promesa ha sido cumplida llevando la ofrenda hasta la puerta de la iglesia: "Con esto de los milagros, hay que ser muy serio. Cualquier día vuelves a pedirle una cosa a Santa Bárbara y ella te puede decir que no cumpliste bien lo prometido".
La narración se desarrolla en buena parte en la escalita de acceso a la iglesia y Anselmo Duarte salpica la misma de picados, contrapicados y movimientos de cámara que tratan de realzar lo absurdo y trágico de la historia, al tiempo que aprovecha el espacio que se le ofrece. La situación en que se encuentra el campesino, con su cruz a las puertas de la iglesia y la entrada en ella vetada, hace que otros traten de sacar partido de la expectación creada, manipulando a y convirtiéndolo en objeto de sus manejos en contra de su propia voluntad. Además de la propia jerarquía eclesiástica, la prensa sensacionalista sale mal parada de la crítica que hace Duarte. Su único afán es vender más periódicos y sus tergiversaciones y exageraciones serán la causa última de la tragedia, cuando proclaman que es partidario de la reforma agraria (él no sabe de qué le están hablando), porque, además de portar la cruz, ha prometido compartir su terreno con los campesinos pobres y esto da pie a la intervención de la autoridad civil que pasa a considerarle un elemento peligroso y envía a la policía. 
El hombre sencillo se enfrenta, sin él saberlo, al poder. No ha matado a nadie, no ha robado, no ha transgredido ninguna ley, pero la sentencia ya ha sido dictada y cuando el poderoso atisba un peligro, aunque sea imaginario, todos sabemos quien tiene que doblar la cerviz.




2 comentarios:

  1. Esa cruz con la que carga el protagonista tiene pinta de poseer una enorme carga simbólica.

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