jueves, 14 de abril de 2016

LA ISLA MÍNIMA

1980. En un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir, olvidado y detenido en el tiempo, dos adolescentes desaparecen durante sus fiestas. Nadie las echa de menos. Todos los jóvenes quieren irse a vivir lejos y algunos de ellos se escapan de casa para conseguirlo. Rocío (Nerea Barros), madre de las niñas, logra que el juez de la comarca, Andrade (Juan Carlos Villanueva), se interese por ellas. Desde Madrid envían a dos detectives de homicidios, Pedro (Raúl Arévalo) y Juan (Javier Gutiérrez), de perfiles y métodos muy diferentes que, por distintos motivos, no atraviesan su mejor momento en el cuerpo. Una huelga de los trabajadores del campo pone en riesgo la cosecha del arroz, principal riqueza de la región, y dificulta las tareas de investigación de los dos policías que reciben presiones para solucionar el caso cuanto antes.
Los dos policías tratan de ir casando las piezas: Un guaperas que cambia de novia como de camisa; el terrateniente local; el misterioso guardés de una finca, del que nadie parece saber nada...
La investigación va poniendo en evidencia que en los últimos años han desaparecido varias jóvenes más y que aparte del arroz existe otra fuente de riqueza: el tráfico de drogas. Nada es lo que parece en una comunidad aislada, opaca y plegada sobre sí misma.


La acción se desarrolla en un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir, donde la naturaleza construye un espectacular paisaje que se convierte en un personaje más de la película ya desde las imágenes aéreas capturadas por el fotógrafo de la Estación Biológica de Doñana, Héctor Garrido, responsable de documentar la zona, que acompañan a los títulos de créditos y recrean impresionantes paisajes de armonía fractal.


Alberto Rodríguez nos traslada a los 80 en la España profunda y mas cerrada, donde los cambios sociales e ideológicos tienen peso en cada punto. Es impresionante la atmósfera, el ambiente, un todo que se deja ver en cada plano.
Desde un principio la trama empieza con fuerza y evoluciona sin reparos a meter subtramas que no tienen mucho que ver pero que aun así sirven de complemento a la historia.
Los actores, salvo algún caso que está en la mente de todos, con interpretaciones llenas de matices, conforman unas buenas actuaciones, incluso alguno de los que aparece poco, como es el caso de Nerea Barros, que consigue llenar la pantalla con sus contadas presencias. Me alegro especialmente por Javier Gutiérrez, un trabajador de la escena que encuentra aquí un papel donde demostrar su valía, aunque en una de las escenas del final, le salga el ramalazo del Sátur de Águila Roja.


Aunque tiene sus carencias, esta película le reconcilia a uno con el cine nacional, esas magníficas cinco tomas cenitales, inspiradas en las fotografías mencionadas de Héctor Garrido, estratégicamente repartidas a lo largo del metraje, o el recurso a reducir diálogos y llenar la película de silencios para evitar el desastre de una mal guión con diálogos mal construídos y quizá peor vocalizados (es una carencia grave de las últimas hornadas de actores) y las escenas de acción que huyen del intento de imitación a los thrillers americanos, con buenos resultados, por cierto.
No hagan caso de las críticas, sobre todo de aficionados, que hacen hincapié en que hay cosas que no están explicadas. Todo queda claro en la película, lo que ocurre es que el guión y el realizador presuponen la inteligencia del espectador y no se dedican a darnos una clase para parvulitos.




2 comentarios:

  1. Cine patrio de calidad, a ver si algunos realizadores toman nota

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    1. Menos mal que de cuando en cuando viene alguien a reconciliarnos con lo nuestro.

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