lunes, 28 de marzo de 2016

BEARN O LA SALA DE LAS MUÑECAS

Estamos en la segunda mitad del siglo XIX, Juan Mayol (Imanol Arias), capellán de los Bearn, una familia de rancia nobleza mallorquina, cuyos orígenes se remontan a la época de Jaime I, rememora la historia de los últimos señores de Bearn, representantes de un mundo en decadencia, cuyas tradiciones tocan a su fin.
Basado en la novela homónima de Llorenç Villalonga, que es tenido por uno de los máximos exponentes de la literatura en catalán, aunque hay que decir que hay una curiosa controversia alrededor de la novela, sobre si fue escrita primero en castellano o en catalán, una controversia que puede que fuera alimentada por el propio autor, a quien gustaban los equívocos, en cualquier caso, era un debate alejado de los posicionamientos políticos que hoy tiene el asunto del idioma catalán, ya que Villalonga, escribió indistintamente en las dos lenguas.
En su pasado hay más cosas curiosas, era hijo de militar y en 1936, estuvo afiliado a Falange, fue Lorenzo durante el tiempo que dirigió el psiquiátrico de Palma y pasó a ser Llorenç cuando cambiaron los aires.
Uno de los atractivos de la película es la ambientación, con un trabajo de dirección artística y vestuario por parte de profesionales tan acreditados, como Gil Parrondo e Yvonne Blake y las espléndidas localizaciones mallorquinas, con la finca de La Raixa como escenario central. La finca , de origen árabe, perteneció en el s. XVIII a una de las familias con más poder en Mallorca en aquel entonces, los Condes de Montenegro. Uno de sus miembros, Antoni Despuig fue un conocido erudito. Hombre culto y viajero, pasó gran parte de su vida en Italia (murió precisamente en Lucca en 1813). Transformó la antigua finca rural en un palacio al estilo italiano e introdujo en sus jardines el estilo neoclásico. Una de la escenas más evocadoras de la película es aquella en la que Ángela Molina, interpretando a Xima, baja con su vestido blanco y su falda de inabarcable volumen, por la escalera central de la finca.



Por temática, escenarios y época en que se desarrolla, es inevitable la comparación con El Gatopardo, pero está claro que la película de Chávarri, no soporta la comparación con la obra del maestro Visconti.
Rodada con holgura de medios económicos, Bearn tiene un guión un tanto rígido a la hora de trasladar a imágenes la novela y además abusa del subrayado, dejando meridianamente claras cosas que en la novela se intuyen, pero que es suficiente para que el lector, en este caso, el espectador, a poco despierto que sea, concluya por sí mismo. Por no faltar, en el final se muestra con riqueza de detalles el contenido de la famosa sala de las muñecas, sobre el que la novela pasa de puntillas.
No es solo problema del guion, claro, sino también de una realización que no compensa sus lagunas: se tiene la impresión de que Jaime Chávarri descarga la mayor parte del trabajo en los actores y en la dirección artística, contentándose con obsequiarnos cada dos por tres con una serie de envolventes panorámicas a lo largo de los magníficos escenarios que acaban cansando y que no sé si pretenden traer un aire viscontiniano a la película.


Si Bearn, pese a todo, se deja ver es porque la historia sigue interesando pero, también, por las espléndidas interpretaciones de Fernando Rey y Amparo Soler Leal. Si el primero era una apuesta segura, la segunda entrañaba cierto riesgo, pero ella realiza una interpretación maravillosa de la que incluso podría haberse sacado más partido.
En el polo opuesto, Ángela Molina, con esa voz tan poco expresiva y de la que sigo preguntándome por qué el cine español de la época estaba fascinado con ella. Continúo buscando su carisma erótico, incluso su atractivo físico y la verdad es que no lo encuentro. La actriz destroza el adorable personaje de la Xima literaria, convirtiéndola en un monigote que es incomprensible que tiente a nadie.
Un film a ratos agradable, con una puesta en escena llena de distinción, que arranca bien para ir decayendo hasta terminar casi agotando.




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