viernes, 30 de mayo de 2014

SOPHIE SCHOLL: LOS ÚLTIMOS DÍAS

En mayo de 1942, mientras las tropas alemanas se encontraban en los campos de batalla de Rusia y del Norte de África, un grupo de estudiantes de la Universidad de Munich, la ciudad emblemática del nazismo, asistían a clases en las que compartían su amor por la medicina, la teología y la filosofía, pero también su aversión hacia el régimen nazi.
Algunos de ellos, formaban parte de un grupo que se autodenominaba "La Rosa Blanca", que pretendía combatir las doctrinas nacionalsocialistas desde puntos vista inspirados en el cristianismo y la no violencia. Trabajando clandestinamente de manera infatigable, habían repartido miles de manifiestos a través del servicio postal. Del último manifiesto que habían impreso no pudieron distribuir todas las hojas por falta de sobres, algo que no esperaban solucionar por la escasez de papel, así que Hans Scholl (Fabian Hinrichs) y su hermana Sophie (Julia Jentsch), deciden repartir en la Universidad los folletos sobrantes. En la mañana del 18 de febrero de 1943, las hojas, que han llevado ocultas en una maleta, son depositadas a la entrada de las aulas poco antes de la salida de los estudiantes; en el último momento, Sophie toma la decisión de subir las escaleras hasta lo alto del patio central y lanzar desde allí los últimos folletos. Un conserje, les ve y les denuncia a la policía, siendo detenidos.


El guión, basado en hechos reales, se construye en base a testimonios y entrevistas personales y a las actas de los interrogatorios que figuran en los archivos de la Gestapo y que hasta 1990 no fueron desclasificados por las autoridades de la extinta República Democrática Alemana. En él se narra la peripecia de estos dos hermanos y de su compañero Christoph Probst (Florian Stetter), desde la tarde-noche del 17 de febrero de 1943, hasta el 22 de febrero siguiente, el día en que fueron ejecutados tras una pantomima de juicio.


El film tiene eso que hemos dado en llamar estructura teatral, porque prácticamente todo son diálogos y discurre en muy pocos escenarios, todos ellos interiores o de estudio. Del aspecto técnico, lo que más me ha llamado la atención es la conseguida iluminación, algo de gran importancia dado el tipo de película que vemos.
Buenas actuaciones en general, con particular mención al gran trabajo de Julia Jentsch por el que se llevó más de un reconocimiento en forma de premio; los duelos con su interrogador, el oficial de policía Robert Mohr (Gerald Alexander Held), rayan a gran altura.


La película está rodada con gran sobriedad, se ha huido de algunos recursos clásicos en este tipo de films que narran el terror nazi; no hay palizas, no hay sangre, ni torturas, ni siquiera malos tratos físicos, aunque en la realidad, algunas crónicas narran que los protagonistas de la historia se vieron sometidos a ellos.
En realidad es un homenaje y una reivindicación, el relato a modo de testimonio en imágenes de la gesta de unos jóvenes que vocearon su disconformidad en un tiempo y un lugar donde no se podía hablar más que para corear las consignas del régimen.
La farsa de juicio a la que son sometidos, presidida por el sádico juez Roland Freisler (André Hennicke) , retrata muy bien cómo era aquel mundo. A algunos les pueden parecer exageradas esas secuencias, con un energúmeno que se dice presidente del Tribunal del Pueblo que no para de dar voces y que gesticula exageradamente, humillando de forma deliberada al acusado. Que sepan que ese hombre, como todo lo del film, existió y que era así, hay planos que aparecen en la película que están tomados de la realidad, de hecho, el fotograma de más abajo, es tal cual a una foto de 1944, en la que Freisler aparece presidiendo un juicio y los personajes que le flanquean están situados igual que en la foto, el militar a su derecha y el otro magistrado a su izquierda, con la cruz gamada sobre fondo rojo detrás.
Este tipo, que actuaba como juez, jurado y fiscal al mismo tiempo, había sido un ferviente comunista hasta su adhesión al partido nazi en 1925.


Que unas personas mueran por el capricho de otras cuando están en la flor de la vida (Sophie contaba 21 años), siempre es una injusticia, pero más aún cuando todo su delito es expresar ideas, por muy contrarias a la ley vigente que sean. Los miembros de la Rosa Blanca, no sólo no pusieron bombas, ni siquiera predicaban la resistencia armada, todo su afán era enfrentarse pacíficamente y mediante la confrontación de ideas, a la deriva que su patria estaba tomando por culpa de un loco, con la complicidad de mucha gente que se excusó en la ignorancia y precisamente esta es una de las denuncias implícitas del film: Si estos lo sabían, cómo pueden otros decir que no supieron nada.
Cuando estaban ante el tribunal, estos jóvenes pronosticaron a sus jueces que un día estarían donde ellos se encontraban, así fue para los que llegaron con vida al armisticio, con la ventaja de que no fueron tratados con el desprecio y la ignominia que ellos había aplicado con estos auténticos mártires civiles.
Escribió Clara Zimmerman: La Rosa Blanca es una página radiante en los anales del Siglo Veinte. El coraje de nadar contra la corriente de la opinión pública, aún cuando el hacerlo era equivalente a un acto de alta traición, y el convencimiento de que la muerte no era un precio demasiado alto a pagar por seguir los dictados de la conciencia.




6 comentarios:

  1. A mí me pareció estupenda. Saludos Trecce y buen fin de semana: a algunos nos toca currar.

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  2. Malo cuando toca enfrentarse a un converso. Tiene que hacer méritos a toda costa, y seguramente saldría bien librado al final de la guerra.

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    1. Pues mira por donde, este uno de esos casos en los que uno piensa que la justicia divina debe existir, porque al parecer, estaba juzgando a uno de tantos a los que envió al otro mundo (no recuerdo ahora, pero creo que un militar alemán acusado de conspiración) y en el juicio le dijo que le iba a mandar al infierno, a lo que el otro respondió que le cedía el paso. En estas estaban cuando la aviación aliada comenzó un intenso bombardeó que afectó a toda la ciudad, incluida la sala de audiencias, la gente se refugió como pudo y cuando acabó el bombardeo, encontraron a Freisler aplastado por una columna.
      El juez que le sustituyo, absolvió al acusado por falta de pruebas.

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