sábado, 8 de enero de 2011

ARIANE

A mí no me gusta esta peli especialmente.
Hala, ya lo dije. Pero debo hacer la salvedad de que las pelis romanticonas no son mi debilidad y o es una maravilla, como es el caso de "Sabrina", o si no, se me hacen un tanto cuesta arriba.
Y es que en este film, por alguna razón, no siento en ningún momento eso que se llama "transmitir", no me transmite ninguna emoción especial.
Es verdad que a la hora de ir diseccionando apartados, hay algunas cosas en las que debo rendirme a la belleza, al saber hacer o a la magia, pero en conjunto, ya digo, estoy de acuerdo con quienes consideran la película como una obra menor de Wilder.
Respeto, por supuestísimo, a aquellos que defiende que ha sido injustamente olvidada, pero yo creo que, en la mayoría de los casos, el tiempo va poniendo a cada cual en su lugar y, salvo honrosas excepciones que, al final suelen ser rescatadas para la memoria colectiva, si una peli cae en el olvido, la mayoría de las veces es porque algo le falta.


La historia tampoco es que de para mucho, jovencita enamorado de maduro conquistador, rico y sin afán de comprometerse.


Quizá, el mejor hallazgo del guión, sean las armas de que dota a la supuesta jovencita, que trata de compensar la desigualdad, tejiendo una red de misterio a su alrededor que comienza por no revelar su nombre y que nos conduce a uno de los momentos más poéticos del film y que enlaza con el título de la V.O., cuando él casi le suplica, en la parte final, que le diga quién es. Ella, que ya está perdidamente enamorada y con el corazón totalmente partido porque la historia se acaba, le dice algo así como: "Qué más da, soy la chica de la tarde..."


Los mejores momentos de comicidad, de los que está salpicado la película, vienen de la mano del cuarteto de músicos húngaros que acompañan a Frank Flannagan en cada una de sus conquistas parisienses, siempre siguiendo un programa predeterminado y ajustado a un horario inflexible, que llega a su culmen con la interpretación del vals "Fascinación"


A base de situaciones equívocas y diálogos de doble intención, va sosteniendo la comicidad de la peli, aunque algunas cosas, vistas desde el punto de vista actual, hayan perdido bastante frescura.
Impagable la escena del carrito de bebidas que va y viene de los músicos a Mr. Flannagan, uno de esos hallazgos tan de Wilder.
Hay algún otro plano con sello de maestro, como el diálogo entre Frank Flannagan y Ariane, con él reflejado en el cristal de la ventana.


Supongo que sería que Gary Cooper ya tenía muy avanzada su enfermedad lo que hace que parezca que actua como con desgana, pero sea por eso o por cualquier otra razón, la pareja no tiene mucha química.
La película es Audrey Hepburn, su sonrisa y su presencia en general. Es París, que a través de la Place Vendome y de las imágenes del principio, tiene su propio papel y es la presencia curiosa de Maurice Chevalier, como padre de Ariane Chavasse.
Cooper, dado su estado físico, bastante hace con aguantar el tipo.
Así que, aunque tiene su encanto, yo sólo la recomendaría a incondicionales de Wilder y a los admiradores de la Hepburn, aunque quizá, uniéndolos a todo, resultara una multitud.



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