sábado, 17 de mayo de 2014

LA GRAN FLOTA RUSA, TOCADA Y HUNDIDA

Quien tenga la santa paciencia de leerme, habrá visto expresada aquí, alguna vez, una vieja idea mía, la de que los rusos se parecen a nosotros más de lo que la distancia cultural y geográfica pudieran dar a entender. Grandes imperios venidos a menos, plagados de políticos ineptos y robaperas, con reyes (zares los llamaban allí) que, en muchos casos, dejaban mucho que desear, cuando no incapaces de liderar a su nación, cortes alejadas del pueblo y unos ciudadanos que han desarrollado un sentido del humor muy particular que les permite sobrellevar su desgraciado sino a base de hacer chiste de sus propios males.
Aquí va otra anécdota para que no nos creamos que somos los únicos que podemos colgarnos la medalla de tener a los dirigentes más incompetentes de la Tierra:

En el contexto de la guerra ruso-japonesa (1904-1905) en la que ambas naciones se jugaban la hegemonía en el Pacífico, los rusos se encontraron con que tras haber habilitado el puerto de Vladivostok como base de sus actuaciones en la región, no contaban con una flota de guerra en aquellos mares, así que se les ocurrió, ni más ni menos, que envíar a la flota del Báltico, que por las malas relaciones que tenían entonces con Inglaterra, dueña y señora del Canal de Suez, tendría que dar casi la vuelta al mundo para llegar hasta aquellos lejanos confines, rodeando África y la India, sin una maldita base de aprovisionamiento en el camino, algo imprescindible si tenemos en cuenta que eran barcos de vapor y necesitaban carbón para alimentar sus calderas.
Allí me tienen al fiero Almirante ruso Zinovy Petrovitch Rozhestvensky, encabezando una expedición abocada al fracaso y encima, con un montón de incovenientes añadidos: Para algunos de los buques de la clase llamada Bodorino, era su viaje de pruebas y a los de la clase Suvaroff, a alguien se le ocurrió hacerles tal número de modificaciones que se convirtieron en barcos muy pesados, hasta el punto de que el almirante Rozhestvensky llegó a dar orden de que no enarbolaran ningún banderín o estandarte que no fuera esencial, para que el peso de éstos no desestabilizara las naves.
Pero no paran ahí las cosas, verán cómo se superaron a sí mismos en la deriva de despropósitos: Al atravesar el Canal de la Mancha, se cruzaron con una flotilla de unos treinta barcos británicos, dedicados a la pesca de arrastre. Los rusos, nerviosos, interpretaron incorrectamente las señales del Kamchatka (un barco de reparaciones de la flota rusa) y abrieron fuego. Uno de los pesqueros británicos fue hundido, al tiempo que varios pescadores fueron heridos, y unos cuantos cayeron muertos. No contentos con haber liado este desaguisado, en la confusión de la noche, al aproximarse el crucero Aurora, que no había participado en los hechos, los rusos lo tomaron por una nave enemiga, y abrieron fuego sobre el; sólo la miserable pericia de los artilleros rusos impidió que este fuego amistoso cruzado terminara en daños mayores para la propia escuadra rusa (este Aurora es el mismo que, más de una década después, tendrá una destacada participación en la Revolución de Octubre de 1917).
Los rusos llegaron hasta la bahía de Vigo, donde fondearon para aprovisionarse, pero en tanto, el Foreign Office y el Almirantazgo, habían dado orden a su escuadra con base en Gibraltar, para que fuera al encuentro de la flota zarista. Los británicos se apostaron en las islas Cíes, bloqueando la salida de los rusos de Vigo. Cuentan las crónicas que la tensión internacional llegó a ser enorme, porque se temía que no se pudiera evitar un enfrentamiento de imprevisibles consecuencias. Lo repetían en morse los telégrafos de todo el mundo, con noticias proporcionadas desde Vigo por el Cable Inglés y el Cable Alemán, ambos radicados en la ciudad.
A lo largo de varias difíciles jornadas se sucedieron los contactos y gestiones diplomáticas al más alto nivel, hasta que la gravísima situación pudo al fin encontrar solución en una fuerte reparación rusa - sesenta y cinco mil libras de la época - aceptada por el gobierno de Londres. Más otras consecuencias colaterales para la flota rusa, ya que pensaban aprovisionarse en algún puerto de Sudáfrica y de la India, algo que, después de lo ocurrido, fue vetado por los ingleses, esto provocó que los navíos rusos se cargaran de carbón hasta los topes, incluídas las cubiertas, elevando el centro de gravedad de los buques, los cuales se volvieron sumamente inestables, además de que la sobrecarga hizo que las fajas acorazadas de los buques quedaran bajo la línea de flotación, por lo cual estos barcos se volvieron vulnerables a casi toda la artillería japonesa, incluso los pequeños cañones les podían infligir algún daño.
Las anécdotas, penosas todas ellas, dignas de una película de Chaplin se sucedieron durante el viaja, en los ejercicios que realizaban, los códigos eran mal interpretados, al punto de ser incapaces de alinear los barcos; los ejercicios de tiros, un fracaso absoluto, al final de uno de ellos, la bandera de señales marcaba un sólo impacto, pero no en el blanco, sino en el barco que lo remolcaba.
Frente a todo esto, desde San Petersburgo, sentados en sus cómodos despachos, los estrategas de salón le enviaron refuerzos, pero si lo más granado de la flota rusa estaba en aquel viaje, Rozhestvensky debió pensar que le enviaban unas cuantas bañeras, así que ordenó acelerar, escapando de sus propios refuerzos, para que las viejas bañeras no se sumaran a su escuadra... En medio de la fuga, inadvertidamente, cortaron el cable de comunicaciones telegráficas entre Tánger y Europa, incomunicando a ambas regiones por cuatro días, y creando de paso un nuevo incidente internacional.
Cuando llegaron al Mar del Japón, ya Rozhestvensky estaba completamente baldado, con ataques de neuralgia que le tenían inmovilizado en su camarote. Le llegó entonces la orden de vencer y enfilar luego a Vladivostok, que dicho así, parecía una broma pesada. Rodzhestvensky había eludido a los japoneses, pero a sus buques hospitales (que iban a la cola) no se les ocurrió apagar las luces, así que un crucero japonés los identificó y transmitió la alarma a Togo. Encontraron a la flota japonesa en el Estrecho de Tsushima, con la flota rusa ya al mando de un tal Biriloff, debido a la enfermedad de su comandante en jefe. Este Biriloff, nunca había entrado en acción y dio órdenes completamente descabelladas. Aquello fue un auténtico desastre que acabó con el hundimiento de casi todos sus barcos.
Rozhestvensky fue sometido a consejo de guerra y, aunque se probó que no había rendido la flota por hallarse inconsciente, en un último gesto de pundonor, se negó a excusarse de la responsabilidad que le cabía como superior al mando, pidiendo en vez de ello clemencia al Zar. Este se la concedió, y le conmutó la pena de muerte por un corto período de prisión.




6 comentarios:

  1. La guerra ruso-japonesa se estudia en las escuelas navales para, principalmente, aprender, lo que no se debe hacer.

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    1. De eso, sin duda, el señor marino sabe más que yo.
      Pero a mí lo que más me llamó la atención de este episodio, es la similitud que tiene con algunas páginas desgraciadas de la historia española.
      Aunque aquello fue un cúmulo de despropósitos, todo parte de un mal principio. Los rusos, tras expandirse por Siberia, llegan al Pacífico y poco menos que fabrican una gran base naval en Vladivostok, pero sin una escuadra para defenderla, se meten en una guerra con Japón que tenía alli todas sus naves, lo demás se veía venir.
      Cuántas veces, por desgracia, la mala planificación, las órdenes descabelladas o la estulticia de nuestros políticos, sirvió para escribir páginas tan heroicas como luctuosas en la historia de nuestra marina de guerra. Es cierto que llenó de héroes las crónicas navales, desde Gravina o Churruca, hasta Méndez Núñez y otros muchos, pero a qué precio, Dios mío.

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  2. Mientras Putin no lea este post para enterarse de cómo hacer bien las cosas, vamos bien...

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  3. Muy entretenido y aleccionador el relato. Lo cuentas muy amenamente y es uno de tantos episodios, como dices, atribuible sin miedo a los mandamases españoles de cualquier época.
    Aún en tiempos del Invicto en España era costumbre que el Ejército tuviera sus cañones y barcos y viones establecidos en unos acuartelamientos concretos (Zaragoza, Cartagena o Madrid) y las municiones de esas armas a más de 100 kms en polvorines de otros acuartelamientos (Jaca, Valencia, etc.). Se ha sabido que cuando Milans preparó el golpe del 23-F con tanques de Valencia, se encontró con que las cadenas de dichos carros se hallaban en Madrid.

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    1. Si eso fue así, Milans, tan "previsor" en otras cosas, supongo que ya lo sabría ¿o quizá no tenía ni idea?

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