martes, 3 de febrero de 2015

EL ALCALDE DE ZALAMEA

La comedia de Calderón es una obra maestra, que toma como modelo la comedia homónima de Lope, si bien se aparta de ella tanto que da lugar a una obra bien distinta (durante el Barroco, no era extraño que nuestros dramaturgos acometieran la reelaboración de comedias que no hacía mucho tiempo habían escrito otros poetas contemporáneos).
Calderón pone en funcionamiento un hábil juego de contrastes para mostrarnos el honor como valor que se alcanza, se pierde o se degrada.
El alcalde de Zalamea se inicia con el ejército acercándose a Zalamea. Como avanzadilla, Rebolledo con un grupo de soldados y la Chispa caminan hablando con jovialidad y alegría hasta que llegan al pueblo y se detienen para recibir órdenes. El capitán explica a los soldados por qué y durante cuánto tiempo han de quedarse en la villa. En el reparto de alojamientos, el sargento tiene reservado para el capitán la mejor casa del pueblo, la del rico labrador Pedro Crespo, que vive con sus hijos Juan e Isabel. Su intención es que el capitán corteje a la villana en los días que van a permanecer en Zalamea, pero a éste no parece interesarle. Más adelante cambiará de opinión, generando con su comportamiento la acción dramática.
Calderón continúa presentado a otros personajes de la obra (don Mendo, Pedro Crespo y su hijo Juan, entre otros), que a su vez nos van explicando aspectos que a Calderón le interesa aclarar al público, como la obligación de los villanos de albergar en sus casas a la tropa, algo de lo que los hidalgos estaban eximidos.
Después viene la parte central de la acción, en la que D. Álvaro se dedica, primero a requebrar a Isabel y, más tarde, ante la negativa de esta a dar cualquier tipo de respuesta, el rapto y la deshonra, que provocará el anhelo de venganza del padre mancillado.
La obra se convierte en un drama de honor, asunto hacia el que convergen todos los elementos de la comedia.
Quizá, los dos momentos más celebres de la obra, son aquel en el que D. Lope, el jefe de las tropas, recuerda a Pedro Crespo la obligación de sufrir las cargas de dar hospedaje a los militares y éste le responde:

Con mi hacienda,
pero con mi fama no.
Al Rey la hacienda y la vida
se ha de dar; pero el honor
es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios.

El otro, cuando Pedro Crespo, ya nombrado alcalde de Zalamea, se rebaja postrándose de hinojos ante el capitán que le ha ultrajado y le propone que se case con Isabel, para salvar el honor de padre e hija, su bien más preciado. D. Álvaro le desprecia y, tras un agrio diálogo, Crespo coge la vara y jura que se lo ha de pagar. Después manda prender al capitán, el cual apela a su condición militar para no someterse a la justicia civil y pide que se le trate con respeto, a lo que el alcalde responde ordenando a sus alguaciles y al escribano:


Con respeto le llevad
a las casas en efeto
del concejo, y con respeto
un par de grillos echad
y una cadena, y tened
con respeto gran cuidado
que no hable a ningún soldado.



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