Tras años de asedio, Sarajevo se ha convertido en un verdadero infierno, con bombardeos continuos de artillería y francotiradores apostados en muchos edificios semiderruidos. El poeta Şair Hamza (Mustafa Nadereviç), decide que su esposa e hija se vayan de la ciudad junto a otros cientos de personas, en busca de un lugar seguro, aprovechando una de esas llamadas treguas humanitarias que permitirá salir a algunos civiles de la zona asediada. Tras regresar a casa, se encuentra a dos niños que han perdido a sus padres tras un ataque a sangre y fuego en su pequeño pueblo de los alrededores de la capital. Hamza cuidará de ellos, en la medida de sus posibilidades y tratará de que sean evacuados a Alemania, país al que ha sido enviada una tía de los dos hermanos, único familiar que les queda, una tarea que se antoja poco menos que imposible.
Leía yo comentarios sobre este film de 1997, escritos a finales del pasado siglo y principios de este, por espectadores que habían presenciado la película y en algunos de ellos, se hablaba de que bien pronto habíamos olvidado que en Europa acabábamos de vivir una cruenta guerra. Algo que, sin duda, a los europeos nos llenó de estupor después de tantos años sin conflictos armados a nuestras puertas, las guerras nos parecían cosa de otras partes alejadas de nuestro planeta. De manera subliminal, se dejaba entrever en dichos comentarios, que menos mal que todo aquello había pasado y que se esperaba otro largo periodo de paz en el viejo continente. Una amarga sonrisa asomó en mi rostro: Hace bien poco, el sátrapa ruso se encargó de recordarnos, que paz, lo que es paz, tampoco la habrá para nosotros, los privilegiados del mundo que creíamos haber alejado de nuestro entorno la palabra guerra.
Sarajevo se convierte en el escenario de este film de Ademir Kenovic, un escenario real, ya que se rueda en sus calles aún devastadas, cuando todavía no ha llegado el momento de la reconstrucción, así que ningún entorno podría haber reflejado mejor lo que el autor bosnio quiere trasladarnos, que no es otra cosa que el horror de la guerra.
Lo hace a través de las penurias diarias de los inocentes: civiles, ancianos, mujeres y niños que sobreviven malamente con las balas silbando sobre sus cabezas y las bombas destruyendo sus hogares o a ellos mismos, buscando agua y comida cada día y sin posibilidad de escapar, pues las vías de evacuación están cortadas. Los dos hermanos, el mayor de ellos sordomudo, el maduro poeta y un perro que ha sido herido y dejado inútil de sus patas traseras por un francotirador, son los personajes principales de la historia.
Pero Kenovic no se regodea en el drama, el poeta y los huérfanos, tienen sus momentos de aventura y diversión (esta palabra seguramente no es la más adecuada) dentro del drama y queda también patente la solidaridad entre los desamparados, la ayuda que se prestan y cómo tratan de superar la dureza de los acontecimientos a base de animarse unos a otros y de tratar de seguir con vida sea como sea.
Una película muy triste, como lo es la guerra misma, con un final realmente desgarrador.
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