lunes, 16 de mayo de 2016

LUCES DE BOHEMIA

Max Estrella (Francisco Rabal), poeta acosado por la ceguera y el hambre, ha muerto. Al velatorio acude su amigo y lazarillo Don Latino de Híspalis (Agustín González) que es acusado por la hija de la muerte de su padre. Un joven poeta, Ramón (Mario Pardo), amigo de Max, visita la casa que fuera de la desgraciada familia y recrea en su imaginación el último día de la vida de Max Estrella, camino hacia su particular calvario, abandonado y traicionado por todos en un Madrid absurdo, heterogéneo y hambriento.
Basada en la obra de Ramón del Valle-Inclán, su director, Miguel Ángel Díez, no llega a mostrar todo el esperpento que el escritor plasmó en su obra, pero, de todos modos, se esfuerza en crear la atmósfera de un Madrid opresivo.
El film está bien ambientado, con un acompañamiento musical que, lo poco que suena, resulta agradable y adecuado y con una fotografía en tonos apagados que refuerza el mundo en el que se desenvuelve la acción.
La película recrea una bohemia alejada de los estereotipos, la de unos intelectuales que se mueven entre el fracaso y la desesperanza y que se desarrolla en tabernas, en contraposición con los locales más lujosos, como el que se nos muestra en la cena que tiene Max con Rubén Darío (Manuel Cano).


Miguel Ángel Diez, un apasionado de Valle-Inclán, llevaba diez años acariciando este proyecto que supuso, no obstante, uno de los fracasos más sonados del cine español de la época y es que, como el mismo realizador reconocía, no es fácil llevar el mundo de Valle a la pantalla si se quiere respetar demasiado al pie de la letra lo que escribió.
A pesar de haber contado con la colaboración de Mario Camus en el guión y con algunos de los actores más prestigiosos del cine español y de los diálogos que proporciona la prosa de Valle-Inclán, el film no consigue remontar, incluso por momentos, la casi perpetua borrachera de los personajes principales, con su habla arrastrada y estropajosa de alcohólicos, llega a hacerse un poco pesada.




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